Los nervios se
apoderaron de mí en un instante. La sala estaba llena. ¿Cámaras? ¿En serio hay
cámaras en un juicio? ¿En mi juicio? Los abogados defensores no paraban de
luchar por demostrar la inocencia de cada uno de sus clientes, es decir, a Eric
y a mí. Sin embargo, yo desconecté por un momento de aquella situación. No
sabía qué pasaba. Manuel llevaba días sin venirme a visitar, ni siquiera me
había dejado un recado ni nada. Pude observar a mis padres en unos asientos
situados detrás del mío. Estaban igual de nerviosos que yo. Eric tenía un
aspecto aterrador. Su rostro había quedado marcado después de aquella noche.
Tenía la parte derecha de su rostro llena de cicatrices. A juzgar por la
distancia a la que estábamos y cómo yo podía verlas aun así, deduzco que deben
ser cicatrices quelóides –tan profundas que ni siquiera con el mayor
tratamiento o con un buen cirujano práctico podría restaurarte el rostro y
dejarlo igual que antes, pues siempre se notarían-. Sus ojos claros, daban
miedo hasta mirarlos. Las cicatrices le cogían hasta los párpados, incluso la
boca. Se le notaban los labios un tanto diferentes, asimétricos. No me extraña
que haya abandonado las clases en el instituto y haya contratado un profesor
particular –tal y cómo me comentó Manuel en una de sus visitas- su aspecto
podría hacer incuso que me encerrase en casa con todo cerrado y bajo fechillo
en la puerta. Lo que no comprendo es cómo Eric puede mantener la compostura en
esta vista judicial si sabe que lo que él ha declarado es una pura farsa…
Oí a la jueza Jiménez
llamándome al estrado. Subo, hago el juramento para contar únicamente la verdad
de lo ocurrido aquella noche. Y por enésima vez, vuelvo a contar mi versión de
los hechos. El abogado de Eric quiso hacer creer a todos que yo había tomado
aquella noche, y sí, bebí un poco de sidra, pero la sidra tiene un bajo
porcentaje de alcohol que ni siquiera afecta al tráfico. Lo negué, obviamente,
eso no era para nada cierto. No paraba
de mirar a la gente asistente a este juicio. Pero el rostro que quería ver, no
lo encontraba. ¿Le habrá pasado algo? Necesitaba su apoyo en estos momentos.
Las manos me sudaban. No paraba de frotarlas contra mis rodillas. Pero nada.
Nada de lo que haga puede quitarme estos nervios de encima, a menos que se aparezca
Manuel y me pida que huyamos. Sin duda, lo haría. Supongo que serán locuras o
idioteces que se le pasan a uno por la cabeza –y más cuando se trata de un
adolescente como yo.
Llegó el momento que
más temía. Eric subía al estrado. Pasó por delante de mí y me echó una mirada
fulminante. Si no fuera porque no estaba encerrado en mi propia tumba, de
brazos cruzados y con un aspecto de lo más terrible, habría creído por un
momento que me había matado únicamente con esa mirada –al igual que un
basilisco.
Hizo lo mismo que yo.
Subió, juró decir la verdad en todo momento. Y se limitó a responder a las
preguntas de mi abogado defensor. Para mi sorpresa, llegó un vídeo anónimo a
manos de uno de los fiscales allí presentes. Lo pusieron después de unos cinco
minutos de espera con una intriga que volcaba mi corazón. Era un vídeo captado
por una cámara de seguridad en los
aparcamientos aquella noche. Se veía claramente todo lo ocurrido. Justo en ese
momento, Eric se arrepintió de todos los cargos contra los que me acusó. Ya
había quedado demostrada mi inocencia. No podía creérmelo. Esto debe de ser un
milagro o algo porque no le encuentro explicación.
Mario León y yo, habíamos
discutido en la fiesta. –Declaró- Al parecer no admite una visión un poco más
crítica acerca de su relación sentimental con un compañero de clase. Recuerdo
incluso, que habíamos llegado a las manos. Fui a los aparcamientos a por mi
coche, para evitar que la cosa fuera a mayores y él fue detrás de mío. Subió a
mi coche cuando yo iba a arrancar y los dos nos peleábamos por el volante. No
paraba de acusarme de unos mensajes cuyo autor desconoce. No sabía a qué se
refería con ello. Pero él seguía acusándome. Y los dos chocamos contra algo de
repente y posteriormente contra el árbol –admitió Eric al fin.
