viernes, 22 de junio de 2012

Capítulo 1: El misterioso diario de la biblioteca



Los rayos de luz del sol  entraban por mi ventana y me encandilaban. Mi cuarto estaba totalmente iluminado. Muy a mi pesar, miré qué hora era. Las 12:00 a.m. Sigo en la cama aún y no tengo ganas de levantarme.  De pronto mi madre no para de gritar mi nombre.

¡Claudia! ¡Claudia! – No paraba de gritar- ¡Claudia! –Cada vez parecía que estaba más cerca- ¡Claudia! –Y me arrebató las sábanas en menos de un minuto. Me puse en postura fetal hasta que mi madre me recordó por enésima vez que teníamos que ir al cementerio a visitar la tumba de mi padre y  enramar, como todos los meses. Rosario -mejor conocida como mi madre- estaba buscándome la ropa con la que iba a ir vestida en el armario cuando yo alcé la mirada y comencé a asimilar que ya comenzaba otro duro día en esta absurda realidad. Ojalá la vida real fuera como una novela de C.S.Lewis – autor de Las Crónicas de Narnia- o algunas de esas series de televisión cuyos argumentos son más interesantes que la vida misma.

Una vez estuve preparada, mi madre y yo fuimos al cementerio. Ya he llorado tanto por la muerte de mi padre que ni una sola lágrima suelto cuando estoy ante su tumba. Fue  muy duro para mí perderle. Mi padre lo era todo para mí. Todas las cosas que yo hacía, las hacía para ganarme su atención. A pesar de que mi hermano mayor, Lucas,  está en Sevilla estudiando medicina y ha sido un muchacho ejemplar, yo siempre fui la niña de sus ojos. Pero igualmente nos quería a los dos, pero sentía más debilidad por mí – o por lo menos eso era lo que decía.

Todavía recuerdo el día de su muerte. Yo tenía once años cuando el murió. Mi padre era un héroe. Murió por defender a una mujer en el metro de un hombre que pretendía abusar de ella. Estábamos mi madre, él y yo esperando el metro. Mi padre -que vio cómo ese hombre golpeó a la mujer y la ultrajaba- se acercó, le golpeó y el tío sacó una navaja. Él, sin miedo, intentó golpearle de nuevo, cuando  ese hombre acertó  con su navaja y le hizo una incisión a mi padre por debajo de la costilla derecha. Mi padre se quedó de rodillas y comenzó a quejarse. Mi madre y yo no parábamos de gritar por él y  de llorar. De pronto volvió y le enterró esa navaja unas tres veces más. Se echó a correr y la mujer, rápidamente, llamó una ambulancia, mientras mi madre y yo acudimos a donde estaba mi padre desplomado en el suelo. Era una persona que no quería demostrar su debilidad ante los demás, por muy mal que estén las cosas.  

Vámonos a casa, que  yo puedo curar esto – nos dijo mirándonos y quitándole la importancia al hecho que acababa de ocurrir-. La herida es demasiado profunda, será mejor que te vea un médico- dijo mi madre ayudando a levantarle. Testarudo, le dijo a mi madre- Rosario, en el ejército he curado heridas en peor estado-. Entonces empezó a contar una de sus anécdotas con un compañero del ejército. Era la última vez que me escuchaba esa anécdota.

Aquella mujer estaba petrificada en la esquina, llorando y no paraba de decir que era su culpa. Pero no, no era su culpa, sino del desgraciado y malnacido vándalo que le enterró la navaja esas cuatro veces.  El final ya lo conocéis. Mi padre murió, pero murió como un héroe.  Lo último que me dijo fue que cuidase de mi madre y que pasara lo que pasara, que no parase de luchar por mis sueños.  Mi madre y yo no somos muy íntimas, pero no tenemos una muy mala relación. Mi hermano lo pasó fatal, pues  mi padre y él eran como uña y carne. Menos mal que no estuvo esa noche para ver cómo el hombre más grande que he conocido perdía la vida esa noche, por involucrarse en conflictos que normalmente la gente sabia – o cobarde, según se mire- pasaban por alto.

Ahora que tengo dieciséis años, que no llore cuando vengo a visitarle no significa que no me acuerde de él, porque cada día que me levanto, lo hago por él y por mi madre también.

