Los
rayos de luz del sol entraban por mi
ventana y me encandilaban. Mi cuarto estaba totalmente iluminado. Muy a mi
pesar, miré qué hora era. Las 12:00 a.m. Sigo en la cama aún y no tengo ganas
de levantarme. De pronto mi madre no
para de gritar mi nombre.
¡Claudia!
¡Claudia! – No paraba de gritar- ¡Claudia! –Cada vez parecía que estaba más
cerca- ¡Claudia! –Y me arrebató las sábanas en menos de un minuto. Me puse en
postura fetal hasta que mi madre me recordó por enésima vez que teníamos que ir
al cementerio a visitar la tumba de mi padre y
enramar, como todos los meses. Rosario -mejor conocida como mi madre-
estaba buscándome la ropa con la que iba a ir vestida en el armario cuando yo
alcé la mirada y comencé a asimilar que ya comenzaba otro duro día en esta
absurda realidad. Ojalá la vida real fuera como una novela de C.S.Lewis – autor
de Las Crónicas de Narnia- o algunas de esas series de televisión cuyos
argumentos son más interesantes que la vida misma.
Una
vez estuve preparada, mi madre y yo fuimos al cementerio. Ya he llorado tanto
por la muerte de mi padre que ni una sola lágrima suelto cuando estoy ante su
tumba. Fue muy duro para mí perderle. Mi
padre lo era todo para mí. Todas las cosas que yo hacía, las hacía para ganarme
su atención. A pesar de que mi hermano mayor, Lucas, está en Sevilla estudiando medicina y ha sido
un muchacho ejemplar, yo siempre fui la niña de sus ojos. Pero igualmente nos
quería a los dos, pero sentía más debilidad por mí – o por lo menos eso era lo
que decía.
Todavía
recuerdo el día de su muerte. Yo tenía once años cuando el murió. Mi padre era
un héroe. Murió por defender a una mujer en el metro de un hombre que pretendía
abusar de ella. Estábamos mi madre, él y yo esperando el metro. Mi padre -que
vio cómo ese hombre golpeó a la mujer y la ultrajaba- se acercó, le golpeó y el
tío sacó una navaja. Él, sin miedo, intentó golpearle de nuevo, cuando ese hombre acertó con su navaja y le hizo una incisión a mi
padre por debajo de la costilla derecha. Mi padre se quedó de rodillas y
comenzó a quejarse. Mi madre y yo no parábamos de gritar por él y de llorar. De pronto volvió y le enterró esa
navaja unas tres veces más. Se echó a correr y la mujer, rápidamente, llamó una
ambulancia, mientras mi madre y yo acudimos a donde estaba mi padre desplomado
en el suelo. Era una persona que no quería demostrar su debilidad ante los
demás, por muy mal que estén las cosas.
Vámonos
a casa, que yo puedo curar esto – nos
dijo mirándonos y quitándole la importancia al hecho que acababa de ocurrir-.
La herida es demasiado profunda, será mejor que te vea un médico- dijo mi madre
ayudando a levantarle. Testarudo, le dijo a mi madre- Rosario, en el ejército
he curado heridas en peor estado-. Entonces empezó a contar una de sus anécdotas
con un compañero del ejército. Era la última vez que me escuchaba esa anécdota.
Aquella
mujer estaba petrificada en la esquina, llorando y no paraba de decir que era
su culpa. Pero no, no era su culpa, sino del desgraciado y malnacido vándalo
que le enterró la navaja esas cuatro veces.
El final ya lo conocéis. Mi padre murió, pero murió como un héroe. Lo último que me dijo fue que cuidase de mi madre
y que pasara lo que pasara, que no parase de luchar por mis sueños. Mi madre y yo no somos muy íntimas, pero no
tenemos una muy mala relación. Mi hermano lo pasó fatal, pues mi padre y él eran como uña y carne. Menos
mal que no estuvo esa noche para ver cómo el hombre más grande que he conocido
perdía la vida esa noche, por involucrarse en conflictos que normalmente la
gente sabia – o cobarde, según se mire- pasaban por alto.
Ahora
que tengo dieciséis años, que no llore cuando vengo a visitarle no significa
que no me acuerde de él, porque cada día que me levanto, lo hago por él y por
mi madre también.