¿Reconoce usted su
parte de culpa en este accidente? –le preguntó mi abogado.
Miró a sus padres, creo
que arrepentido, con un poco de vergüenza, pero manteniendo su porte y
reflejando en su nuevo y estrenado rostro su ya conocido carácter. Miró a mi abogado, a los fiscales, al juez y
al mirarme, dijo: “Sí lo admito”.
El juez finalmente, me
dejó en libertad bajo fianza. En realidad, al yo ser menor de edad no debería
haber ido a prisión, pero como supuestamente Eric me había acusado de robo y
atropello, me encerraron hasta hoy, el día de la vista judicial. A él lo hicieron pagar una penalización por haber
ocultado parte de verdad y no haber reconocido su culpa en esos momentos. Pero
no le obligaron a tener que ir a prisión ni nada, aunque sea por unos días.
Abracé a mis padres
como nunca. Volví a echar otro vistazo a
mi alrededor a ver si veía a mi amuleto de la suerte. No estaba allí.
Supongo que no se trata de mi amuleto de la suerte. Salí del edificio y pude
respirar el aire que tanto extrañaba: El aire de la libertad. Pero poco me duró
esa sensación de libertad cuando me vi a una gran masa de periodistas allí fuera esperando a que saliese para
invadirme a preguntas con sus cámaras, micros y grabadoras, y los más
tradicionales con alguna que otra libreta. Me puse las gafas de sol y les
atravesé junto con mis padres ignorando las preguntas hasta llegar al coche.
Una vez en casa
esperaba recibir la visita de Óscar y Manuel. Pero no recibí ni una ni otra.
Cogí las llaves del coche y fui directo a casa de Manuel. Por mucho que toqué
la puerta y la aporreé no abrió. Me puse de espaldas contra la puerta y me
deslicé contra la puerta hasta acabar sentado en el suelo a medida que tocaba
la puerta y no obtenía respuesta. Imaginando que podría encontrarse en casa de
Óscar, fui a su casa. En efecto, allí estaba. Era una situación tanto
desconcertante. Me esperaba un recibimiento un poco más caluroso. Él solo se
limitaba a mirar por la ventana y a ignorarme en aquella habitación. Óscar no
paraba de decirme que estaba contento de que hubiera vuelto. ¿Qué me había
perdido? Me dirigí hacia él y le cogí de la mano.
Ey, nene, ¿ocurre algo?
–le pregunté. Ni siquiera me miró. Separó su mano de entre las mías, se cruzó
de brazos y sin pestañear, continuó observando lo que ocurría fuera de la casa
a través de la ventana.
No ocurre absolutamente
nada.- Respondió con frialdad.
Manuel, mírame.
¡Mírame, joder! –Alcé la voz, consiguiendo que sus ojos se fijasen en los míos
- ¿Qué te ocurre?
Nada. Me alegro de que
estés aquí, con nosotros y no rodeado por un grupo de presidiarios con ganas de
que se te caiga la pastilla de jabón para tener un hueco que llenar, ya me
entendéis –dijo mirando a Óscar logrando sacarle una risotada, tratando de
disimular. Pero yo sé que algo pasaba y que por eso estaba seco conmigo.
¡Bonito recibimiento me
das! – Le dije. Entonces se acercó a mí y descruzó sus brazos. Parecía estar a
punto de estallar.
¿Qué te esperabas? ¿Una
fiesta sorpresa con confeti incluido?
Todavía estoy a tiempo de organizarlo todo si es lo que deseas…-me gritó.
¡No! Pero si esperaba
que la persona a la que tanto echo de menos me diese aunque sea un abrazo. Y, a
ser posible, que me diga que le sucede conmigo –le espeté.
Ya sabes el dicho. ¡Quién
nada espera, nunca será defraudado! –me respondió acercándose a la ventana de
nuevo.
Chicos, por favor,
tengamos la fiesta en paz. Sé que no debo meterme, pero al menos, eviten
decirse cosas de las que luego se arrepientan –intervino Óscar.
Ya podrías tú decirle
algo a la desmemoriada de Dori, a ver si vuelve a ser ella…-contestó Manuel.