Pasé la tarde frente al ordenador escuchando música y actualizando mi Facebook. Pero no tardó mucho en que mi madre me comunicase que tenía una visita. Era Óscar, mi mejor amigo desde que tengo uso de razón. Hace ya casi dos meses que empezamos  el bachillerato en el instituto y como siempre estamos juntos, muchos creían que éramos novios, pero yo a él no le veo de ese modo y creo que él a mí tampoco. Pero tenemos mucho en común. Nunca había tenido tanto interés en un chico como el que suelen tener las típicas adolescentes de hoy en día. Pero este año el corazón se me desbocó cuando conocí a Eric. Es un chico alto, rubio, ojos azules y jugador de fútbol. Su simpatía y su carisma me robaron el corazón cuando nos pusieron juntos para hacer un trabajo de Filosofía. Le debo a Óscar que  hoy esté con él. Óscar, sin más, cuando le conté que me gustaba y que él me había pedido ir juntos un día al cine, le advirtió que si se pasaba conmigo le haría la vida imposible. Es un gran  amigo. Otro héroe como mi padre.  

Óscar entró en la habitación y se tiró en mi cama. Estaba cansado decía. Mi  amigo Óscar es moreno de piel, ojos azules como el cielo y pelo castaño. Físicamente no está mal, pero es mi amigo, sería una aberración contra la naturaleza. Eso sí, es súper divertido. Me hace reír mucho cuando buscamos cosas graciosas por internet. También solemos leer libros que estén de moda o no. Y nos turnamos. Una tarde le toca a él leer y otra a mí. Hoy le tocaba a él terminarme de leer Los Juegos del Hambre. De repente, veo cómo se desliza por la cama y con un gesto de lo más ágil, abre la mochila que tiró al suelo cuando se lanzó sobre mi cama, dejando –como siempre- mi edredón impregnado de su colonia barata, e inmediatamente saca el famoso best-seller de Suzanne Collins para leerme el final. Es un chico que pasa de ser presumido como los tíos de hoy en día. A él todo eso le da igual. Además, me da la impresión de que pasa hasta de buscar pareja. Yo tampoco le pregunto, pues es uno de esos temas que nunca se hablan. Siempre he tenido curiosidad por saber cuál es su tipo de chica ideal. Pero cualquier chica honrada me parece bien para él. Mientras lo quiera tal cual es, seré feliz por él.

Venga Claudia. Ven y  túmbate, que mi sensual voz va hipnotizarte durante la lectura- me dijo con una sonrisa poco disimulada mientras se acomodaba en la cama. Mi cama. Me levanté del escritorio, apagué el ordenador, me descalcé y me acoplé en la cama, reclamando mi lugar de descanso. Solo mío.

A medida que la lectura avanzaba, fui acomodándome en la cama y me apoyé sobre su regazo, sin pasar por alto las hazañas de Peeta Mellark y Katniss Everdem de su boca.
¡Muy buen libro!- dije emocionada con ese final que me dejó con ganas de más. Tendré que comprarme el segundo. No pienso quedarme con las ganas.

¿Muy buen libro? Claro, a mi narración que le den ¿no? No hay buen libro, sin un buen narrador, que lo sepas.  – me dijo con tono de indignación.

Bueno, ahora que lo dices quién lo narra es Katniss Everdem. Tú solo te has limitado a leerme sus palabras en voz alta, así que eso no cuenta – le dije aguantándome la risa para poder chincharlo.

El próximo libro te lo va a leer tu amado Eric, señorita listilla. ¡Ah no!  Se me olvidaba. No sabe contar hasta cinco, así que no creo que sepa leer – no le vi en el momento que dijo eso porque me acaba de levantar para volver a encender el ordenador, pero suponía que tenía una sonrisa de oreja a oreja al decirlo y quedarse tan pancho. Aun así, no iba a caer en sus juegos. No señor. Pero sabía que no tardaría en hablar de nuevo. - ¿Qué haces? – me preguntó.

Aburrida. Necesito algo que me motive. No tengo gana de ir mañana clase – le dije. ¿Y quién las tiene?- me respondió. ¿Qué libro te apetece que te lea mañana?- le pregunté. Así no me arriesgaba a traerle uno que no le gustase o que ya se hubiese leído por su cuenta.
No sé. ¿Tú crees que en la biblioteca del instituto tengan la biografía de Steve Jobs?- contestó.

Será cuestión de preguntar. Si no, en caso contrario te traigo Cien años de soledad, que es precioso y sé que te va a encantar.

