lunes, 25 de junio de 2012

Capítulo 4: Noche entre sombras



No paro de pensar en lo involucrados que estamos ahora con el tema del diario. Todo me parece irreal. En estos momentos aún más porque  nos están obstaculizando el saber a quién le pertenece. Me siento algo tranquilo sabiendo que no cuento sólo con Claudia. Ahora los dos contamos con Mario. Creo que tres cabecitas pensarán mejor que una ¿no? Es simpático  el chico. Se ofreció a traerme a casa. Y aquí estoy. Delante del escritorio averiguando más cosas sobre este diario. Miro el reloj.  Las 20:00 p.m. La luz tenue de mi lámpara reclamaba un cambio de bombillo. Una mierda de lámpara barata comprada en el Carrefour. Eso era. Dada mi vagueza, me arrastré con la silla del ordenador hasta el extremo de la izquierda del escritorio donde hay dos cajones. Abro el inferior. Ahí es donde guardo los bombillos para la lámpara. Cojo uno, cierro el cajón y regreso al sito en el que estaba –arrastrándome con la silla, por supuesto. Le cambié el bombillo a la lámpara y continué analizando el diario.

Me inquietó una de las primeras páginas del diario: “24  de abril de 1802. No paran de hablar de mí. No puedo confiar en nadie. Lo saben. No puedo permitir que vayan desvelando mi secreto a según les convenga”. “27 de abril de 1802. No me queda más remedio que vivir con el remordimiento de haberlos matado. Me encargué de hacerlos desaparecer de la faz de la tierra. Me siento culpable, pero no tuve elección. Es un suplicio vivir en plena condena, después de haber matado a un grupo de personas, pero aún más si retienes al amor de tu vida en un lugar apartado. Tengo que poner fin a su vida. Pero no me atrevo. No tengo el corazón tan helado para eso. Sé que tendré que manchar  mis manos con su sangre, pero quiero esperar hasta que esté preparado para vivir en un mundo en el que no exista”.

Me quedé helado. Se cargó a aquellos que descubrieron su maldición. Su punto débil es el amor o por lo menos eso parece. Mantuvo a una de esas personas con vida tan sólo  porque era el motivo de que respirase cada día. No quiero ni imaginarme lo que tuvo que sentir. De todos modos, supongo que si es verdad que esta persona vive, el amor de su vida ya murió después de tanto tiempo. A lo mejor tener este diario era un recuerdo que no hacía sino perturbar su calma y decidió deshacerse de él sin quemarlo escondiéndolo en la biblioteca. Pero, ¿por qué? ¡Claro!  Ya sé. ¡Cómo no se me había ocurrido antes! Si decidió esconder el diario ahí, quiere decir que estamos ante un adolescente. ¡Y está en el instituto! No veo a un adulto escondiendo un diario en una biblioteca… ¿Quién podrá ser?

De pronto una mano fría entró en contacto con mi hombro. Acojonado la miré sin girar la cabeza, solo miré de lado. Al ver ese anillo en  uno de sus dedos reconocí a la persona. Era mi padre.

Hijo, ¿ya estás duchado?- Me preguntó.

No papá –le respondí inmediatamente a la vez que cogía aire después de que todos los músculos de mi cuerpo se me pusieran tensos- estaba estudiando para un examen –escondí el diario para que no lo viera y evitar preguntas incómodas. Sí, incómodas. Mi padre es policía. No sabéis que es tener que lidiar con eso. Es una de las razones por las que no tengo muchos amigos.

Pues anda que es gerundio. Vístete y baja a cenar que hoy tenemos invitados en casa – me dijo cuando ya estaba saliendo por la puerta.

¿Visita? ¿Quiénes? –le pregunté desconcertado.

¿Recuerdas a Marcelo y Elsa López? – respondió  al instante.

Sí –contesté.