No vuelvas a referirte
así a Claudia –le dijo en un tono suave-, ella no es culpable de haber olvidado
un pequeña parte de sus recuerdos. Aunque he de reconocer, que me mata que se
acuerde del desgraciado de Eric, que hable de lo maravilloso que es y mientras, yo aquí, aguantando y tragando. Con
la cantidad de cosas que habíamos pasado los últimos meses…-Decía Óscar mirando
algunas de sus fotos en el tablón de corcho.- Rápidamente se dio la vuelta y
cambió de tema- Por cierto, deberías acompañarnos.
¿Yo? –Contesté- ¿A
dónde?
Resulta que el diario
se escribe solo. Desde hace tiempo
habíamos pensado que lo escribía su propietario, pero al parecer, se escribe
solo. Han estado enviándonos mensajes a través de programas de radio, anónimos
y demás. Mira lo que me ha enviado –me dijo mostrándome una carta y una llave.
¿Qué es esto? –
Pregunté.
Al parecer, pretende
que vayamos a la Calle Bremen. Nos ha dado las llaves de un anticuario que
lleva años cerrado. Tal vez allí haya algo que necesita que descubramos. –Se
limitó a responder con curiosidad.
¿Y si se trata de una
trampa? –Preguntó Manuel- ¿Por qué deberíamos hacerle caso a un chiflado o una
chiflada que se divierte con nosotros como si fuésemos piezas del ajedrez
después de haber visto las siete películas de Saw? Yo no sé ustedes, pero estoy cansándome de este tema del
diario. ¡Solo me hadado disgustos!
Yo opino igual que
Manuel. Deberíamos desistir ya con todo este tema del diario. Tal vez no sea
más que una broma de alguien con mal gusto.-Dije.
Chicos, todos nos hemos
visto perjudicados por esto. Ustedes dos sois unos de los más. ¿Cómo creéis que llegaron esas imágenes
vuestras de la fiesta de los fundadores a los medios? Quién fuera, lleva siglos
matando a aquellas personas que
descubren su secreto. ¡Ya formamos parte de su maldición! –Gritó Óscar después
de insistir.
¿Qué? –Preguntamos los
dos a la vez.
En el diario se decía
bien claro que una vez que una persona
leía el diario, ya formaba parte de su maldición. Cuando más débiles somos, más
fuerte se hace. Hemos estado débiles un
par de días con todo el tema de Claudia y contigo en la cárcel, Mario. Hemos
estado separados. Por eso somos débiles. Tenemos que hacer algo para frenar a
esta persona. De todos modos irá a por nosotros. Intentará matarnos para que no
lleguemos hasta el final de este asunto. Ya sabéis lo que les ha pasado a todos
los que tratan de averiguarlo. Yo no sé ustedes, pero imaginaos por un segundo,
poder remediar estas últimas semanas de tanto sufrimiento…Yo sí seguiré con
ello, no sé ustedes qué vais a hacer. –Se limitó a decir dejándome perplejo
–Estamos juntos en esto, ¿no?
Miré a Manuel y él
respondió, acercándose a Óscar- Estamos juntos.
Después de meditarlo,
no quiero morir a manos de algún demente, pero me parecía una manera menos
dolorosa de morir antes que de mal de amores…
De acuerdo, estamos
juntos en esto –les dije a los dos. Le vi una leve sonrisa a Manuel, a pesar de
que rápidamente se le fue de la cara al sonar el timbre.
Bajamos todos juntos y
al Óscar abrir la puerta nos topamos con Claudia ante nosotros.
¿Claudia? ¿Qué estás
haciendo aquí? –Le preguntó Óscar.
¡Lo que faltaba! ¡Ya
vino la desmemoriada! –Dijo Manuel en voz alta. Pero, al ver mi rostro de
seriedad ante esa expresión, trató de arreglarlo- ¿Lo he dicho en voz alta?
¡Oops! –soltó finalmente una risotada y entró adentro.
¿Qué hago aquí? ¡Bonita
forma de recibir a una amiga! He venido a pasar un rato contigo. ¿Interrumpo
algo? –Responde Claudia.
Bueno, verás…Es
que…-Balbuceaba Óscar.
De la nada volvió a
aparecer Manuel y tomó del brazo a Claudia.
¡Hola, Claudia! ¿Me
recuerdas? Tú y yo somos muy buenos amigos, íntimos diría yo –decía con un
sonido entrecortado como si él estuviese tratando con un sordo o algo.
Manuel, pero si tú y yo
no nos llevamos. ¡Nunca hemos sido amigos!-Respondió ella.
Cuando vio cómo lo
mirábamos Óscar y yo, se explicó- Bueno, tenía que intentarlo ¿no? –La soltó y
se metió adentro otra vez.
