Hoy ha sido un día de
lo más extraño. Manuel me ha pedido que
enviara un mensaje a un número desde un teléfono público. No comprendo por qué
está siendo tan simpático conmigo. Creo que en el fondo no es tan malo cómo
quiere aparentar. Estoy preocupado por Claudia. No hemos hablado desde esa
pequeña discusión que tuvimos en su habitación y me siento mal. En clase de
Ciencias para el Mundo Contemporáneo, no pude parar de mirarla. La notaba
distante. La esperé a la salida de clase. Al verla salir le dije que la
acompañaba, que necesitaba hablar con ella por el camino.
¿Estás bien? – le
pregunté después de caminar un buen trecho en silencio.
No. La verdad es que
no. Anoche descubrí en el móvil de Eric que fue él quien sacó la foto de Mario
y Manuel. La verdad es que no sé qué pensar. Tal vez él pudo ser el mismo que
te atacó en la biblioteca y, por lo tanto, el dueño del diario…-respondió.
¿Hay algo más que me
estés ocultando? –le volví a preguntar.
Anoche, había alguien
en casa y me hizo una especie de acertijo. No sé qué puede significar, pero
tranquilo que lo descubriré y se los comentaré –me dijo.
¿Estás segura? Sabes
que puedes contar conmigo –le dije, aunque no hacía falta que se lo dijese,
ella lo sabía –Claudia, sé que he sido un imbécil, pero por favor, no quiero estar mal contigo ¿vale?
Porque tú eres más importante en mi vida de lo que tú crees. Prefiero tenerte
en mi vida como amiga a no tenerte como nada en ella. ¿Qué me dices?
Bueno, hasta los
mejores amigos discuten ¿no? –me dijo rodeándome con su brazo mi torso y
caminando los dos juntos. Me sentí realizado después de arreglar lo que me
había encargado de estropear la noche anterior por reconocer mis sentimientos
después de mucho tiempo encerrados.
Confié en lo que me había dicho Manuel y mandé el
mensaje de camino a casa. ¿Qué podía perder?
En la noche
–concretamente a las 20:00 horas de este viernes interminable- decidí salir a dar una vuelta y caminar por
el parque. Cansado de ponerme a correr con el ritmo de la canción de Give me everything tonight de Pitbull.
Cansado me senté en el muro más cercano a mí en el parque. No tardé en ver cómo
una silueta bajo de una farola empezó a aproximarse a mí. Era inconfundible.
Sabía que la volvería a ver.
¡Al fin a apareces! –le
dije sonriendo.
Te dije que tendrías
noticias mías ¿no? Sólo me encontrarás si deseo que me encuentres. Siempre
ganaba jugando al escondite de pequeña, ¿recuerdas? –Me dijo Verónica.
¡Cierto! Pero irte a tu
casa y dejar a uno buscándote en la zona de juego no era válido, que conste…-respondí.
¿Quieres que te muestre
algo? –me propuso.
Depende…-le dije
mirando al suelo, sabiendo cuál iba a ser su respuesta.
¿De qué depende? –me
dijo. Sabía que iba a responder eso.
Bueno, ¿qué gano si
voy? –le dije esta vez mirándola a los ojos.
¿Quieres algo más que
mi compañía? –dijo sonriendo y ofreciéndome su mano para que se la tomase.
Me llevó hasta el
mirador del pueblo en pleno noche con el cielo estrellado y todo transmitía una
paz y una calma increíble. Era una noche perfecta.
Sabes, me encanta venir
aquí y pensar. Muchas veces pasamos por alto momentos cómo estos, pero nunca se
sabe cuándo volveremos a disfrutar de ellos –comentó.
Del vértigo me puse un
poco alejado de ella y, por supuesto, un poco más atrás. Empecé a sentirme más
seguro que al borde de ese acantilado desde el que se podía ver un maravilloso
pueblo iluminado, quizás dentro de cada hogar una entrañable historia.
