viernes, 29 de junio de 2012

Capítulo 8: Verónica



Hoy ha sido un día de lo  más extraño. Manuel me ha pedido que enviara un mensaje a un número desde un teléfono público. No comprendo por qué está siendo tan simpático conmigo. Creo que en el fondo no es tan malo cómo quiere aparentar. Estoy preocupado por Claudia. No hemos hablado desde esa pequeña discusión que tuvimos en su habitación y me siento mal. En clase de Ciencias para el Mundo Contemporáneo, no pude parar de mirarla. La notaba distante. La esperé a la salida de clase. Al verla salir le dije que la acompañaba, que necesitaba hablar con ella por el camino.

¿Estás bien? – le pregunté después de caminar un buen trecho en silencio.

No. La verdad es que no. Anoche descubrí en el móvil de Eric que fue él quien sacó la foto de Mario y Manuel. La verdad es que no sé qué pensar. Tal vez él pudo ser el mismo que te atacó en la biblioteca y, por lo tanto, el dueño del diario…-respondió.

¿Hay algo más que me estés ocultando? –le volví a preguntar.

Anoche, había alguien en casa y me hizo una especie de acertijo. No sé qué puede significar, pero tranquilo que lo descubriré y se los comentaré –me dijo.

¿Estás segura? Sabes que puedes contar conmigo –le dije, aunque no hacía falta que se lo dijese, ella lo sabía –Claudia, sé que he sido un imbécil, pero  por favor, no quiero estar mal contigo ¿vale? Porque tú eres más importante en mi vida de lo que tú crees. Prefiero tenerte en mi vida como amiga a no tenerte como nada en ella. ¿Qué me dices?

Bueno, hasta los mejores amigos discuten ¿no? –me dijo rodeándome con su brazo mi torso y caminando los dos juntos. Me sentí realizado después de arreglar lo que me había encargado de estropear la noche anterior por reconocer mis sentimientos después de mucho tiempo encerrados.

Confié  en lo que me había dicho Manuel y mandé el mensaje de camino a casa. ¿Qué podía perder?

En la noche –concretamente a las 20:00 horas de este viernes interminable-  decidí salir a dar una vuelta y caminar por el parque. Cansado de ponerme a correr con el ritmo de la canción de Give me everything tonight de Pitbull. Cansado me senté en el muro más cercano a mí en el parque. No tardé en ver cómo una silueta bajo de una farola empezó a aproximarse a mí. Era inconfundible. Sabía que la volvería a ver.

¡Al fin a apareces! –le dije sonriendo.

Te dije que tendrías noticias mías ¿no? Sólo me encontrarás si deseo que me encuentres. Siempre ganaba jugando al escondite de pequeña, ¿recuerdas? –Me dijo Verónica.

¡Cierto! Pero irte a tu casa y dejar a uno buscándote en la zona de juego no era válido, que conste…-respondí.

¿Quieres que te muestre algo? –me propuso.

Depende…-le dije mirando al suelo, sabiendo cuál iba a ser su respuesta.

¿De qué depende? –me dijo. Sabía que iba a responder eso.

Bueno, ¿qué gano si voy? –le dije esta vez mirándola a los ojos.

¿Quieres algo más que mi compañía? –dijo sonriendo y ofreciéndome su mano para que se la tomase.

Me llevó hasta el mirador del pueblo en pleno noche con el cielo estrellado y todo transmitía una paz y una calma increíble. Era una noche perfecta.

Sabes, me encanta venir aquí y pensar. Muchas veces pasamos por alto momentos cómo estos, pero nunca se sabe cuándo volveremos a disfrutar de ellos –comentó.

Del vértigo me puse un poco alejado de ella y, por supuesto, un poco más atrás. Empecé a sentirme más seguro que al borde de ese acantilado desde el que se podía ver un maravilloso pueblo iluminado, quizás dentro de cada hogar una entrañable historia.

Ella se acercó a mí y me tomó de las manos y me arrastró hacia ella. Comencé a respirar fuerte e intenté no mirar abajo. Se puso delante de mí e hizo que mis brazos rodeasen su cintura. Besó mis manos y se dio la vuelta y estábamos frente a frente. Sus ojos verdes me hicieron compararla con una gata. Apoyé mi cabeza contra la suya. No quise decir nada, no quería estropear el momento. Ya no sé ni qué sentía ni por quién. Estaba confundido. Me dio un beso y nos sentamos abrazados contemplando esa noche digna de recordar. Empezamos a recordar viejos tiempos. Batallitas de cuando éramos niños. No parábamos de reírnos. Le di un beso en su cabello y ella mirando al cielo dijo: “Me encanta sentirme así de viva”. Me preguntaba cuál sería el motivo por el que la familia de Verónica lo estaba pasando tan mal, tal y como me dijo mi padre la noche de la cena.