Claudia, es que nosotros
ahora salíamos un poco con prisa, que nos vamos…-Intervine.
¡Les acompaño! Creo que
necesitáis una chica en esta excursión. No me miréis así, ni que fueseis a
montar una orgía los tres…-Dijo.
Manuel cruzó la puerta
-¡Ay, si supieras! Por cierto, no os lo
he dicho, ¡qué bien me cae esta jodida! -Y se subió en el coche. Bajó las
ventanillas. Y gritó- ¿A qué esperáis? ¡No tengo toda la tarde!
Mario y yo nos miramos.
Y Claudia la pobre, estaba desconcertada, no sabía a qué se refería Manuel con
tanta ironía. La verdad es que a veces yo también me pierdo con su sarcasmo,
pero es una parte de su carácter que no cambiaría. Claudia fue conmigo en el
coche. Y Óscar iba en el coche de Manuel.
La Calle Bremen estaba
un poco solitaria. No se veía ni un alma. Aparcamos y al bajarnos de los
coches, nos juntamos. Estuvimos buscando entre los numerosos locales cerrados
de aquél lugar, el anticuario “Milenario”. Lo divisé en seguida. La verdad es
que tenía todo el aspecto de no haber
sido pisado desde hace décadas. Óscar sacó la llave y tras numerosos jeitos
para lograr abrir una puerta con una madera un poco corroída, logramos entrar.
¡Guau! ¡Así que un
anticuario eh! –Dijo Claudia.
Huele a humedad ¿no?
–expresó Manuel.
Bueno, chicos. Tenemos
que buscar algo relacionado con el diario, ¿de acuerdo? Algo siniestro,
inquietante, aterrador…-Empezó a decir Óscar un poco excitado. Manuel levanta
la mano y Óscar le cede el turno de palabra –como si estuviésemos en clase.
¿Tienes algún tipo de
parentesco con Íker Jiménez? –Pregunta Manuel.
No. ¿Por qué? –le dice
Óscar.
Tienes la misma
capacidad que él para hacer que una situación normal como esta, te dé miedo.
¡Únicamente faltó la banda sonora! –Respondió.
¡Ya sabéis a lo que me
refiero! Busquemos…-Dijo Óscar.
¿Qué buscamos? -Preguntó
Claudia- ¿A qué te refieres con eso del diario?
Tú, ponte a mirar y si
hay algo que te llame la atención me dices ¿vale? –Le respondió Óscar.
Vale.-Se limitó a
contestar Claudia a Óscar.
Había muchos objetos
antiguos en aquél anticuario. Desde
anuarios, álbumes de fotos, hasta jarrones de porcelana, lámparas e incluso
arquetas. Ese local tenía cuatro pasillos llenos de objetos. Encontrar algo
sospechoso allí, era como buscar una aguja en un pajar. Por el segundo pasillo,
que era en el que yo estaba ojeando, no encontraba nada de importancia. Pero
divisé un periódico un tanto llamativo. En su portada aparecía una noticia que
me sonaba a ver escuchado anteriormente. Llamé a los chicos. En menos de un
minuto, Manuel y Óscar aparecieron junto a mí.
¡Mirad lo que he
encontrado! Esta noticia dice así: “Extrañas muertes tienen lugar en la Calle
Bremen”.-Les miré y pude oír cómo se aceleraban los latidos de sus corazones-
“Un grupo de adolescentes muere en extrañas circunstancias en la Calle Bremen.
El 28 de Octubre de 1988, varios adolescentes del pueblo de La Roseta, mueren
en extrañas circunstancias en fechas diferentes y en diferentes lugares. El
caso fue cerrado 20 años después por falta de pruebas”.-Les comuniqué.
Óscar, miró para el
mueble del que lo saqué y vio que había un par de ellos más. Cogió uno y empezó
a ojearlo.
¡Otro! “Un grupo de
estudiantes del Instituto Díaz Carrillo es calcinado. El pasado 14 de Junio de
1991 tuvo lugar el desagradable acontecimiento en una antigua casa abandonada
en León de un grupo de adolescentes que murieron encerrados en una casa
invadida por unas intensas llamas. Según el equipo de investigación, el
incendio fue provocado, pero el caso se cerró en 2001 por falta de pruebas”.-Dijo.
¿Creéis que pueden
estar relacionados? –Pregunta Manuel.