Ella se acercó a mí y
me tomó de las manos y me arrastró hacia ella. Comencé a respirar fuerte e
intenté no mirar abajo. Se puso delante de mí e hizo que mis brazos rodeasen su
cintura. Besó mis manos y se dio la vuelta y estábamos frente a frente. Sus
ojos verdes me hicieron compararla con una gata. Apoyé mi cabeza contra la
suya. No quise decir nada, no quería estropear el momento. Ya no sé ni qué
sentía ni por quién. Estaba confundido. Me dio un beso y nos sentamos abrazados
contemplando esa noche digna de recordar. Empezamos a recordar viejos tiempos.
Batallitas de cuando éramos niños. No parábamos de reírnos. Le di un beso en su
cabello y ella mirando al cielo dijo: “Me encanta sentirme así de viva”. Me
preguntaba cuál sería el motivo por el que la familia de Verónica lo estaba
pasando tan mal, tal y como me dijo mi padre la noche de la cena.
Volvimos juntos a casa.
Ella se despidió de mí en la parte trasera de mi casa y no pude evitar
pronunciar la palabra que no debería haber dicho esa primera noche: “Te
quiero”. Ella sonrió, me miró extraño y una voz interrumpió el momento,
apareciendo una silueta de lo más familiar allí.
¿Óscar? ¿Con quién
estás hablando? –preguntó Claudia.
Con Verónica, una
amiga. Ven te la presentaré- –Pero cuando volví a mirar ya ella se había ido
–Bueno, estaba. Da igual, no importa. ¿Qué haces tú aquí? -la miré y no paraba de llorar- Claudia, ¿te
ocurre algo?
No, nada. No quiero
molestar. Ya hablaremos mañana, ¿vale? –dijo dándome un beso el cachete. Me
miró y se fue. Yo me quedé allí pasmado hasta que el frío hizo que entrase a
casa.
Antes de la clase de
Historia Contemporánea del día después, Manuel vino a mí a agradecerme que
enviase el mensaje y que haya confiado en sus palabras. Pero fue él quien me
dio una mala noticia –o buena, depende de cómo se mire-. Me dijo que Eric
estaba liado con nuestra tutora y que se lo demostró a Claudia ayer. Para eso
era el mensaje. Ahora comprendo por qué Claudia estaba fatal anoche. Así que me
levanté de inmediato y fue en su busca por el pasillo. Pero, nada. Ella no vino
a clase.
Después de clase fui a
casa de Verónica. Conseguí sonsacarle a mi padre la dirección de la casa. Sin decirle a qué iba. Cuando llegué me di
cuenta que era un piso, no una casa. Yo recordaba que vivían en una casa, una
casa al aire libre. Toqué el timbre y esperé a que me abriesen. La madre de
Verónica abrió la puerta.
¡Hola Óscar! ¿Le pasó
algo a tu padre? -preguntó.
No. He venido a ver
Verónica, me gustaría poder llevarla al cine
e invitarla a cenar a ser posible…-le respondí.
La mujer se quedó
atónita. Empezó a llorar. Por un momento pensé que le iba a dar algo allí –será
que es demasiado conservadora y autoritaria como para que su hija tenga una
cita conmigo- pero no tardó mucho en volver en sí.
¿Se trata de una broma?
–gritó.
No señora, yo solo
venía a…-dije sin poder acabar cuál era el motivo de mi visita.
¿Cómo puedes disfrutar
con las desgracias ajenas? –Dijo llorando- ¡Mi hija está muerta! ¿Y encima te
me presentas aquí y me sueltas una broma de mal gusto? ¡Vete! ¡Vete! –comenzó a
gritar. Yo asustado corrí escaleras abajo, salí del portal y no pude evitar sentirme
confuso. Verónica, ¿muerta? Ahora comprendo a qué vino la expresión de anoche: “Me encanta
sentirme así de viva”. No puedo evitar sentir escalofríos de pensarlo y
remordimientos por hacer sufrir a esta familia por un descuido mío. Ya podía
prepararme para un castigo por parte de mi padre.
