domingo, 24 de junio de 2012

Capítulo 2: Un susto de muerte



Hoy Claudia tenía que leerme a mí. Siempre cuento el tiempo que falta para volver a estar con ella. Yendo de camino a su casa, miles de momentos que he pasado con Claudia invadieron mi mente. No podía evitar sonreír cada vez que pienso en ella y cuando estoy con ella. Es la chica ideal. No sólo físicamente – pues es morena, de ojos castaños claros y con un ligero bronceado todo el año-, aunque eso no siempre cuenta. Su persona, su forma de ser, me enamoró desde el primer día. Ella no sabe que mi mundo gira en torno a ella –o por lo menos, si lo sabe, no me lo ha hecho saber. 

Soy estúpido. Estúpido, estúpido, estúpido – me dije a mí mismo. ¿Qué persona renuncia al amor de su vida y se lo ofrece en bandeja de plata a su adversario? Eso hice yo. A Eric le ha tocado el premio gordo. En realidad, no lo considero un adversario. Más bien me resbala lo que piense. Pero no nos toleramos. Siempre nos mantenemos alejados. Si alguna vez coincidimos juntos es por Claudia. No quiero ver cómo se dan besitos, mimitos y arrumacos cursis de esos. Soy romántico -no quiero que piensen lo contrario- sólo que no me gusta mostrarlo y menos delante de ella. 

Si le facilité que estuviesen juntos, fue por ella. Todavía recuerdo cuando en la segunda semana de clase en primero de bachillerato –este año- Claudia me dijo que estaba por Eric. Casi se me cae el mundo encima. Tuve que aguantarme todas sus conversaciones. ¡Fue un infierno! Pero ante todo, Claudia es mi amiga. Si no puede ser mi pareja, prefiero tenerla en mi vida como amiga antes que tenerla como nada. Cansado de que ninguno de ellos se dijese lo que sentían, acudí a Eric y le dije lo Claudia sentía por él. Le dejé clarísimo que yo me encargaría de amargarle la vida si no le corresponde y la trata como es debido. Fue gracioso verle ahí empanado, mientras se lo decía, con esa expresión en su rostro de sorpresa. No sé por qué, pero tengo la sensación de que más que por ser amigo de ella, el sospecha que lo hice porque en realidad la quiero. Aunque si lo sospecha, no se lo ha dicho a ella –eso espero. 

Menos mal. Ya estoy frente a la casa de Claudia. Una casa amarilla de dos plantas. La casa número 12 de la Urbanización de San Vicente. La entrada estaba igual de limpia que siempre. Ahora que lo pienso, nunca he visto la entrada de la casa de Claudia sucia. No se oye ni un ruido. Aun así, sé que está dentro. Mientras la madre está trabajando en su consulta de veterinaria, Claudia deja todas las ventanas cerradas. Por eso sé que está dentro. Miré en el macetero que está a la derecha de la puerta de la casa. La madre de Claudia tiene la costumbre de dejar una copia de la llave debajo de él. Esta es una de las ventajas de ser amigo. Sé todos los entresijos de su casa. Así que si algún día me apetece darle un susto o una fiesta sorpresa, no habrá que preguntar. Aunque mejor pregunto para evitar problemas con Rosarito –a ella no le hace mucha gracia que la llame así, pero es como mi segunda madre, así que la llamo así cariñosamente. 