Es obvio ¿no? Quien
quiera que fuese, quería que viniésemos aquí a descubrir algo. –Respondió
Óscar.
Pero, León está lejos de La Roseta. ¿Por qué quemó vivos
a esos chicos? –Preguntó otra vez Manuel.
¡Claro! ¡Buena
deducción Manuel! Eso quiere decir, que ha tenido que mudarse de comunidad en
varias ocasiones. Por algún tipo de riesgo o algo. Si supiéramos de dónde
proviene o algo, podríamos averiguar de quién se trata…-Les dije.
A ver, a ver, a ver…
¿Quieres decir que después de los crímenes se ve obligado a abandonar su lugar
de residencia? ¿Entonces para qué los mata? ¿No se supone que tiene poderes?
¿De qué le vale tener esos poderes si ni siquiera puede quedarse en el pueblo a
sus anchas? –Interrumpe Manuel.
No sé. Hay algo aquí
que no me cuadra. Siempre que avanzamos volvemos a estancarnos. Deberíamos
seguir buscando. –Dijo Óscar.
Seguí buscando por
aquél pasillo. Vi un álbum de fotos de lo más extraño. No salían personas.
Todas las fotos eran en blanco y negro. Fotografías de un antiguo castillo
medieval. Entonces, llamé a los chicos. Rápidamente acudieron al pasillo en el
que me encontraba.
¿Qué ocurre? –pregunta
Óscar.
Les enseñé el álbum de
fotografías sobre ese castillo e inmediatamente Óscar intervino.
Espera, ¿insinúas que
estas fotos pueden tener algún tipo de vínculo? –Preguntó Óscar.
Piensa. Si la primera
fecha que aparece en el diario es 1800, ¿qué tipos de edificios eran los más comunes
en esa época?
¿Los hostales?
–Pregunta Óscar. Ante mi mirada, se corrige- Es obvio que no…
Los castillos –dije al
fin.
¿Creéis que nos hizo
venir a este anticuario a por un viejo álbum de fotos? Además, ¿no les parece
ilógico? En esa época no existían las cámaras, ¿cómo pudo sacar las fotografías
de ese castillo? –Dijo Manuel.
Es cierto –contestó
Óscar.
¿Y si es una trampa?
¿No habéis pensado que tal vez esa foto es reciente? Lo único es que está
revelada en blanco y negro. A mí esto me huele fatal…
¿Y ustedes no habéis
visto nada fuera de lo normal? –Pregunté.
No –Respondieron ambos
a la vez.
¿Y Claudia? –Preguntó
Óscar.
En seguida apareció
ella sujetando una muñeca de porcelana con un vestido violeta y de aspecto no
muy enternecedor, pues e faltaba un ojo y la porcelana de su rostro estaba
estallada –sin olvidar lo sucio que estaba el vestido violeta de la muñeca.
¿Qué es eso? –Pregunté.
¡Una muñeca! –Dijo
emocionada- De pequeña tuve una parecida y fue verla y me transmitió ternura…
¿Ternura? ¿Eso? ¡Definitivamente la perdimos! –Comentó Manuel
irónicamente…
Creo que me la quedaré
–dijo Claudia.
Sí. También puedes ir a
Toys“R”Us y le
compras vestiditos…A tu edad y te da ahora por las muñecas… ¡Qué
vergüenza! Así va el país…-Dijo Manuel.
Ya era de noche. Tras
buscar y buscar, no dábamos con nada más que pudiese estar relacionado.
¡Vámonos de aquí!
–Dije.
La puerta se trancó con
fechillo sola. Los estores se bajaron completamente. En el fondo del segundo
pasillo, divisé a lo lejos una pequeña chispa que en cuestión de segundos se
convirtió en llamas.
¡Oh, no! ¡Pretende
quemarnos vivos! –Dijo Óscar.
Óscar y yo corrimos a
la puerta y empezamos a aporrearla y golpearla con nuestros cuerpos a ver si
conseguíamos abrirla mediante la fuerza bruta.
Manuel intentaba pedir
ayuda a través de su móvil.
¡Mierda! No tengo
batería y se me ha apagado el móvil. –Elevó la voz. Se acercó a la puerta y comenzó a golpear él también.
¡Vamos a morir!
–Claudia empezó a gritar, sin saber en realidad lo que ocurría.
¡Socorro! ¡Qué alguien
nos ayude! –No parábamos de gritar.