Pasé
la tarde frente al ordenador escuchando música y actualizando mi Facebook. Pero no tardó mucho en que mi
madre me comunicase que tenía una visita. Era Óscar, mi mejor amigo desde que
tengo uso de razón. Hace ya casi dos meses que empezamos el bachillerato en el instituto y como
siempre estamos juntos, muchos creían que éramos novios, pero yo a él no le veo
de ese modo y creo que él a mí tampoco. Pero tenemos mucho en común. Nunca
había tenido tanto interés en un chico como el que suelen tener las típicas
adolescentes de hoy en día. Pero este año el corazón se me desbocó cuando
conocí a Eric. Es un chico alto, rubio, ojos azules y jugador de fútbol. Su
simpatía y su carisma me robaron el corazón cuando nos pusieron juntos para
hacer un trabajo de Filosofía. Le debo a Óscar que hoy esté con él. Óscar, sin más, cuando le
conté que me gustaba y que él me había pedido ir juntos un día al cine, le
advirtió que si se pasaba conmigo le haría la vida imposible. Es un gran amigo. Otro héroe como mi padre.
Óscar
entró en la habitación y se tiró en mi cama. Estaba cansado decía. Mi amigo Óscar es moreno de piel, ojos azules
como el cielo y pelo castaño. Físicamente no está mal, pero es mi amigo, sería
una aberración contra la naturaleza. Eso sí, es súper divertido. Me hace reír
mucho cuando buscamos cosas graciosas por internet. También solemos leer libros
que estén de moda o no. Y nos turnamos. Una tarde le toca a él leer y otra a
mí. Hoy le tocaba a él terminarme de leer Los
Juegos del Hambre. De repente, veo cómo se desliza por la cama y con un
gesto de lo más ágil, abre la mochila que tiró al suelo cuando se lanzó sobre
mi cama, dejando –como siempre- mi edredón impregnado de su colonia barata, e
inmediatamente saca el famoso best-seller
de Suzanne Collins para leerme el final. Es un chico que pasa de ser presumido
como los tíos de hoy en día. A él todo eso le da igual. Además, me da la
impresión de que pasa hasta de buscar pareja. Yo tampoco le pregunto, pues es
uno de esos temas que nunca se hablan. Siempre he tenido curiosidad por saber
cuál es su tipo de chica ideal. Pero cualquier chica honrada me parece bien para
él. Mientras lo quiera tal cual es, seré feliz por él.
Venga
Claudia. Ven y túmbate, que mi sensual
voz va hipnotizarte durante la lectura- me dijo con una sonrisa poco disimulada
mientras se acomodaba en la cama. Mi cama. Me levanté del escritorio, apagué el
ordenador, me descalcé y me acoplé en la cama, reclamando mi lugar de descanso.
Solo mío.
A
medida que la lectura avanzaba, fui acomodándome en la cama y me apoyé sobre su
regazo, sin pasar por alto las hazañas de Peeta Mellark y Katniss Everdem de su
boca.
¡Muy
buen libro!- dije emocionada con ese final que me dejó con ganas de más. Tendré
que comprarme el segundo. No pienso quedarme con las ganas.
¿Muy
buen libro? Claro, a mi narración que le den ¿no? No hay buen libro, sin un
buen narrador, que lo sepas. – me dijo
con tono de indignación.
Bueno,
ahora que lo dices quién lo narra es Katniss Everdem. Tú solo te has limitado a
leerme sus palabras en voz alta, así que eso no cuenta – le dije aguantándome
la risa para poder chincharlo.
El
próximo libro te lo va a leer tu amado Eric, señorita listilla. ¡Ah no! Se me olvidaba. No sabe contar hasta cinco,
así que no creo que sepa leer – no le vi en el momento que dijo eso porque me
acaba de levantar para volver a encender el ordenador, pero suponía que tenía
una sonrisa de oreja a oreja al decirlo y quedarse tan pancho. Aun así, no iba a
caer en sus juegos. No señor. Pero sabía que no tardaría en hablar de nuevo. - ¿Qué
haces? – me preguntó.
Aburrida.
Necesito algo que me motive. No tengo gana de ir mañana clase – le dije. ¿Y
quién las tiene?- me respondió. ¿Qué libro te apetece que te lea mañana?- le
pregunté. Así no me arriesgaba a traerle uno que no le gustase o que ya se
hubiese leído por su cuenta.
No
sé. ¿Tú crees que en la biblioteca del instituto tengan la biografía de Steve
Jobs?- contestó.
Será
cuestión de preguntar. Si no, en caso contrario te traigo Cien años de soledad, que es precioso y sé que te va a encantar.
¡Cursiladas
no! Ya bastante tuve con la saga de Crepúsculo
y The host, la huésped – se quejó,
saliéndole la vena de hombre. Para él un libro sin acción y misterio no es un libro. ¿Pero dónde mete este chico ese
romanticismo? No lo comprendo. Insensible.
