Hoy Claudia tenía que
leerme a mí. Siempre cuento el tiempo que falta para volver a estar con ella.
Yendo de camino a su casa, miles de momentos que he pasado con Claudia
invadieron mi mente. No podía evitar sonreír cada vez que pienso en ella y
cuando estoy con ella. Es la chica ideal. No sólo físicamente – pues es morena,
de ojos castaños claros y con un ligero bronceado todo el año-, aunque eso no
siempre cuenta. Su persona, su forma de ser, me enamoró desde el primer día.
Ella no sabe que mi mundo gira en torno a ella –o por lo menos, si lo sabe, no
me lo ha hecho saber.
Soy estúpido. Estúpido,
estúpido, estúpido – me dije a mí mismo. ¿Qué persona renuncia al amor de su
vida y se lo ofrece en bandeja de plata a su adversario? Eso hice yo. A Eric le
ha tocado el premio gordo. En realidad, no lo considero un adversario. Más bien
me resbala lo que piense. Pero no nos toleramos. Siempre nos mantenemos
alejados. Si alguna vez coincidimos juntos es por Claudia. No quiero ver cómo
se dan besitos, mimitos y arrumacos cursis de esos. Soy romántico -no quiero
que piensen lo contrario- sólo que no me gusta mostrarlo y menos delante de
ella.
Si le facilité que
estuviesen juntos, fue por ella. Todavía recuerdo cuando en la segunda semana
de clase en primero de bachillerato –este año- Claudia me dijo que estaba por
Eric. Casi se me cae el mundo encima. Tuve que aguantarme todas sus
conversaciones. ¡Fue un infierno! Pero ante todo, Claudia es mi amiga. Si no
puede ser mi pareja, prefiero tenerla en mi vida como amiga antes que tenerla
como nada. Cansado de que ninguno de ellos se dijese lo que sentían, acudí a
Eric y le dije lo Claudia sentía por él. Le dejé clarísimo que yo me encargaría
de amargarle la vida si no le corresponde y la trata como es debido. Fue
gracioso verle ahí empanado, mientras se lo decía, con esa expresión en su
rostro de sorpresa. No sé por qué, pero tengo la sensación de que más que por
ser amigo de ella, el sospecha que lo hice porque en realidad la quiero. Aunque
si lo sospecha, no se lo ha dicho a ella –eso espero.
Menos mal. Ya estoy
frente a la casa de Claudia. Una casa amarilla de dos plantas. La casa número
12 de la Urbanización de San Vicente. La entrada estaba igual de limpia que
siempre. Ahora que lo pienso, nunca he visto la entrada de la casa de Claudia
sucia. No se oye ni un ruido. Aun así, sé que está dentro. Mientras la madre
está trabajando en su consulta de veterinaria, Claudia deja todas las ventanas
cerradas. Por eso sé que está dentro. Miré en el macetero que está a la derecha
de la puerta de la casa. La madre de Claudia tiene la costumbre de dejar una
copia de la llave debajo de él. Esta es una de las ventajas de ser amigo. Sé
todos los entresijos de su casa. Así que si algún día me apetece darle un susto
o una fiesta sorpresa, no habrá que preguntar. Aunque mejor pregunto para
evitar problemas con Rosarito –a ella no le hace mucha gracia que la llame así,
pero es como mi segunda madre, así que la llamo así cariñosamente.
Allí estaba ese pequeño
objeto plateado que facilita el acceso a la casa debajo del macetero. Brillaba
por el reflejo del sol. Ya verás. Le voy a dar un susto de muerte. Abrí la
puerta lo más cuidadoso posible. Me colé por el pequeño hueco que había logrado
abrir de la puerta, para no abrir la puerta del todo y evitar un ruido me
estropeé la broma. No obstante, al entrar en la casa escuché un ruido que
provenía de la parte alta. Ella estaba en su cuarto. Lo más seguro es que
estuviera en el Facebook, como de costumbre. No la parí, pero la conozco como
si lo hubiese hecho. Cerré la puerta, pero entusiasmado por la pequeña broma
que le quiero hacer, no tuve delicadeza al cerrarla. Espero que no lo haya
oído. A medida que fui avanzando por el amplio salón de la planta baja, llegué
al comienzo de las escaleras que comunican con la planta alta de esta casa. Me
sobresalté al oírla gritar si había alguien en la casa. Procurando hacer un
buen trabajo, no dije nada y subí poco a poco, escalón por escalón, la escalera.