Tú madre y yo les hemos invitado a cenar porque están pasando un mal momento. Así que aprovechamos a cenar en un rato antes de que tu madre tenga que ir a cubrir a su compañera en el bar y de que yo tenga que hacer mi turno de noche en la comisaría.

De acuerdo. Me ducho y en seguida bajo –le dije mientras desaparecía de mi habitación cruzando el pasillo.

¡No tardes mucho que ya están al venir! –gritó.

Era obvio que no les había olvidado. Recuerdo que siendo yo pequeño, mis padres se iban con ellos a cenar por fuera y me dejaban en casa con su hija Verónica bajo la vigilancia de mi primo Rafael. Me divertía mucho con ella. Jugábamos haciendo uso de la imaginación. Nos imaginábamos cosas, vivíamos verdaderas aventuras, y nos compenetrábamos de una manera… ¡Qué tiempos aquellos!

No me arreglé mucho, pues estaba en mi casa y en casa estoy como me da la gana. Bajé al recibidor y de fondo pude oír a mí padre haciendo chistes de los suyos. Mi madre y los demás le seguían la corriente. Allí estaban. Allí estaba ella también. Con un vestido de flores estampadas que resaltaba su piel morena. Me miró y volvió a concentrarse en la conversación. Estaba un tanto sorprendida. Miraba y disimulaba cuando me daba cuenta mirando para ellos. Los adultos. No hablaba. Sólo sonreía. Cómo se nota que la conversación era entre mayores. Ella estaba allí callada y lo único que hacía era mirar y sonreír gentilmente. No podía olvidar esos ojos. Unos ojos verdes como el agua de pantano. Son preciosos. Pero no más que los de Claudia. Esos sí son unos ojos hermosos. Son mi debilidad. Mi talón de Aquiles. Se tuvo que haber dado un tinte negro en ese largo cabello que tiene hasta la cintura. Según recuerdo ella tenía el pelo castaño, no negro.

La cena no estuvo muy allá. Mis padres hablando con los suyos de viejas batallitas. Me metieron en la conversación solo una vez. A ella –la pobre- la marginaron totalmente. Solo sonreía, pero no dijo nada en ningún momento. Tenía ganas de oír su voz. Cuando sonríe, no puedo evitar fijarme en ese pequeño lunar que tiene por encima de la comisura –a la derecha-  de los labios. Tenemos la misma edad. Pero hacía tiempo que no sabía nada de ella. Ni siquiera recuerdo haberla visto por el instituto –puede ser culpa mía también porque voy a mi bola por los pasillos con la música del iPad y paso de todos, aunque no siempre.

Yo ya había terminado de cenar. Al ver que ellos continuaban con sus batallitas, me levanté, me llevé mi plato, mi vaso y los cubiertos a la cocina. Los limpié y fui directo a mi habitación. Tenía que contarle a Claudia lo que había descubierto en el diario. Encendí el ordenador. Tenía que hablar con ella por Skype. Me levanté de la silla del ordenador y abrí el armario para cambiarme de ropa. Me quité las bermudas blancas de cuadros y la camiseta violeta que llevaba puesta. Cogí los pantalones grises del pijama que tengo.  Pero antes de ponérmelos me miré en el espejo semidesnudo –llevaba mis calzoncillos de la suerte eh, unos negros de Calvin Klein. Ese espejo estaba justo en la otra puerta del armario que ni me molesté en abrir, pues no hacía falta. Inmediatamente me tapé mis zonas más íntimas –a pesar de estar en calzoncillos, ya que eso se marca- al darme cuenta que Verónica me miraba desde la puerta.

¿No pensabas saludarme?- Me miró y sonrió- ¡Vaya, sí que has crecido! –dijo con cierto tono de sorpresa. Entró en la habitación y empezó a curiosear las cosas que tenía en el escritorio.