Ahora todo cobraba
sentido: Las palabras de mi padre al decirme que su familia lo estaba pasando
mal, que ella durante la cena no hablase y nadie le dirigiera la palabra, esos
comentarios suyos sobre no pararse a disfrutar de los buenos momentos de la
vida…Pero, ¿por qué puedo verla yo?
Varias
semanas después…
Las semanas pasaron y
todo parecía estar igual. Claudia no ha superado aún lo de Eric. Mario y
Manuel, ni siquiera se miran. Y Verónica no ha vuelto a manifestarse ante mí
después de que metí la pata yendo a su casa. Habíamos dejado el tema del diario
de lado. Desde que ese diario apareció, las cosas comenzaron a complicarse y
desde que estamos así separados, no ha vuelto a ocurrir nada. Pero va siendo
hora de que nos reunamos. Así que convencí a mis padres de que me dejasen
invitar a los chicos a la casa del campo. Allí estaríamos el fin de semana y
podríamos, entre todos, averiguar más sobre ese diario. No me digáis cómo lo
logré, pero los reuní en mi casa de campo.
Allí estábamos en medio
del luminoso salón color garbanzo, todos sentados los sofás de la casa. Hice
una pequeña observación a aquellos que me rodeaban ese momento. Mario estaba
algo inquieto y nervioso, no paraba de mirar el móvil. Creo que para él la
situación era violenta e incómoda. Claudia estaba como distante quitándose
algunas puntas de su cabello sin mirar a ninguno de nosotros. Y Manuel, que no
tardó en intervenir.
Y bien fideo fino, ¿piensas
decirnos que hacemos aquí? O por lo
menos en mi caso, ¿vas a decirme de que pinto
yo aquí? No sé ni por qué vine –dijo. Parecerá una bobería, pero extrañaba
oírle metiéndose con nosotros o conmigo.
Bueno, en tu caso, te
estoy muy agradecido por hacer que Claudia descubriese lo de Eric –dije.
¿Agradecido? ¿Por
qué? Fue por su egoísmo, no le importa
nada más que él, él y, déjame pensar, ¡ah sí! ¡Él! –dijo Mario inmediatamente.
Al menos yo tuve el
valor de demostrarle la realidad de las cosas. Si de verdad fueses su amigo se
lo hubieses dicho y no dejas que él la engañase –gritó Manuel.
Claudia se levantó y al
fin intervino.
Es mi problema, no el
vuestro. Obviamente si lo sabíais preferiría que me lo contaseis a que me lo
oculten. Manuel, muchas gracias. No hemos sido muy buenos amigos, pero estoy
abierta a conocerte como realmente eres –dijo levantándose y dándole a Manuel
un abrazo.
¡Basta ya! ¡Basta ya!
Voy a vomitar con tanto amor repentino. En fin, ¿a qué se debe mi presencia
aquí? Entiendo que ustedes estéis aquí,
sois amigos, pero yo…
A ver, yo sinceramente
quiero consultarles algo. ¿Creéis en los espíritus? –formulé.
Sus caras fueron todo
un poema.
Puse al día a Manuel
con el tema del diario. Luego les comenté a todos los detalles con mi “rollo
fantasma”. De pronto Manuel comentó que había tenido una mala experiencia en su
baño con un mensaje en un espejo y Claudia remató el momento contando que una
presencia extraña le dijo un acertijo en su oído.
Chicos, he pensado que
deberíamos jugar a la ouija –dije.
¿Qué? –gritaron todos a
la vez.
A ver, ¿tu idea es que
nos golpeemos nuestros pechos de King Kong y vayamos tras unos fantasmas y
quizás de algún psicópata que no envejece para desvelar el misterio de un
extraño diario que tiene más años que matusalén? –Dijo Manuel exaltado con su sarcástico
carácter.
Chicos, es lo único que
puede darnos las respuestas que buscamos –aclaré con la intención de
convencerles.