Procurando hacer el menor ruido posible.
Desesperada, la oí al
volver gritar preguntando lo mismo. Entonces unos ruidos extraños en su
dormitorio.
Ya estaba llegando al final de la escalera. Contemplé el panorama a
ver si era capaz de salir de la habitación. No era capaz. Me decidí a continuar
por el pasillo para llegar a su cuarto -que está al lado del baño y al lado
derecho del dormitorio de su hermano Lucas. Pero el karma me jugó una mala
pasada. Me tropecé con el dichoso baúl que está justo al comienzo del pasillo,
al lado del final de esas escaleras. Me dolió. No quise manifestar y expresar
mi dolor por si me escuchaba. Continué cojeando por el pasillo. El suelo es de
madera y se oían cada vez más los pasos, por muy sigiloso que fuese. Entonces
ya estaba listo para entrar al cuarto y dejarla petrificada del susto, pero el
susto creo que más bien me lo dio ella a mí. Oí un grito estremecedor, como de
histeria, y se me abalanzó con un zapato con un tacón que podría dejarte
estéril de una patada en la zona pecaminosa. Empezó a golpearme con él en el
costado, perdí el equilibrio y caímos juntos al suelo. Yo en el suelo boca
arriba con unos 56 kilos encima. Algo rodó. Fue su móvil. Pude comprobarlo.
Ella estaba temblando. Ni siquiera me miraba. El rostro se lo cubría su largo
cabello negro. Adoro su perfume. Lo huelo y entonces me duele la rodilla por
culpa del golpe con el baúl. Rápidamente me mira y empieza a darme golpes en
las costillas.
¡Estás loco! Me acabas
de dar un susto de muerte –me dijo a la vez que continuaba golpeándome en las
costillas. ¡Casi me mandas directa al otro barrio! –continuó.
¿Y tú? ¡Acabas de
atacarme con un jodido zapato de tacón! ¡Estás fatal eh! – Le dije mientras me
incorporaba de pie y ella recogía su móvil. Tengo el corazón que me va a
salir por la boca –dijo seria.
Soy feo, pero tampoco
es para tanto – le respondí. Me di por satisfecho contesta. Logré sacarle una
sonrisa.
Anda. Ven. Quiero
enseñarte algo –me contestó. Entró a su dormitorio, la seguí y lanzó el condenado
zapato con el que me golpeó a la cama. Recogió un libro de aspecto un tanto
anticuado y mal conservado de entre las cosas que tenía sobre el
escritorio.
¿Qué es eso?- le
pregunté. Me lo dio y le empecé a echar un vistazo.
Es un diario- me respondió.
¿De quién?- le respondí
yo con otra pregunta. Me miró y entonces me contestó -Eso es lo más extraño. No
dice quién es su propietario. No figura en ninguna parte del diario quién es su
dueño.
¿Y cómo sabes entonces
que se trata de un diario? – le dije yo.
Cada página está
fechada y pone de manifiesto sus pensamientos y acciones. Confiesa cosas que
creo que no podía confesarle a nadie más – me comentó ella. Noté un cierto
interés en su mirada por este diario.-Lo estaba leyendo cuando me diste el
susto. La primera fecha que figura escrita es 1800. Describe la época del
romanticismo literario.
¿Esa no es la época en
la que comienza a escribirse novelas de terror en oposición al movimiento literario
romántico de ese entonces? –le pregunté mientras corroboraba 1800 es la primera
fecha que aparece en este diario anónimo.