Esto, umm…yo…-No sabía que decir. ¡Soy un imbécil! –me puse los pantalones rápidamente y observé que tenía entre sus manos una foto mía con Claudia. Ese día fue cuando ella me enseñó a patinar. Bueno, “patinar” porque en realidad estuve más en contacto con el suelo que sobre ruedas. Creo que si lo intento otra vez, tendría que empezar de cero.

No se lo has dicho ¿verdad? – me preguntó.

¿El qué? –respondí algo confuso.

Que la quieres –me dijo.

¿Y tú cómo sabes  eso? –Le dije. Ahora sí estaba realmente confuso.

Soy una chica Óscar. Tengo ojos en la cara. Puedo percibir esas cosas tan solo con mirar a una persona a los ojos – comentó sin ni siquiera dudarlo un segundo -Bueno, he de irme. Me alegra verte.

Yo también me alegro de verte – le respondí. Salió de mi habitación me quedé mirando unos segundos la fotografía que ella había estado observando un buen rato ante el escritorio y que puso en su lugar. Seguí ese impulso y fui tras ella. Estaba caminando por el pasillo cuando le dije: ¿Volveremos a vernos?

Por supuesto. Tendrás noticias mías –ni se molestó en girarse y mirarme. Pero una vez a punto de desaparecer del pasillo llegando a la esquina que da a la escalera para bajar al salón, gritó: Por cierto, bonitos calzoncillos –No paraba de imaginarme esa sonrisa suya y el lunar encima de la comisura de sus labios al decirlo. Volví a mi dormitorio y al mirarme en el espejo. Me di cuenta de la cara de lelo que tengo. Un imbécil, ya lo he dicho.

Esa noche dormí en casa solo. Resulta que mi padre llegó tarde de la comisaría porque tuvo que arrestar a un par de narcotraficantes de la zona. Y mi madre, le cubría el turno a una amiga suya que no se encontraba en el pueblo –ya podrá devolverle el favor. Siempre duermo con la ventana abierta. Me encanta quedarme dormido mientras observo la belleza de la luna. Siempre en compañía de esas pequeñas estrellas que alivian su soledad. Pero esa noche, un frío insoportable hizo que me levantase cerrar la ventana. Pero al levantarme de la cama, me di un par de golpes con cosas que estaban en el suelo. ¿Pero qué narices? Encendí la luz de mi dormitorio y todas las cosas que tenía en el escritorio estaban en el suelo. Pude observar la foto que Verónica estaba mirando en el suelo cubierta por el pisapapeles y la grapadora. La cogí, le di un beso a la foto y me puse a buscar como un loco el diario. No estaba. Ni siquiera la caja donde venía con aquellas páginas sueltas dentro. Alguien había entrado en casa mientras yo dormía y se lo había llevado. Comprobé toda la casa por si se habían llevado algo más. No. Quien quiera que fuese vino a llevarse únicamente el diario y lo hizo. ¿Cómo es posible que no lo escuchase? Es decir, me tiran todas las cosas del escritorio al suelo ¿y no oigo nada? Pero si estaba en la misma habitación… Esto me resulta extraño.

A la mañana siguiente el profesor de Educación Física no llegó a clase. Todo el mundo estaba a su bola en el aula. Ni nos molestamos en ir a buscar a un sustituto. ¿Para qué desperdiciar el tiempo en hacer ejercicios de repaso pudiendo aprovechar el tiempo libre? No dejaba de pensar en cómo se metieron en casa sin forzar la cerradura. Y en mi dormitorio sin yo enterarme. Por más que le doy vueltas no llego a ninguna conclusión.

No sabía cómo decirle a Claudia que el diario ya no  lo tenía. Acudí a su pupitre. Ella estaba sentada, me miró, sonrió y puso su mano en mi espalda y empezó a hacer suaves caricias en mi espalda. ¡Me estaba acariciando! Miré a ver si Eric nos observaba. No quería ocasionar problemas. ¡Qué se joda! ¡Me estaba acariciando la espalda! De pronto una voz hizo que parase. Era Mario.

¡Hola chicos! –nos dijo.