Volvimos juntos a casa. Ella se despidió de mí en la parte trasera de mi casa y no pude evitar pronunciar la palabra que no debería haber dicho esa primera noche: “Te quiero”. Ella sonrió, me miró extraño y una voz interrumpió el momento, apareciendo una silueta de lo más familiar allí.

¿Óscar? ¿Con quién estás hablando? –preguntó Claudia.

Con Verónica, una amiga. Ven te la presentaré- –Pero cuando volví a mirar ya ella se había ido –Bueno, estaba. Da igual, no importa. ¿Qué haces tú aquí?  -la miré y no paraba de llorar- Claudia, ¿te ocurre algo?
No, nada. No quiero molestar. Ya hablaremos mañana, ¿vale? –dijo dándome un beso el cachete. Me miró y se fue. Yo me quedé allí pasmado hasta que el frío hizo que entrase a casa.

Antes de la clase de Historia Contemporánea del día después, Manuel vino a mí a agradecerme que enviase el mensaje y que haya confiado en sus palabras. Pero fue él quien me dio una mala noticia –o buena, depende de cómo se mire-. Me dijo que Eric estaba liado con nuestra tutora y que se lo demostró a Claudia ayer. Para eso era el mensaje. Ahora comprendo por qué Claudia estaba fatal anoche. Así que me levanté de inmediato y fue en su busca por el pasillo. Pero, nada. Ella no vino a clase.

Después de clase fui a casa de Verónica. Conseguí sonsacarle a mi padre la dirección de la casa.  Sin decirle a qué iba. Cuando llegué me di cuenta que era un piso, no una casa. Yo recordaba que vivían en una casa, una casa al aire libre. Toqué el timbre y esperé a que me abriesen. La madre de Verónica abrió la puerta.

¡Hola Óscar! ¿Le pasó algo a tu padre? -preguntó.

No. He venido a ver Verónica, me gustaría poder llevarla al cine  e invitarla a cenar a ser posible…-le respondí.

La mujer se quedó atónita. Empezó a llorar. Por un momento pensé que le iba a dar algo allí –será que es demasiado conservadora y autoritaria como para que su hija tenga una cita conmigo- pero no tardó mucho en volver en sí.

¿Se trata de una broma? –gritó.

No señora, yo solo venía a…-dije sin poder acabar cuál era el motivo de mi visita.

¿Cómo puedes disfrutar con las desgracias ajenas? –Dijo llorando- ¡Mi hija está muerta! ¿Y encima te me presentas aquí y me sueltas una broma de mal gusto? ¡Vete! ¡Vete! –comenzó a gritar. Yo asustado corrí escaleras abajo, salí del portal y no pude evitar sentirme confuso. Verónica, ¿muerta? Ahora comprendo a qué  vino la expresión de anoche: “Me encanta sentirme así de viva”. No puedo evitar sentir escalofríos de pensarlo y remordimientos por hacer sufrir a esta familia por un descuido mío. Ya podía prepararme para un castigo por parte de mi padre.

Ahora todo cobraba sentido: Las palabras de mi padre al decirme que su familia lo estaba pasando mal, que ella durante la cena no hablase y nadie le dirigiera la palabra, esos comentarios suyos sobre no pararse a disfrutar de los buenos momentos de la vida…Pero, ¿por qué puedo verla yo?

Varias semanas después…

Las semanas pasaron y todo parecía estar igual. Claudia no ha superado aún lo de Eric. Mario y Manuel, ni siquiera se miran. Y Verónica no ha vuelto a manifestarse ante mí después de que metí la pata yendo a su casa. Habíamos dejado el tema del diario de lado. Desde que ese diario apareció, las cosas comenzaron a complicarse y desde que estamos así separados, no ha vuelto a ocurrir nada. Pero va siendo hora de que nos reunamos. Así que convencí a mis padres de que me dejasen invitar a los chicos a la casa del campo. Allí estaríamos el fin de semana y podríamos, entre todos, averiguar más sobre ese diario. No me digáis cómo lo logré, pero los reuní en mi casa de campo.

Allí estábamos en medio del luminoso salón color garbanzo, todos sentados los sofás de la casa. Hice una pequeña observación a aquellos que me rodeaban ese momento. Mario estaba algo inquieto y nervioso, no paraba de mirar el móvil. Creo que para él la situación era violenta e incómoda. Claudia estaba como distante quitándose algunas puntas de su cabello sin mirar a ninguno de nosotros. Y Manuel, que no tardó en intervenir.

Y bien fideo fino, ¿piensas decirnos que  hacemos aquí? O por lo menos en mi caso,  ¿vas a decirme de que pinto yo aquí? No sé ni por qué vine –dijo. Parecerá una bobería, pero extrañaba oírle metiéndose con nosotros o conmigo.