Sí. También es cuando
empiezan a aparecer los mitos y las leyendas –me dijo. Me adelantó un par de
páginas y dijo -Mira la última página escrita del diario.
¿Qué quieres que mire?
–le respondí de nuevo con una pregunta.
No estás en lo que
tienes que estar. Tú mucho leer las novelas de Sherlock Holmes y
no se te pega ese alma de investigador que él sí que tiene. Observa la fecha
que aparece en la parte superior derecha de la página.
¿23 de junio de junio
de 2011?- dije en voz alta. Ella asintió. Entonces le pregunté- ¿Cómo es
posible que la misma persona viva tanto tiempo? ¿Estás segura de que se trata
de la misma persona? A lo mejor lo escribió luego otra persona. Eso pasó
con El Lazarillo de Tormes, que cambió de autor al encontrarse los
escritos.
¡No! Algo me dice que
es el mismo. No he tenido tiempo de leerlo completo, pero se trata de la misma
persona. En una de las páginas confiesa que le fue otorgado el don de la
inmortalidad. No envejece. Pero sufre porque ve morir a sus seres más queridos.
Y eso no es todo. También comenta que aquellos a los que les ha desvelado su
secreto se ha visto obligado a matarlos porque le han traicionado- contestó con
un tono de preocupación.
¿Ni siquiera sabemos si
se trata de un chico o una chica? ¿La edad siquiera?- le pregunté.
No. No figura nada de
eso. Faltan páginas. Creo que han sido arrancadas por esta persona para evitar
que se sepa quién es y no tener que acabar con la vida de más personas –ahora
sí que tengo miedo. Sus últimas palabras me dieron escalofríos.-Pero no sé por
dónde podemos empezar a averiguar de quién se trata…
¿Hablas en serio? ¿Cómo
vamos a averiguar una cosa de éstas, Claudia? Esta tarea nos viene demasiado
grande –repliqué.
Óscar. Piénsalo. Este
diario lo podía haber encontrado cualquiera. Sin embargo, lo vine a encontrar
yo. ¿Eso no significa nada para ti? De todos modos, si esa persona no quisiera
que encontrasen el diario, no lo hubiera dejado en una biblioteca de un
instituto. Se cae de maduro. Estaba ahí por alguna razón –no paraba de decir.
Parecía que le habían dado cuerda.
De acuerdo. Te ayudaré.
Pero esto será algo entre los dos. Nadie más debe saber la historia de este
diario. Ni siquiera Eric. ¿Hecho?- le propuse.
¡Hecho! –Dijo algo indecisa
después de haberle prohibido que se lo dijera a Eric- ¿Y ahora? ¿Cómo
averiguamos de quién es este diario?
Lo más lógico es que
comenzáramos a averiguar en primer lugar, en la biblioteca. Si de ahí salió el
diario, quiere decir que alguien lo donó. Debe de haber una especie de registro
o algo, digo yo –le dije.
¡No podemos hacer eso!-
levantó la voz con preocupación- Sabrán que me lo llevé. Bueno, que lo
robé.
¿Qué hiciste qué? La
verdad es que no te imaginaba haciendo esas cosas. ¿Eres cleptómana o algo?
Tendré que hablar seriamente con Rosarito, me tienes preocupado – le
dije.
Ya vale. Decimos que
sabemos de la existencia de un diario y que queremos saber quién lo donó a la
biblioteca. ¿Qué te parece? –me propuso.
De acuerdo. ¿Podrías
dejarme el diario a mí para echarle un vistazo esta noche? Tranquila, estará en
buenas manos –ella sabe que es cierto, que no le pasará nada al diario mientras
esté en mis manos.
Miré mi reloj. Era
martes. Las 11:09 a.m. Aprovechamos la media hora de descanso para ir a la
biblioteca a averiguar todo lo que fuese posible sobre ese misterioso diario.