Como
a él le tocaba leerme, yo tuve que elegir una película para ver juntos. Preparé
palomitas y como mi madre se olvidó de comprar zumo, me vi obligada a abrir la botella de Pepsi que quedaba en la nevera.
Sorpréndeme.
¿Qué película has escogido? Prefiero saberlo de antemano para que me dé tiempo
de salir corriendo si se trata de alguna pastelada de las tuyas –dijo mientras
miraba la hora en su móvil a la vez que su boca sonreía pícaramente.
No
te quejes que te traje del videoclub la película de Transformers 3. Pero si no quieres verla te pongo un documental de
esos de la 2 –le solté a la vez que le
daba su vaso de refresco y acomodaba
sobre mi cama la bandeja con las palomitas, galletas y mi refresco. Menos mal
que mi madre estaba todavía trabajando
en su consulta de veterinaria porque no le gusta que comamos encima de
la cama. Yo me encargo de limpiarlo luego, antes de que venga. Si no, los dos
salimos volando de esta casa.
Al
día siguiente – como de costumbre- mi
madre me llevó al instituto. Allí estaba
Eric, esperándome para entrar juntos. Todo un galán. Con ese polo azul marino
que le resalta los ojos claros que tiene. Piratas grises y zapatillas blancas,
a juego con la mochila Reebok. No
puedo evitar analizar cómo van vestidas las personas. Creo que es mi instinto
de mujer y mi afán por la moda. Le di un beso a mi madre y me bajé del coche
para reunirme con mi chico. A medida que caminaba hacia él, veía cómo cada vez
su mirada se detenía más y más en mí. Yo sin embargo, no paraba de sonreír y agachar la cabeza.
¡Aquí
estás nena!- me dijo en el momento en que me dio un beso- Me he ganado dos
entradas para ir este viernes al cine al estreno de Tengo ganas de ti. ¿Qué me
dices? ¿Te apetece salir a cenar, ir al cine y dar un paseo los dos juntos?
¡Me
encantaría!- dije. Hacía días que no estaba con Eric. Él casi siempre está
ocupado entrenando en el fútbol y la mayoría de nuestras conversaciones son o
por teléfono o a través de Skype. La
verdad es que tenía ganas de poder estar con él y no sólo oírle por teléfono o verle a través de mi ordenador. Me rodeó con su
brazo derecho sobre mi hombro derecho y
nos fuimos poniendo al día hasta llegar
a clase. Entramos y nos sentamos en nuestros correspondientes sitios. Yo
delante de Óscar -que estaba hablando con
Sofía y Pablo y tan concentrado en la conversación que ni se dio cuenta
de que entramos para saludar- y Eric a mi lado. A mi izquierda, detrás de su
amigo Jorge y delante de Vanesa. Las horas de clase poco a poco se fueron pasándose
y yo aproveché el descanso para ir a la biblioteca a buscar el libro que Óscar
me había pedido, ya que me tocaba leerle hoy. Me dirigí a la parte de
biografías y autobiografías, a ver si estaba el de Steve Jobs, que tanto
ansiaba. ¿Cómo voy a leerle una autobiografía? La verdad, cada vez este chico
me sorprende más. ¿Qué más querrá saber de ese hombre? En fin…Estaba mirando en
las estanterías y no la veo. Pero de pronto, veo una autobiografía que me
sorprende que esté en la biblioteca de un instituto: La autobiografía de Ana
Obregón. Justo cuando la cojo se caen un par de libros al suelo. Avergonzada,
miro a ambos lados a ver si alguien me ha visto o si vienen a quejarse por el
ruido que cabo de hacer y en seguida me dispongo a recogerlos y colocarlos en
el lugar que les corresponde. Pero al agacharme, veo que en el último estante,
el que empieza desde el suelo, hay una caja con pinta de haber estado ahí años.
Estaba llena de polvo y estaba en mal estado. Arañada y parecía vieja. Soplo el
polvo y cuando la abro, hay una especie de libro. Pero al abrirlo, me doy
cuenta de que se trata de un diario personal. También había muchas páginas
sueltas dentro de la caja. Lo que más me extrañó es que no figuraba su dueño o
dueña. Tenía pinta de ser antiguo. Pero lo curioso es que la caligrafía era
totalmente comprensible, no era una escritura de hace siglos ni mucho menos.