El fuego comenzó a extenderse
y no podíamos respirar. El calor de ese fuego invadía nuestros cuerpos. Alguien
estaba allí. Alguien que se aseguró de que llegásemos a allí para no salir
vivos.
¡Socorro! –Comenzamos a
desesperarnos a medida que el fuego ardía. ¡Ayuda!
Claudia no era la única
que gritaba acompañada de lágrimas. Al mirar a los demás les vi cara de terror
encima. Tenían los ojos llorosos y a Claudia le bajaban los lagrimones.
¡Por favor, ayuda!
–Gritaba.
No sabemos cómo, pero
se oyó una especie de estruendo que hizo que las llamas se extendiesen más e
incluso llegaban al techo, pero los cristales del local se rompieron como si
alguien le hubiese lanzado una piedra o algo semejante.
Claudia salió primero,
luego Manuel, Óscar y, por último, yo. Nos tuvimos que lanzar al suelo al
observar y sentir cómo explotaba el local con todo lo que dentro había.
Me repuse y contemplé a
los demás sentados mirando el panorama. Manuel y Óscar no paraban de mirar al
local. Claudia, se limpiaba las lágrimas, mientras sostenía con su mano
izquierda la muñeca de porcelana.
Nos mantuvimos en
silencio hasta llegar el coche y observar cómo mi vehículo estaba abierto de
par en par. Al acercarnos y revisar con lupa el coche, Óscar
sostenía una nota y me miraba con cara alarmada.
“Nadie es lo que
aparenta, y ya sabéis qué suelen decirse de ellas”, firmado enigma.
Óscar se agachó a uno
de los asientos traseros y me entregó una fotografía. En ella aparecía mi madre
y Eric conversando en una terraza de un bar. Observé mi coche, y
estaba lleno de papeles quemados en su interior. ¿Qué se supone que quería de
mí? ¿Qué hacía mi madre con Eric? No sabía ni siquiera que se conociesen…
Al llegar a casa, mi
padre no podía contener las ganas de darme una noticia. La mesa del salón estaba
preparada. Pero sólo íbamos a cenar él y yo.
Papá, ¿y mamá? –Le pregunté.
Está con sus amigas.
Pero, lo importante ahora no es ella, sino tú. Toma, sírvete un poco de
ensalada…-Me dijo.
¿Se puede saber a qué
viene tanta felicidad? –Volví a preguntar.
Hijo… ¡Vuelves a la
televisión! –Me espetó felizmente –¡Brindemos!
¿Qué? –Expresé con
sorpresa en voz alta –Pensaba que iba a tomarme estos dos años sabáticos.
Además, mi personaje ya murió en la serie…
Sí. Pero, ¿recuerdas a
Alfredo Carrillo? -Me preguntó.
Lo recuerdo. Fue el director
de la serie Fugitivos, ¿no? –Dudé.
Sí. Al parecer quieren
hacer un drama sobre la vida de los adolescentes y sus preocupaciones en la
vida actualmente. Pero, se trata de una serie musical. Eso es bueno. Va a ser el boom del verano. ¡No puedes rechazar esta oportunidad! –Dijo.
¿Un musical? Papá,
canto de pena. Es cantar en la ducha y el grifo se cierra solo…-Le comenté.
Bueno, algún día
tendrías que enfrentarte a ello, ¿no? –Me dijo sin más.
Por qué tienes tanto
entusiasmo en que vuelva ahora a la
televisión. ¿No habíamos acordado que me dedicaría a terminar el bachillerato y
luego seguiría con mi vida de estrella? –Le formulé directamente esa pregunta a
la cara.
Hijo, creo que has
pasado por mucho este año. Deberías
hacer lo que realmente te guste sin que nadie dicte lo que tienes que
hacer…-Me contestó.
Precisamente eso es lo
que siento que estás haciendo. Dictando mi futuro, papá.-Le respondí.
Pero yo solo…-Intentó
justificarse.
Quiero acabar mis
estudios y luego ya decidiré. –Me miró seriamente -¿Qué? Si la serie tiene
éxito, habrá más temporadas ¿no? Podré aparecer más adelante.- Le espeté
mientras recogía mis platos y me dirigía a la cocina. Puse los platos y mi vaso
en el fregadero cuando de repente mi móvil sonó. Era un mensaje, lo comprobé
por el sonido. Lo abrí y era un anónimo, aunque ya me imaginaba de quién venía…
“El padre feliz labra
un futuro para uno de sus hijos” –Ponía. ¿Uno de sus hijos? ¿Habrá mi padre
engañado a mi madre? ¿Cómo es que no me he enterado? Tendré que averiguar de
qué va esto.