Allí estaba ese pequeño objeto plateado que facilita el acceso a la casa debajo del macetero. Brillaba por el reflejo del sol. Ya verás. Le voy a dar un susto de muerte. Abrí la puerta lo más cuidadoso posible. Me colé por el pequeño hueco que había logrado abrir de la puerta, para no abrir la puerta del todo y evitar un ruido me estropeé la broma. No obstante, al entrar en la casa escuché un ruido que provenía de la parte alta. Ella estaba en su cuarto. Lo más seguro es que estuviera en el Facebook, como de costumbre. No la parí, pero la conozco como si lo hubiese hecho. Cerré la puerta, pero entusiasmado por la pequeña broma que le quiero hacer, no tuve delicadeza al cerrarla. Espero que no lo haya oído. A medida que fui avanzando por el amplio salón de la planta baja, llegué al comienzo de las escaleras que comunican con la planta alta de esta casa. Me sobresalté al oírla gritar si había alguien en la casa. Procurando hacer un buen trabajo, no dije nada y subí poco a poco, escalón por escalón, la escalera. Procurando hacer el menor ruido posible. 

Desesperada, la oí al volver gritar preguntando lo mismo. Entonces unos ruidos extraños en su dormitorio. 

Ya estaba llegando al final de la escalera. Contemplé el panorama a ver si era capaz de salir de la habitación. No era capaz. Me decidí a continuar por el pasillo para llegar a su cuarto -que está al lado del baño y al lado derecho del dormitorio de su hermano Lucas. Pero el karma me jugó una mala pasada. Me tropecé con el dichoso baúl que está justo al comienzo del pasillo, al lado del final de esas escaleras. Me dolió. No quise manifestar y expresar mi dolor por si me escuchaba. Continué cojeando por el pasillo. El suelo es de madera y se oían cada vez más los pasos, por muy sigiloso que fuese. Entonces ya estaba listo para entrar al cuarto y dejarla petrificada del susto, pero el susto creo que más bien me lo dio ella a mí. Oí un grito estremecedor, como de histeria, y se me abalanzó con un zapato con un tacón que podría dejarte estéril de una patada en la zona pecaminosa. Empezó a golpearme con él en el costado, perdí el equilibrio y caímos juntos al suelo. Yo en el suelo boca arriba con unos 56 kilos encima. Algo rodó. Fue su móvil. Pude comprobarlo. Ella estaba temblando. Ni siquiera me miraba. El rostro se lo cubría su largo cabello negro. Adoro su perfume. Lo huelo y entonces me duele la rodilla por culpa del golpe con el baúl. Rápidamente me mira y empieza a darme golpes en las costillas. 

¡Estás loco! Me acabas de dar un susto de muerte –me dijo a la vez que continuaba golpeándome en las costillas. ¡Casi me mandas directa al otro barrio! –continuó. 

¿Y tú? ¡Acabas de atacarme con un jodido zapato de tacón! ¡Estás fatal eh! – Le dije mientras me incorporaba de pie y ella recogía su móvil. Tengo el corazón que me va a salir por la boca –dijo seria. 

Soy feo, pero tampoco es para tanto – le respondí. Me di por satisfecho contesta. Logré sacarle una sonrisa. 

Anda. Ven. Quiero enseñarte algo –me contestó. Entró a su dormitorio, la seguí y lanzó el condenado zapato con el que me golpeó a la cama. Recogió un libro de aspecto un tanto anticuado y mal conservado de entre las cosas que tenía sobre el escritorio. 

¿Qué es eso?- le pregunté. Me lo dio y le empecé a echar un vistazo. 

Es un diario- me respondió. 

¿De quién?- le respondí yo con otra pregunta. Me miró y entonces me contestó -Eso es lo más extraño. No dice quién es su propietario. No figura en ninguna parte del diario quién es su dueño. 

¿Y cómo sabes entonces que se trata de un diario? – le dije yo. 

Cada página está fechada y pone de manifiesto sus pensamientos y acciones. Confiesa cosas que creo que no podía confesarle a nadie más – me comentó ella. Noté un cierto interés en su mirada por este diario.-Lo estaba leyendo cuando me diste el susto. La primera fecha que figura escrita es 1800. Describe la época del romanticismo literario. 

¿Esa no es la época en la que comienza a escribirse novelas de terror en oposición al movimiento literario romántico de ese entonces? –le pregunté mientras corroboraba 1800 es la primera fecha que aparece en este diario anónimo. 