Similar a cualquier caligrafía de una persona de hoy en día. Como el bibliotecario
se acercaba guardé la caja con el diario en mi mochila. Miré alrededor para
asegurarme de que nadie me había visto “tomándolo prestado”. Pero al mirar al
frente, casi me da un vuelco el corazón
cuando al otro extremo de la estantería veo a Manuel mirándome.
Claudia,
Claudia, Claudia. ¿Acaso tu mamá no te ha dicho que está mal robar?- dijo con
ese tono siniestro y arrogante con el que habla siempre. Me repatea.
Lo
sé. Pero si he de ir al infierno, quién mejor que tú para que me guíe. ¿No
Manuel? –Le espeté disponiéndome a salir cagando leches de allí hasta que me
volvió a hablar.
Por
cierto, no te he felicitado. No creía que a Eric le encantasen los retos como
tú. Pero bueno, supongo que para gustos colores ¿no? Espero que si algún día
hay boda esté invitado. No me la perdería por nada del mundo. Guarda bien eso
que acabas de meter en la mochila porque lo que acabas de hacer es ilegal. –Es raro
verle sonreír, pero lo hizo para despedirse de mí- ¡Te veo en clase!
Las
clases acabaron, comí y rápidamente subí a mi habitación. Aburrida de mirar
siempre el Facebook, buscar cotilleos
y demás por internet, me quedé mirando fijamente la mochila. La abrí y allí
estaba esa extraña caja. Por su aspecto parecía sacada de la película de Jumanji –perdonad mis comparaciones o
referencias, soy un poco friki. Tenía la esperanza de que no estuviese ahí.
Tenía remordimientos. Pero bueno, la devolveré con su diario y todo lo demás en cuanto
alimente mi intriga. La cogí y la abrí. Saqué el diario y me puse en el
escritorio.
Según
me puse a indagar en este misterioso diario, averigüé que su dueño/a vive, pues
analizando la última fecha escrita y databa del año pasado. Pero debe tratarse
de una coña o algo. Cuando comencé a leer, la primera fecha que aparece es 7 de Febrero de 1800. La época del
Romanticismo – deduje yo debido a mis pocos conocimientos de literatura-. Un
Romanticismo un tanto oscuro, pues por lo que se habla en él, el terror cobra
vida. Historias de fantasmas, brujas, vampiros, hombres lobo…Pero no hay ningún
tipo de información de su propietario. No sé ni siquiera si se trata de un
chico o una chica. No pude evitar abrir los ojos al leer lo siguiente: “Soy
víctima de una maldición de la época. Me fue otorgado el don de la
inmortalidad. No envejezco. Cada año que pasa, veo como mis seres queridos me
abandonan en este mundo”. ¿Será cierto? ¿Seguirá viviendo esta persona? ¿Será
una autoficción? Tengo mis dudas. Pero intrigada, sigo leyendo.
Entonces
sentí cómo cerraban una puerta. Sobresaltada, me levanté y grité si alguien
estaba ahí. No obtuve respuesta. Temerosa, cogí mi móvil y tenía puesto en
marcación rápida a mi madre por lo que pudiese pasar. No es por ser pesimista,
pero en mi urbanización ha habido casos de robos. Vuelvo a gritar si hay alguien
ahí. Nuevamente no tengo respuesta. Entonces siento unos pasos subiendo las
escaleras que llevan a la parte alta de
la casa. Es decir, los dormitorios. El de mi madre -al fondo del pasillo-, el de mi hermano –que aunque esté
en Sevilla, sigue su cuarto aquí para cuando viene en verano y está al lado de mi dormitorio- y el mío, donde
estoy en estos momentos. No tengo nada
parecido a un arma blanca en mi habitación,
pero se me ocurrió coger un zapato de tacón de unos 12 cm – o eso creo-
que compré en Bershka. Para más
colmo, a pesar de ser de día aún, las ventanas estaban todas cerradas y la casa
estaba a oscuras. Supe que fuese quién fuese estaba en la planta alta de la
casa porque oí un ligero tropiezo con el baúl que está al comienzo de esta
plata alta. Nunca me había alegrado tanto de que mi madre hubiese puesto ese
baúl lleno de trastos varios ahí. Se acercaba. Sus pasos sonaban cada vez más
cerca. Cuando percibí que iba a entrar en mi habitación, grité histérica y me abalancé
contra esa persona y le empecé a golpear con el zapato de tacón. Nos caímos. Y
mi móvil se cayó en ese momento, pero estaba lejos de mi alcance. Estaba
aterrorizada y no quería abrir los ojos. Pero oí un quejido y cuando miré al
frente, se trataba de Óscar.
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