No me puedo creer que
haya acabado involucrado aquí con vosotros…-dijo Manuel.
Puedes irte si lo deseas,
chato.- le respondió Mario- Cuenta conmigo. Si hace falta jugar a ello para
descubrir a la persona que tantos problemas nos ha dado con un mísero diario, se
juega –dijo situándose justo a mi lado.
He de reconocer que
tengo miedo, pero no pierdo nada por jugar a ello. Si ya tengo un ente o lo que
sea rondándome y susurrándome al oído qué más da que aparezca otro…- expresó
Claudia sonriéndome por primera vez después de que Eric y ella hubiesen roto.
Claudia, Mario y yo nos
quedamos mirando para Manuel.
¿Y tú? ¿Juegas o no? –le
preguntó Mario.
Manuel se alejó de
donde estábamos. Se acercó a la ventana, miró fuera. Cruzó sus brazos. Cerró
los ojos y suspiró. De pronto se giró y mirándonos respondió.
Supongo que no me queda
de otra que estar de vuestro lado ¿no? Ya me habéis contado todo sobre el
diario y lo demás, así que estoy implicado –dijo y se puso de nuestro lado.
Observé cómo Mario
sonrió al decir eso. Me encargué de sacar el tablero y preparé todo para el
juego. Si había alguna manera de obtener respuestas, era invocando a Verónica.
Ella tenía la clave. Al ser un fantasma, debía tener algún tipo de
conocimiento. Ellos observan todo.
Formamos un círculo
alrededor del tablero. En el tablero figuraban las letras del abecedario, la
palabra “hola”, “adiós”, “sí”, “no”, “quizás” y los números del 0 al 9.
Cerramos todo en la casa: puertas y ventanas. Ya estaba anocheciendo. Coloqué
velas encendidas a nuestro alrededor. Nos cogimos de la mano y comenzó el
juego.
Cómo indicador –el objeto
que el ente se encargará de desplazar y donde nuestros deben posarse- era un
vaso de cristal.
Chicos, debemos poner el
dedo con el que señalamos en el vaso. Mantened la mente en blanco y, por favor, no os toméis esto como un juego, si
no nunca vamos a obtener las respuestas
que buscamos –expliqué-.Bien ahora cerremos los ojos –ordené.
¿Y ahora qué? ¿Les enviamos
un mensaje a los espíritus o esperamos a ver si se deciden al cruzar el puente
entre el más allá y nuestro mundo? –dijo Manuel.
¡Chusssst! ¡Tómatelo en
serio, joder! –le dije-. ¡Espíritus del más allá, yo les invoco! -Grité- ¡Manifestaos!
De pronto no sé cómo,
pero las ventanas se abrieron de golpe. Una violenta ráfaga de viento se coló
por ellas apagando las velas que yo
había encendido. Allí había alguien más. Podía sentirlo.
No soltéis el dedo del
vaso en ningún momento, pase lo que pase. ¡No lo hagáis hasta que yo os lo
diga! –les dije- ¿Hay alguien ahí?
Nuestros rostros
reflejaban el terror que sentíamos en ese momento preciso cuando el vaso se
desplazó al “sí” del tablero.
Dinos, ¿cuál es tu
nombre? –formulé. Sin embargo no obtuve respuesta.-Hemos preguntado, ¿cuál es
tu nombre? –Pero otra vez no obtuve respuesta –Espíritus, abandonamos este
canal de comunicación con ustedes. Les indiqué que ya podíamos soltar el vaso.
¿Quién fue el gracioso
que movió el vaso? –preguntó Claudia.
El vaso se ha movido
solo –dije.
Si se hubiera movido
solo, hubiésemos obtenido una respuesta a la pregunta que tuviste que repetir,
Óscar –me gritó.
Claudia, ¿no lo
sientes? Aquí hay alguien más. Puedo sentir esa presencia. Hemos conectado,
sólo que la manera de contactar con Verónica no es la que llevamos a cabo –aclaré.