Sí. También es cuando empiezan a aparecer los mitos y las leyendas –me dijo. Me adelantó un par de páginas y dijo -Mira la última página escrita del diario. 

¿Qué quieres que mire? –le respondí de nuevo con una pregunta. 

No estás en lo que tienes que estar. Tú mucho leer las novelas de Sherlock Holmes y no se te pega ese alma de investigador que él sí que tiene. Observa la fecha que aparece en la parte superior derecha de la página. 

¿23 de junio de junio de 2011?- dije en voz alta. Ella asintió. Entonces le pregunté- ¿Cómo es posible que la misma persona viva tanto tiempo? ¿Estás segura de que se trata de la misma persona? A lo mejor lo escribió luego otra persona. Eso pasó con El Lazarillo de Tormes, que cambió de autor al encontrarse los escritos.

¡No! Algo me dice que es el mismo. No he tenido tiempo de leerlo completo, pero se trata de la misma persona. En una de las páginas confiesa que le fue otorgado el don de la inmortalidad. No envejece. Pero sufre porque ve morir a sus seres más queridos. Y eso no es todo. También comenta que aquellos a los que les ha desvelado su secreto se ha visto obligado a matarlos porque le han traicionado- contestó con un tono de preocupación. 

¿Ni siquiera sabemos si se trata de un chico o una chica? ¿La edad siquiera?- le pregunté. 

No. No figura nada de eso. Faltan páginas. Creo que han sido arrancadas por esta persona para evitar que se sepa quién es y no tener que acabar con la vida de más personas –ahora sí que tengo miedo. Sus últimas palabras me dieron escalofríos.-Pero no sé por dónde podemos empezar a averiguar de quién se trata… 

¿Hablas en serio? ¿Cómo vamos a averiguar una cosa de éstas, Claudia? Esta tarea nos viene demasiado grande –repliqué. 

Óscar. Piénsalo. Este diario lo podía haber encontrado cualquiera. Sin embargo, lo vine a encontrar yo. ¿Eso no significa nada para ti? De todos modos, si esa persona no quisiera que encontrasen el diario, no lo hubiera dejado en una biblioteca de un instituto. Se cae de maduro. Estaba ahí por alguna razón –no paraba de decir. Parecía que le habían dado cuerda. 

De acuerdo. Te ayudaré. Pero esto será algo entre los dos. Nadie más debe saber la historia de este diario. Ni siquiera Eric. ¿Hecho?- le propuse. 

¡Hecho! –Dijo algo indecisa después de haberle prohibido que se lo dijera a Eric- ¿Y ahora? ¿Cómo averiguamos de quién es este diario? 

Lo más lógico es que comenzáramos a averiguar en primer lugar, en la biblioteca. Si de ahí salió el diario, quiere decir que alguien lo donó. Debe de haber una especie de registro o algo, digo yo –le dije. 

¡No podemos hacer eso!- levantó la voz con preocupación- Sabrán que me lo llevé. Bueno, que lo robé. 
¿Qué hiciste qué? La verdad es que no te imaginaba haciendo esas cosas. ¿Eres cleptómana o algo? Tendré que hablar seriamente con Rosarito, me tienes preocupado – le dije. 

Ya vale. Decimos que sabemos de la existencia de un diario y que queremos saber quién lo donó a la biblioteca. ¿Qué te parece? –me propuso. 

De acuerdo. ¿Podrías dejarme el diario a mí para echarle un vistazo esta noche? Tranquila, estará en buenas manos –ella sabe que es cierto, que no le pasará nada al diario mientras esté en mis manos. 

Miré mi reloj. Era martes. Las 11:09 a.m. Aprovechamos la media hora de descanso para ir a la biblioteca a averiguar todo lo que fuese posible sobre ese misterioso diario. El bibliotecario acababa de llegar de su hora del desayuno. Se sentó frente al ordenador hasta que pasados dos minutos, se percató de que estábamos frente al mostrador que nos separaba esperando por él. 