¡Cursiladas no! Ya bastante tuve con la saga de Crepúsculo y The host, la huésped – se quejó, saliéndole la vena de hombre. Para él un libro sin acción y misterio no  es un libro. ¿Pero dónde mete este chico ese romanticismo? No lo comprendo. Insensible.

Como a él le tocaba leerme, yo tuve que elegir una película para ver juntos. Preparé palomitas y como mi madre se olvidó de comprar zumo, me vi obligada a abrir la  botella de Pepsi que quedaba en la nevera.

Sorpréndeme. ¿Qué película has escogido? Prefiero saberlo de antemano para que me dé tiempo de salir corriendo si se trata de alguna pastelada de las tuyas –dijo mientras miraba la hora en su móvil a la vez que su boca sonreía pícaramente.

No te quejes que te traje del videoclub la película de Transformers 3. Pero si no quieres verla te pongo un documental de esos de la 2 –le solté a la vez que  le daba su vaso de refresco y  acomodaba sobre mi cama la bandeja con las palomitas, galletas y mi refresco. Menos mal que mi madre estaba todavía trabajando  en su consulta de veterinaria porque no le gusta que comamos encima de la cama. Yo me encargo de limpiarlo luego, antes de que venga. Si no, los dos salimos volando de esta casa.

Al día siguiente – como de costumbre-  mi madre me  llevó al instituto. Allí estaba Eric, esperándome para entrar juntos. Todo un galán. Con ese polo azul marino que le resalta los ojos claros que tiene. Piratas grises y zapatillas blancas, a juego con la mochila Reebok. No puedo evitar analizar cómo van vestidas las personas. Creo que es mi instinto de mujer y mi afán por la moda. Le di un beso a mi madre y me bajé del coche para reunirme con mi chico. A medida que caminaba hacia él, veía cómo cada vez su mirada se detenía más y más en mí. Yo sin embargo,  no paraba de sonreír y agachar la cabeza.

¡Aquí estás nena!- me dijo en el momento en que me dio un beso- Me he ganado dos entradas para ir este viernes al cine al estreno de  Tengo ganas de ti. ¿Qué me dices? ¿Te apetece salir a cenar, ir al cine y dar un paseo los dos  juntos?

¡Me encantaría!- dije. Hacía días que no estaba con Eric. Él casi siempre está ocupado entrenando en el fútbol y la mayoría de nuestras conversaciones son o por teléfono o a través de Skype. La verdad es que tenía ganas de poder estar con él y no sólo oírle por teléfono o  verle a través de mi ordenador. Me rodeó con su brazo derecho  sobre mi hombro derecho y nos  fuimos poniendo al día hasta llegar a clase. Entramos y nos sentamos en nuestros correspondientes sitios. Yo delante de Óscar -que estaba hablando con  Sofía y Pablo y tan concentrado en la conversación que ni se dio cuenta de que entramos para saludar- y Eric a mi lado. A mi izquierda, detrás de su amigo Jorge y delante de Vanesa. Las horas de clase poco a poco se fueron pasándose y yo aproveché el descanso para ir a la biblioteca a buscar el libro que Óscar me había pedido, ya que me tocaba leerle hoy. Me dirigí a la parte de biografías y autobiografías, a ver si estaba el de Steve Jobs, que tanto ansiaba. ¿Cómo voy a leerle una autobiografía? La verdad, cada vez este chico me sorprende más. ¿Qué más querrá saber de ese hombre? En fin…Estaba mirando en las estanterías y no la veo. Pero de pronto, veo una autobiografía que me sorprende que esté en la biblioteca de un instituto: La autobiografía de Ana Obregón. Justo cuando la cojo se caen un par de libros al suelo. Avergonzada, miro a ambos lados a ver si alguien me ha visto o si vienen a quejarse por el ruido que cabo de hacer y en seguida me dispongo a recogerlos y colocarlos en el lugar que les corresponde. Pero al agacharme, veo que en el último estante, el que empieza desde el suelo, hay una caja con pinta de haber estado ahí años. Estaba llena de polvo y estaba en mal estado. Arañada y parecía vieja. Soplo el polvo y cuando la abro, hay una especie de libro. Pero al abrirlo, me doy cuenta de que se trata de un diario personal. También había muchas páginas sueltas dentro de la caja. Lo que más me extrañó es que no figuraba su dueño o dueña. Tenía pinta de ser antiguo. Pero lo curioso es que la caligrafía era totalmente comprensible, no era una escritura de hace siglos ni mucho menos. Similar a cualquier caligrafía de una persona de hoy en día. Como el bibliotecario se acercaba guardé la caja con el diario en mi mochila. Miré alrededor para asegurarme de que nadie me había visto “tomándolo prestado”. Pero al mirar al frente, casi me da un vuelco el corazón  cuando al otro extremo de la estantería veo a Manuel mirándome.