Bueno, en tu caso, te estoy muy agradecido por hacer que Claudia descubriese lo de Eric –dije.

¿Agradecido? ¿Por qué?  Fue por su egoísmo, no le importa nada más que él, él y, déjame pensar, ¡ah sí! ¡Él! –dijo Mario inmediatamente.

Al menos yo tuve el valor de demostrarle la realidad de las cosas. Si de verdad fueses su amigo se lo hubieses dicho y no dejas que él la engañase –gritó Manuel.
Claudia se levantó y al fin intervino.

Es mi problema, no el vuestro. Obviamente si lo sabíais preferiría que me lo contaseis a que me lo oculten. Manuel, muchas gracias. No hemos sido muy buenos amigos, pero estoy abierta a conocerte como realmente eres –dijo levantándose y dándole a Manuel un abrazo.

¡Basta ya! ¡Basta ya! Voy a vomitar con tanto amor repentino. En fin, ¿a qué se debe mi presencia aquí?  Entiendo que ustedes estéis aquí, sois amigos, pero yo…

A ver, yo sinceramente quiero consultarles algo. ¿Creéis en los espíritus? –formulé.

Sus caras fueron todo un poema.

Puse al día a Manuel con el tema del diario. Luego les comenté a todos los detalles con mi “rollo fantasma”. De pronto Manuel comentó que había tenido una mala experiencia en su baño con un mensaje en un espejo y Claudia remató el momento contando que una presencia extraña le dijo un acertijo en su oído.

Chicos, he pensado que deberíamos jugar a la ouija –dije.

¿Qué? –gritaron todos a la vez.

A ver, ¿tu idea es que nos golpeemos nuestros pechos de King Kong y vayamos tras unos fantasmas y quizás de algún psicópata que no envejece para desvelar el misterio de un extraño diario que tiene más años que matusalén? –Dijo Manuel exaltado con su sarcástico carácter.

Chicos, es lo único que puede darnos las respuestas que buscamos –aclaré con la intención de convencerles.
No me puedo creer que haya acabado involucrado aquí con vosotros…-dijo Manuel.

Puedes irte si lo deseas, chato.- le respondió Mario- Cuenta conmigo. Si hace falta jugar a ello para descubrir a la persona que tantos problemas nos ha dado con un mísero diario, se juega –dijo situándose justo a mi lado.

He de reconocer que tengo miedo, pero no pierdo nada por jugar a ello. Si ya tengo un ente o lo que sea rondándome y susurrándome al oído qué más da que aparezca otro…- expresó Claudia sonriéndome por primera vez después de que Eric y ella hubiesen roto.

Claudia, Mario y yo nos quedamos mirando para Manuel.

¿Y tú? ¿Juegas o no? –le preguntó Mario.

Manuel se alejó de donde estábamos. Se acercó a la ventana, miró fuera. Cruzó sus brazos. Cerró los ojos y suspiró. De pronto se giró y mirándonos respondió.

Supongo que no me queda de otra que estar de vuestro lado ¿no? Ya me habéis contado todo sobre el diario y lo demás, así que estoy implicado –dijo y se puso de nuestro lado.

Observé cómo Mario sonrió al decir eso. Me encargué de sacar el tablero y preparé todo para el juego. Si había alguna manera de obtener respuestas, era invocando a Verónica. Ella tenía la clave. Al ser un fantasma, debía tener algún tipo de conocimiento. Ellos observan todo.

Formamos un círculo alrededor del tablero. En el tablero figuraban las letras del abecedario, la palabra “hola”, “adiós”, “sí”, “no”, “quizás” y los números del 0 al 9. Cerramos todo en la casa: puertas y ventanas. Ya estaba anocheciendo. Coloqué velas encendidas a nuestro alrededor. Nos cogimos de la mano y comenzó el juego.

Cómo indicador –el objeto que el ente se encargará de desplazar y donde nuestros deben posarse- era un vaso de cristal.

Chicos, debemos poner el dedo con el que señalamos en el vaso. Mantened la mente en blanco y,  por favor, no os toméis esto como un juego, si no  nunca vamos a obtener las respuestas que buscamos –expliqué-.Bien ahora cerremos los ojos –ordené.

¿Y ahora qué? ¿Les enviamos un mensaje a los espíritus o esperamos a ver si se deciden al cruzar el puente entre el más allá y nuestro mundo? –dijo Manuel.

¡Chusssst! ¡Tómatelo en serio, joder! –le dije-. ¡Espíritus del más allá, yo les invoco! -Grité- ¡Manifestaos!
De pronto no sé cómo, pero las ventanas se abrieron de golpe. Una violenta ráfaga de viento se coló por ellas  apagando las velas que yo había encendido. Allí había alguien más. Podía sentirlo.

No soltéis el dedo del vaso en ningún momento, pase lo que pase. ¡No lo hagáis hasta que yo os lo diga! –les dije- ¿Hay alguien ahí?