El bibliotecario acababa de llegar de su hora del desayuno. Se sentó frente al
ordenador hasta que pasados dos minutos, se percató de que estábamos frente al
mostrador que nos separaba esperando por él.
¿En qué puedo
ayudarles? -nos dijo con un tono amable que a mi parecer era fingido. Claudia
rompió el silencio.
Verás, queríamos saber
si un diario que estaba hace un par de días en la estantería de biografías y
autobiografías fue donado y por quién –dijo dirigiéndome un momento una mirada
a mí y le volvió a mirar a él. Se creerá que no me di cuenta de que disimuló
que lo robó ella. -Y también, si no es mucho pedir, si podría decirnos quién
fue el último en llevárselo de la biblioteca.
¿Un diario? Lo siento
pero eso es imposible. Nosotros no podemos hacer público un documento de
semejante valor personal. Ni siquiera aunque tengamos el permiso de su autor-
nos dijo.
¿Entonces para qué
ponen biografías a nuestro servicio? –preguntó Claudia.
A ver, no es lo mismo.
Una biografía o autobiografía es publicada y editada, normalmente porque se
tratan de personajes famosos. Mientras que un diario es un documento bastante
personal que no podemos incluirlo en el catálogo de la biblioteca –miré a
Claudia y ella a mí. Rápidamente le volvimos a mirar- Y aunque así fuera, no
podría darles esos datos, hay un cierto control de privacidad de datos en esta
biblioteca. Lo siento.
En ese caso, lamento
las molestias. ¡Muchas gracias! –le dije. Pero no me inspiraba confianza.
Claudia me llevó al
pasillo dónde estaba ese diario. Miramos en el estante pero no había nada más.
Ni siquiera una pequeña pista que nos pudiese dar un indicio de dónde empezar a
buscar.
Miré otra vez al
bibliotecario y estaba escribiendo algo en su móvil. Así es cómo se trabaja hoy
en día. Y que cobre un sueldo por ello… ¡Qué fuerte! Entonces, levantó la
cabeza y me miró. Disimulé y volví con Claudia. Salimos de allí y de camino al
aula, ella me preguntó- ¿Ahora qué hacemos? No me trago ese cuento chino de que
el diario no fue donado ni nada.
Yo tampoco me lo creo.
Ya sé lo que haremos. Nos colaremos por la noche en la biblioteca. ¿Te apuntas?
–le dije.
¿Cómo vamos a entrar en
la biblioteca en la noche? ¡Es imposible! -me dijo.
Querida, a estas
alturas no hay nada imposible – le dije mirándola detenidamente. Ella me miró
también. Yo cogí y carraspeé para disimular un poco.
Estábamos frente al
aula. Al entrar había mucho revuelo en la clase. Claudia –como de costumbre- se
fue con Eric. Yo me senté detrás de ella. Los alumnos que faltaban por entrar
al aula, lo hicieron, entraron. Y la profesora llegó de inmediato con el
director.
Prestad atención todos,
por favor –pidió la profesora Valeria Gómez –profesora de economía- Hoy se
incorpora a nuestras clases el señor, Mario León. Todos lo conocemos por su
debut en la serie Alegres caprichos. Pero después de haber decidido que su
carrera artística puede esperar y haber sido invadido por la motivación de
sacarse primero sus estudios, les pido que le deis la bienvenida y que hagáis
su estancia en este instituto lo más agradable posible.
El director, secundó a
la profesora, también dedicando unas sabias palabras como las de ella. Por la
puerta entró la estrella. Con pantalones vaqueros oscuros ajustados, zapatos
Puma blancos, de complexión normal, camisa blanca un tanto ajustada –se podría
decir que esos brazos son de hacer pesas-, pelo negro como el carbón y ojos
castaños. A partir de ese momento, creo que pasaría a ser la comidilla de la
clase.
Tengo una teoría sobre el chico nuevo este... no sé si será de las mías esas en las que termino teniendo razón!
ResponderEliminarLee el capítulo 3 a ver si cambias de opinión. ¿Qué teoría?
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