Dame los datos de tu
amiga la muerta –me dijo Manuel sacando su iPhone.
Verónica Gómez Alcázar –le
indiqué.
¿Qué se supone que
estamos haciendo? –Preguntó Mario.
Necesitamos saber más
sobre la muerte de Verónica ¿no? –Dijo Manuel- Si fue una muerte trascendental
o algún caso peculiar debería salir en Google. Habíamos dicho que tal vez ella
fue la que escribió en mi espejo del baño y la que susurró al oído de Claudia. Necesitamos
saber qué quiere y qué le pasó. –Miró el móvil- ¡Bingo! Murió hace dos años. ¡Oh
Dios mío! Yo sé su historia –comentó Manuel asombrado.
¿De qué estás hablando?
–le comenté.
¿No conocéis la
historia de Verónica? –Preguntó- Según se dice,
era una chica tan serie que nunca se arriesgaba a hacer nada que se
escapase de lo permitido, así que unos compañeros de su clase la retaron a jugar
a la ouija en un viejo de su instituto que se estaba cayendo a trozos. Jugaron,
pero apartó el dedo del indicador antes de acabar de la partida por lo que el
espíritu se adhirió a su alma y el gimnasio se derrumbó quedando sepultada por
los escombros del accidente.
Nos miramos todos. Y de
repente el vaso del tablero se rompió y la mano de Mario salió perjudicada.
¡Auch! ¡Mierda! –se quejó.
Manuel acudió a él –Déjame
que te eche un vistazo. No es nada, son unos pequeños cortes, pero necesitaré
unas pinzas de las cejas para quitarte algunos cristales que puedes tener
incrustados.
¿Cómo ha pasado eso? –Preguntó
Claudia.
A ver, no he acabado,
chicos –dijo Manuel reclamando su atención- Dicen que para poder hablar con
ella, tienes que esperar a que sea media noche. Ponerte frente a un espejo,
cerrar los ojos y decir “Verónica” doce veces. Al abrir los ojos ella estará
ahí. Eso es lo que se dice.
Yo tengo miedo- dijo
Claudia.
Tranquila, estamos
todos juntos en esto -traté de calmarla.
Hicimos tiempo mientras
se hacían las 00:00 horas. Ya casi era esa hora. Así que subimos todos al baño
de la casa y sólo yo me puse frente a él y todos los demás detrás de mí. Seguía
sintiendo esa presencia extraña desde que el juego acabó. Ella está aquí, lo
sé.
Apagamos las luces. El
baño estaba iluminado por dos únicas velas. Cerramos los ojos.
Todos juntos a la de
tres. Una, dos y tres…-dije. Y pronunciamos su nombre doce veces. La luz del
baño se encendió y empezó a parpadear. Quedando únicamente iluminado por las
velas. Al mirar en el espejo, no podía creer lo que estaba viendo frente a mí.
Era Verónica, pero con un aspecto
aterrador, no es el aspecto con el que la había estado viendo anteriormente,
sino el verdadero estado de cuerpo. Los chicos se acercaron a mí y me dieron su
apoyo tomándome la mano como Claudia o en el caso de Mario y Manuel, posaron
sus manos en mis hombros.
Joer, me he acojonado viva... Ya me supuse yo que esta muchacha era un fantasma cuando aparecía y desaparecía asustando a Óscar!
ResponderEliminarTampoco es para tanto jejeje Pero sí, si te pones a pensar cómo fue ignorada en la cena en el cuarto capítulo, las frases de ella sobre valorar las cosas, el deseo de estar viva y demás, te acabas dando cuenta de que no podía ser otra cosa. ¿Qué te pareció el 7? ¿Y este? Te advierto que uno de los mejores va a ser el 10 -eso espero-.
ResponderEliminarQué fuerte... pobre Verónica...
ResponderEliminarSí, la verdad que da un poco de pena, pero su historia acojona un poco bastante. ¿Qué te pareció el capítulo Amanda?
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