Estaba molesto. Para una vez que me acaricia y aparece. Pero no podía manifestar mis sentimientos hacia Claudia. Y menos si fui yo quien la juntó con Eric. No podía. Así que miré a los dos. Me atreví y les comuniqué  que  me habían robado el diario.

¿Qué? ¿Cómo? –Se exaltó Claudia.

Miré a Mario y estaba cómo en trance. Así que no pude evitar preguntarle por qué había llegado tarde.

Fue por culpa del tráfico. A estas horas de la mañana el tráfico es terrible. Menos mal que el profesor no vino. Me libré de una buena –me contestó.

Bueno, ahora lo que  importa es qué vamos a hacer para recuperarlo –dije yo.

¿Y si entramos a la biblioteca esta noche? Podríamos averiguar algo del bibliotecario ¿no?

De acuerdo. Pero habrá que pensar cómo conseguir las llaves de la biblioteca –comenté- Mario, vienes con nosotros ¿no?
Por supuesto. Estoy con ustedes en esto – dijo. Chicos, vuelvo en seguida- y se fue del aula. Le noté extraño. Manuel, ese chico de personalidad impredecible entraba por la puerta. Siempre estaba metiéndose conmigo o con Claudia. Parece que no tiene nada que hacer. Ahí venía. Directo a mí y a Claudia. ¿Qué barbaridades nos diría a continuación?

Vaya Claudia, creo que va a ser verdad ese refrán que dice: “Todo lo malo se pega”- dijo en tono un tanto burlón. Creo que disfrutaba con el momento.

¿A qué te refieres Manuel? Habla claro al menos, así nos reiremos juntos de tus boberías –le contestó Claudia sin ni siquiera mirarle a la cara.

¿A qué va a ser? Esta mañana fui a la biblioteca a devolver un libro y vuestro nuevo amigo vino con la misma caja que tú “tomaste prestada” y la puso en el estante de donde la sacaste. ¡Si al final la cleptomanía se pega!  Yo que tú iría a terapia -le tomó la mano y continuó-  ¡Quiero que sepas que no estás sola! ¡Nos vemos! Y se fue a su sitio. Claudia y yo nos miramos rápidamente.

¿La caja estaba con el diario verdad? –me preguntó Claudia.

Sí –respondí yo.

No me lo podía creer. Mario nos había traicionado. Fue él. Él robó el diario. Con razón quiso llevar a casa. Claudia y yo nos levantamos de allí y estuvimos  buscándolo. No estaba en la biblioteca. Miramos en el estante en el que debería estar. Allí ya no estaba. Saliendo de la biblioteca lo vimos saliendo del baño. Le agarré de la camisa y le empotré contra la pared.

¿De qué coño vas tío?  Con razón estabas hoy extraño–le espeté.

¡No sé de qué me estás hablando! – me dijo asustado.

¿Te refrescamos la memoria? Confiamos en ti. ¡Y tú nos pagas robándonos el diario! – le gritó Claudia.

Veréis yo… No tenía la intención. Tuve que hacerlo –contestó.

¿Tuviste que hacerlo? ¡Explícate! – dije apretándole más contra la pared.

Ayer, cuando estaba con ustedes en tu casa Claudia, recibí un mensaje. No sé de quién porque no figura el destinatario. Ni siquiera un número de referencia pero decía que llevase el diario de vuelta a la biblioteca o difundirían una imagen mala de mí en los medios por un golpe que tuve con un coche- argumentó.

Le solté. Y nos lo explicó con más calma. Nos rogó que le perdonásemos. Que debería habérnoslo contado y haber planeado algo. Pero ya no podríamos remediarlo. Les miré y, tanto a Claudia como a él, les dije que esta noche nos teníamos que preparar para entrar en la biblioteca a como diese lugar. Le miré a él y le dije que se encargase de conseguir la llave para entrar en la noche. Él devolvió el diario, él consigue las llaves. No es mal chico – o por lo menos eso creo-  Pero debería haber confiado en nosotros.