Claudia, Claudia, Claudia. ¿Acaso tu mamá no te ha dicho que está mal robar?- dijo con ese tono siniestro y arrogante con el que habla siempre. Me repatea.

Lo sé. Pero si he de ir al infierno, quién mejor que tú para que me guíe. ¿No Manuel? –Le espeté disponiéndome a salir cagando leches de allí hasta que me volvió a hablar.

Por cierto, no te he felicitado. No creía que a Eric le encantasen los retos como tú. Pero bueno, supongo que para gustos colores ¿no? Espero que si algún día hay boda esté invitado. No me la perdería por nada del mundo. Guarda bien eso que acabas de meter en la mochila porque lo que acabas de hacer es ilegal. –Es raro verle sonreír, pero lo hizo para despedirse de mí- ¡Te veo en clase!

Las clases acabaron, comí y rápidamente subí a mi habitación. Aburrida de mirar siempre el Facebook, buscar cotilleos y demás por internet, me quedé mirando fijamente la mochila. La abrí y allí estaba esa extraña caja. Por su aspecto parecía sacada de la película de Jumanji –perdonad mis comparaciones o referencias, soy un poco friki. Tenía la esperanza de que no estuviese ahí. Tenía remordimientos. Pero bueno, la devolveré  con su diario y todo lo demás en cuanto alimente mi intriga. La cogí y la abrí. Saqué el diario y me puse en el escritorio.

Según me puse a indagar en este misterioso diario, averigüé que su dueño/a vive, pues analizando la última fecha escrita y databa del año pasado. Pero debe tratarse de una coña o algo. Cuando comencé a leer, la primera fecha que aparece es  7 de Febrero de 1800. La época del Romanticismo – deduje yo debido a mis pocos conocimientos de literatura-. Un Romanticismo un tanto oscuro, pues por lo que se habla en él, el terror cobra vida. Historias de fantasmas, brujas, vampiros, hombres lobo…Pero no hay ningún tipo de información de su propietario. No sé ni siquiera si se trata de un chico o una chica. No pude evitar abrir los ojos al leer lo siguiente: “Soy víctima de una maldición de la época. Me fue otorgado el don de la inmortalidad. No envejezco. Cada año que pasa, veo como mis seres queridos me abandonan en este mundo”. ¿Será cierto? ¿Seguirá viviendo esta persona? ¿Será una autoficción? Tengo mis dudas. Pero intrigada, sigo leyendo.

Entonces sentí cómo cerraban una puerta. Sobresaltada, me levanté y grité si alguien estaba ahí. No obtuve respuesta. Temerosa, cogí mi móvil y tenía puesto en marcación rápida a mi madre por lo que pudiese pasar. No es por ser pesimista, pero en mi urbanización ha habido casos de robos. Vuelvo a gritar si hay alguien ahí. Nuevamente no tengo respuesta. Entonces siento unos pasos subiendo las escaleras que  llevan a la parte alta de la casa. Es decir, los dormitorios. El de mi madre -al fondo del pasillo-, el de mi hermano –que aunque esté en Sevilla, sigue su cuarto aquí para cuando viene en verano y está al lado de mi dormitorio- y el mío, donde estoy en estos momentos.  No tengo nada parecido a un arma blanca en mi habitación,  pero se me ocurrió coger un zapato de tacón de unos 12 cm – o eso creo- que compré en Bershka. Para más colmo, a pesar de ser de día aún, las ventanas estaban todas cerradas y la casa estaba a oscuras. Supe que fuese quién fuese estaba en la planta alta de la casa porque oí un ligero tropiezo con el baúl que está al comienzo de esta plata alta. Nunca me había alegrado tanto de que mi madre hubiese puesto ese baúl lleno de trastos varios ahí. Se acercaba. Sus pasos sonaban cada vez más cerca. Cuando percibí que iba a entrar en mi habitación, grité histérica y me abalancé contra esa persona y le empecé a golpear con el zapato de tacón. Nos caímos. Y mi móvil se cayó en ese momento, pero estaba lejos de mi alcance. Estaba aterrorizada y no quería abrir los ojos. Pero oí un quejido y cuando miré al frente, se trataba de Óscar.




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