En la cafetería del
instituto nos encontrábamos Manuel, Óscar y yo sentados. No parábamos de
discutir qué relación podía guardar el álbum de fotos con la persona del
diario.
Volvemos a estar donde siempre.
Sabemos que la foto es reciente. Por lo tanto, el Castillo aún se conserva y
existe, digo yo –Expresó Óscar.
Sí, lo único es saber
de qué castillo se trata…-Dije yo.
Dejadme echar un
vistazo a esas fotos –dijo Manuel. Se le cayó el álbum al suelo y precisamente
Aurora, la profesora de Historia Contemporánea e Historia de España de nuestro
Instituto, se agachó a ayudar a recoger unas pocas fotos que se despegaron del
álbum, que al ser antiguo estaban pegadas a mano, como antaño.
¿Estáis pensando en visitar
Toledo? –Preguntó Aurora.
No. ¿Por qué? –Preguntó
Manuel.
Este castillo de las
fotos, es el Castillo de Belmonte, en las fronteras de Toledo y en la cima del
cerro de San Cristóbal, al suroeste de la provincia de Cuenca. Sería una buena
decisión. Así aprenderéis un poco de Historia del siglo XV, cuando se
construyó.-Nos respondió.
¡Gracias! Creo que a partir
de ahora dejaré de estudiar para convertirme en Dora la exploradora…-Dijo
Manuel. Al ver su cara de seriedad, no dudó en aclarar su comentario- ¡Es
broma! –Y se fue.
Chicos, tenemos que ir
a Toledo. ¿Quién se apunta a este viaje el fin de semana? –Preguntó Óscar.
¡Yo! –Respondió una voz
muy poco aguda. Nos dimos la vuelta y se trataba de Claudia. -¡Qué guay! Un viaje
juntos. Tenía ganas de hacer algo con ustedes…
Pues menos mal que la
pobre no recuerda que le pasó en el anterior…-Dijo Manuel casi en voz baja.
De acuerdo, irás con
nosotros. Y pensándolo mejor, Manuel, tú te quedas. –Dijo Óscar.
¿Por qué? –Preguntó.
Sería mejor, que
mientras nosotros vayamos a Toledo y averigüemos los orígenes del castillo y de
quién puede tratarse enigma, tú
quedes con José y consigas la forma de quitarle el colgante –susurré por último
para que Claudia no oyera nada.
¡Qué remedio! A mí me
toca pringar mientras ustedes viajáis a Toledo. ¡Vaya mierda! –Dijo.
Piensa, que al fin y al
cabo, estamos a punto de coger a quién sea por los mismísimos. De esta, no se nos
escapa…-Dije yo.
Llegó el día del viaje
y tuvimos algunos percances en el viaje. Óscar tuvo problemas para llegar a
tiempo con nosotros a Toledo y llegó dos horas después. Claudia y yo esperamos
su llegada con calma, a pesar de que la compañía de coches Hertz nos negó la
posibilidad de alquilar un coche tan solo porque no tenía 21 años –y eso que la
reserva ya estaba hecha y el dinero cobrado-. Óscar llegó y únicamente nos
faltaba saber si el hotel estaba correcto. Para nuestra suerte, sí, estaba
correcto. Vimos la luz al final del camino después de dos horas esperando a que
llegase el tren de Óscar. Luego, un autobús hasta el pueblo de Cuenca y caminar
hasta el hotel. Una cama de matrimonio y un sofá cama. Supe en seguida quiénes
se iban a coger la cama de matrimonio. Una terraza considerable en cuanto a
tamaño, pues no era ni muy grande ni muy pequeña y un baño de lo más cuidado con
bañera. Abrí el armario y observé que había una caja fuerte. Pero solo funciona
si contratas el servicio y nosotros no lo habíamos contratado así que estaba
abierta. Al mirarla, me di cuenta que dentro había algo. Una fotografía. En
ella se veía a Eric y a José hablando mientras tenían la mirada fijada en algo
o alguien que en la foto no salía. Reconocí inmediatamente el lugar. Era la
fiesta de los fundadores. Detrás de la fotografía ponía lo siguiente: “Habéis
mandado a vuestro corderito a la boca del lobo”, firmado enigma. No se me iba Manuel del pensamiento después de eso.