Nuestros rostros reflejaban el terror que sentíamos en ese momento preciso cuando el vaso se desplazó al “sí” del tablero.

Dinos, ¿cuál es tu nombre? –formulé. Sin embargo no obtuve respuesta.-Hemos preguntado, ¿cuál es tu nombre? –Pero otra vez no obtuve respuesta –Espíritus, abandonamos este canal de comunicación con ustedes. Les indiqué que ya podíamos soltar el vaso.

¿Quién fue el gracioso que movió el vaso? –preguntó Claudia.
El vaso se ha movido solo –dije.

Si se hubiera movido solo, hubiésemos obtenido una respuesta a la pregunta que tuviste que repetir, Óscar –me gritó.

Claudia, ¿no lo sientes? Aquí hay alguien más. Puedo sentir esa presencia. Hemos conectado, sólo que la manera de contactar con Verónica no es la que llevamos a cabo –aclaré.

Dame los datos de tu amiga la muerta –me dijo Manuel sacando su iPhone.
Verónica Gómez Alcázar –le indiqué.

¿Qué se supone que estamos haciendo? –Preguntó Mario.

Necesitamos saber más sobre la muerte de Verónica ¿no? –Dijo Manuel- Si fue una muerte trascendental o algún caso peculiar debería salir en Google. Habíamos dicho que tal vez ella fue la que escribió en mi espejo del baño y la que susurró al oído de Claudia. Necesitamos saber qué quiere y qué le pasó. –Miró el móvil- ¡Bingo! Murió hace dos años. ¡Oh Dios mío! Yo sé su historia –comentó Manuel asombrado.
¿De qué estás hablando? –le comenté.

¿No conocéis la historia de Verónica? –Preguntó- Según se dice,  era una chica tan serie que nunca se arriesgaba a hacer nada que se escapase de lo permitido, así que unos compañeros de su clase la retaron a jugar a la ouija en un viejo de su instituto que se estaba cayendo a trozos. Jugaron, pero apartó el dedo del indicador antes de acabar de la partida por lo que el espíritu se adhirió a su alma y el gimnasio se derrumbó quedando sepultada por los escombros del accidente.

Nos miramos todos. Y de repente el vaso del tablero se rompió y la mano de Mario salió perjudicada.

¡Auch! ¡Mierda! –se quejó.

Manuel acudió a él –Déjame que te eche un vistazo. No es nada, son unos pequeños cortes, pero necesitaré unas pinzas de las cejas para quitarte algunos cristales que puedes tener incrustados.

¿Cómo ha pasado eso? –Preguntó Claudia.

A ver, no he acabado, chicos –dijo Manuel reclamando su atención- Dicen que para poder hablar con ella, tienes que esperar a que sea media noche. Ponerte frente a un espejo, cerrar los ojos y decir “Verónica” doce veces. Al abrir los ojos ella estará ahí. Eso es lo que se dice.

Yo tengo miedo- dijo Claudia.

Tranquila, estamos todos juntos en esto -traté de calmarla.

Hicimos tiempo mientras se hacían las 00:00 horas. Ya casi era esa hora. Así que subimos todos al baño de la casa y sólo yo me puse frente a él y todos los demás detrás de mí. Seguía sintiendo esa presencia extraña desde que el juego acabó. Ella está aquí, lo sé.

Apagamos las luces. El baño estaba iluminado por dos únicas velas. Cerramos los ojos.

Todos juntos a la de tres. Una, dos y tres…-dije. Y pronunciamos su nombre doce veces. La luz del baño se encendió y empezó a parpadear. Quedando únicamente iluminado por las velas. Al mirar en el espejo, no podía creer lo que estaba viendo frente a mí. Era Verónica,  pero con un aspecto aterrador, no es el aspecto con el que la había estado viendo anteriormente, sino el verdadero estado de cuerpo. Los chicos se acercaron a mí y me dieron su apoyo tomándome la mano como Claudia o en el caso de Mario y Manuel, posaron sus manos en mis hombros. 

4 comentarios:

  1. Joer, me he acojonado viva... Ya me supuse yo que esta muchacha era un fantasma cuando aparecía y desaparecía asustando a Óscar!

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  2. Tampoco es para tanto jejeje Pero sí, si te pones a pensar cómo fue ignorada en la cena en el cuarto capítulo, las frases de ella sobre valorar las cosas, el deseo de estar viva y demás, te acabas dando cuenta de que no podía ser otra cosa. ¿Qué te pareció el 7? ¿Y este? Te advierto que uno de los mejores va a ser el 10 -eso espero-.

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  3. Qué fuerte... pobre Verónica...

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  4. Sí, la verdad que da un poco de pena, pero su historia acojona un poco bastante. ¿Qué te pareció el capítulo Amanda?

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