Las 21:00 horas del miércoles. Estaba frente  al instituto. Claudia no había llegado. Así que la llamé por teléfono.

Claudia, ¿dónde estás? ¿En tu casa? Habíamos quedado para colarnos en la biblioteca, ¿recuerdas? ¿Qué? ¿Llamaron a tu madre para decirle que robaste un libro de la biblioteca? ¿Quién?  ¿Cómo no lo va a saber? ¿Sólo le dijo eso? De acuerdo, te veo mañana en clase -y colgué.

Ahora sí que empiezo a mosquearme. Quién será el dueño del diario que no quiere que sepamos quién es. ¿Por qué nos hace esto? Ahora Claudia estaba castigada hasta nuevo por robar el diario de la biblioteca. ¡Genial! Fui por la parte trasera del instituto. Mario me dijo que había abierto la puerta trasera. Al parecer tuvo una pequeña pelea con Manuel y los dos están castigando las zonas comunes del instituto. Así que se encargó de dejar la puerta abierta para infiltrarnos dentro –bueno infiltrarme- y le quitó las llaves de la biblioteca al conserje. Entré y fue poco a poco caminando por el pasillo de las aulas. Las luces empezaron a parpadear cuando estaba llegando al final. Justo cuando iba a cruzar para el pasillo que lleva para la biblioteca, las luces se apagaron. No. Que yo sepa no me han cogido para una película de terror, pero me sentía en una de esas situaciones en las que el protagonista, asustado, iba sigilosamente hasta el lugar en el que el asesino le espera para darle muerte.

Miré a mí alrededor. Estaba nervioso. Tenía miedo. Pero estaba con los cinco sentidos puestos. No me pillarán desprevenidos. Avancé paso a paso, sigilosamente, hasta la biblioteca. Allí estaba esperando a ver si aparecía Mario. Después de esperar unos doce minutos, abrí la puerta. Estaba abierta. Entré. Estaba apagada. No podía encender las luces. Los de mantenimiento, se darían cuenta. Pues hay clases de tarde y sobre estas horas es el único momento que tienen de limpiar las aulas y demás. Y si enciendo una luz por un lugar en el que ya han pasado el “mocho” se darían cuenta.

Entré y fui directo al mostrador del bibliotecario a ver si allí encontraba algo que nos diese alguna pista de quién podría ser su contacto anónimo.  Saqué el móvil. Busqué y nada. No encontré nada.

Al girarme, había una silueta oscura en frente. Iluminé con el móvil pero se desplazó de lugar. Podía sentir sus pasos. Podía oírle respirar. Enfoqué con el móvil como pude. Lo apagué para que no me delatase y me escondí debajo de una mesa. Pude ver cómo se paraba en frente mío. No sabía si atacar o esperar a iluminarlo para averiguar de quién se trataba.

¡Basta ya de estar esperando respuestas! Voy a buscarlas por mi cuenta. Así que me abalancé y le agarré de la pierna. Me dio una patada que el móvil se me resbaló de entre mis dedos. Trato de agarrarle a esa persona del pelo, pero tiene una capucha puesta –mal rollo- forcejeando y forcejeando me puso contra la mesa y me tiró contra el suelo. Una voz un tanto extraña –yo por lo menos no la reconocí, a menos que estuviese manipulada para que esa fuese la intención- dijo: “Dejad de relacionaros con la muerte”. Creo que se trataba del dueño del diario.

Salió corriendo y yo tras ese individuo. Cuando fui a cruzar el pasillo Manuel y yo tuvimos un pequeño encontronazo y acabamos en el suelo.

¡Al fin apareces! –le reclamé.

Discúlpame, pero Manuel me complicó un poco las cosas –me respondió- ¿Alguna novedad?

Sí. El dueño del diario acaba de salir corriendo de la biblioteca – le dije.