¿En qué puedo ayudarles? -nos dijo con un tono amable que a mi parecer era fingido. Claudia rompió el silencio. 

Verás, queríamos saber si un diario que estaba hace un par de días en la estantería de biografías y autobiografías fue donado y por quién –dijo dirigiéndome un momento una mirada a mí y le volvió a mirar a él. Se creerá que no me di cuenta de que disimuló que lo robó ella. -Y también, si no es mucho pedir, si podría decirnos quién fue el último en llevárselo de la biblioteca. 

¿Un diario? Lo siento pero eso es imposible. Nosotros no podemos hacer público un documento de semejante valor personal. Ni siquiera aunque tengamos el permiso de su autor- nos dijo. 
¿Entonces para qué ponen biografías a nuestro servicio? –preguntó Claudia. 

A ver, no es lo mismo. Una biografía o autobiografía es publicada y editada, normalmente porque se tratan de personajes famosos. Mientras que un diario es un documento bastante personal que no podemos incluirlo en el catálogo de la biblioteca –miré a Claudia y ella a mí. Rápidamente le volvimos a mirar- Y aunque así fuera, no podría darles esos datos, hay un cierto control de privacidad de datos en esta biblioteca. Lo siento. 
En ese caso, lamento las molestias. ¡Muchas gracias! –le dije. Pero no me inspiraba confianza. 

Claudia me llevó al pasillo dónde estaba ese diario. Miramos en el estante pero no había nada más. Ni siquiera una pequeña pista que nos pudiese dar un indicio de dónde empezar a buscar. 

Miré otra vez al bibliotecario y estaba escribiendo algo en su móvil. Así es cómo se trabaja hoy en día. Y que cobre un sueldo por ello… ¡Qué fuerte! Entonces, levantó la cabeza y me miró. Disimulé y volví con Claudia. Salimos de allí y de camino al aula, ella me preguntó- ¿Ahora qué hacemos? No me trago ese cuento chino de que el diario no fue donado ni nada. 

Yo tampoco me lo creo. Ya sé lo que haremos. Nos colaremos por la noche en la biblioteca. ¿Te apuntas? –le dije. 

¿Cómo vamos a entrar en la biblioteca en la noche? ¡Es imposible! -me dijo. 
Querida, a estas alturas no hay nada imposible – le dije mirándola detenidamente. Ella me miró también. Yo cogí y carraspeé para disimular un poco. 

Estábamos frente al aula. Al entrar había mucho revuelo en la clase. Claudia –como de costumbre- se fue con Eric. Yo me senté detrás de ella. Los alumnos que faltaban por entrar al aula, lo hicieron, entraron. Y la profesora llegó de inmediato con el director. 

Prestad atención todos, por favor –pidió la profesora Valeria Gómez –profesora de economía- Hoy se incorpora a nuestras clases el señor, Mario León. Todos lo conocemos por su debut en la serie Alegres caprichos. Pero después de haber decidido que su carrera artística puede esperar y haber sido invadido por la motivación de sacarse primero sus estudios, les pido que le deis la bienvenida y que hagáis su estancia en este instituto lo más agradable posible. 

El director, secundó a la profesora, también dedicando unas sabias palabras como las de ella. Por la puerta entró la estrella. Con pantalones vaqueros oscuros ajustados, zapatos Puma blancos, de complexión normal, camisa blanca un tanto ajustada –se podría decir que esos brazos son de hacer pesas-, pelo negro como el carbón y ojos castaños. A partir de ese momento, creo que pasaría a ser la comidilla de la clase.

2 comentarios:

  1. Tengo una teoría sobre el chico nuevo este... no sé si será de las mías esas en las que termino teniendo razón!

    ResponderEliminar
  2. Lee el capítulo 3 a ver si cambias de opinión. ¿Qué teoría?

    ResponderEliminar