¿Qué? –contestó a la vez que sus ojos se le abrieron como platos.

Lo que oyes –le dije- estamos cerca de algo que no quiere que sepamos. Pero, no nos rendiremos.
¿Qué tal tú día de castigo con Manuel? –le pregunté.

Mejor ni preguntes. ¡Irritable! –contestó. En fin, vayámonos de aquí antes de que nos pillen – le dije.

Saliendo del instituto por la parte trasera –para que nadie nos viese- vimos unas huellas de pisadas que se perdían por el bosque que conectaba con el campo de fútbol que estaba en la parte posterior del instituto.
¡Mira! –dijo señalando esas pisadas un tanto deformes pero visibles gracias a que se acaba de regar el césped con ayuda de los aspersores.

Mi móvil empezó a sonar. Era mi padre. Ya me estaba dando el toque de queda.

Tío, ¿podrías ocuparte de alcanzarle? He de irme, si no mi padre me mata –le dije.

Mario asintió y siguió  trotando hacia el bosque sin parar de mirar las huellas.

Yo, de camino a casa me topé con Claudia.

¿Claudia? ¿Qué haces aquí? ¿No estabas castigada? – le pregunté.

Me escapé de casa. Mi madre está tronca, no se ha enterado. Quería ayudarles. Estaba preocupada –respondió.

Ya no hay nada que hacer. Allí no había nada que nos condujera al dueño del diario. Pero se presentó  en la biblioteca, a oscuras cuando yo estaba y tuvimos un pequeño enfrentamiento – le dije yo.
Bueno, pues te acompaño hasta mi casa – me dijo y yo asentí.

Fuimos caminando y del frío que empezó a hacer y ella estar sin abrigo, le di mi camisa. Se la puso sobre la que llevaba puesta. Iba sin camisa y sentía el frío clavándose como puñales sobre mi cuerpo.

Al llegar a su casa, se quitó mi camisa y me dio las gracias. Me la puse. Y cuando fue a despedirse y darme un abrazo, se quedó quieta. Su frete chocó con mi barbilla. Estábamos frente a frente. Ella me miraba y yo a ella. Pero ninguno dijo nada. La luna nos alumbraba. Me tomó de las manos. Las soltó y me dijo que me fuese a casa, que ya  era tarde y no quería que me enfermase por ella.

Entró a su casa y yo fui derecho de camino a la mía. No paraba de pensar en ese momento que tuvimos. ¿Sentirá algo por mí? Fijo que estoy viendo cosas donde no las hay. Típico.

Al entrar en casa, mi padre empezó a discutir conmigo. Diciéndome que era tarde y que no debía de estar en la calle, que era un peligro. Pero eso no fue todo. El corazón casi se me sale por la boca cuando dijo que había aparecido un cadáver en un callejón de mala muerte del pueblo. El cuerpo fue reconocido y se trataba, nada más y nada menos, de Jorge Cáceres, más conocido como el bibliotecario.

No sé por qué, pero algo me dice que esto es solo el comienzo…

4 comentarios:

  1. Espera, espera, espera... Un muerto??? Y por qué el bibliotecario?? Por dejar el diario por ahí tirado?? O es porque verdaderamente estaba en lo cierto con mi teoría?? Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte...

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    1. Jajajaja Bueno, digamos que el bibliotecario sabía demasiado. Esa persona no podía arriesgarse a que los chicos le sonsacaran quién es. Por cierto, ¿qué te pareció el capítulo en general? ¿Y el personaje de Verónica?

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    2. Me gustó que dejases lo más emocionante para el final, así enganchas para el próximo... Sobre Verónica, ¿tendrá un papel relevante más adelante, a que sí? Además de que me recuerda bastante a otra Verónica jaja Buen capítulo^^

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    3. Me alegra entonces. No tendrá un papel muy relevante, pero digamos que gracias a ella está la clave para el final. El siguiente pone el listón un poco bajo, pero está más o menos interesante.

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