No paro de pensar en lo
involucrados que estamos ahora con el tema del diario. Todo me parece irreal.
En estos momentos aún más porque nos
están obstaculizando el saber a quién le pertenece. Me siento algo tranquilo
sabiendo que no cuento sólo con Claudia. Ahora los dos contamos con Mario. Creo
que tres cabecitas pensarán mejor que una ¿no? Es simpático el chico. Se ofreció a traerme a casa. Y aquí
estoy. Delante del escritorio averiguando más cosas sobre este diario. Miro el
reloj. Las 20:00 p.m. La luz tenue de mi
lámpara reclamaba un cambio de bombillo. Una mierda de lámpara barata comprada en
el Carrefour. Eso era. Dada mi
vagueza, me arrastré con la silla del ordenador hasta el extremo de la izquierda
del escritorio donde hay dos cajones. Abro el inferior. Ahí es donde guardo los
bombillos para la lámpara. Cojo uno, cierro el cajón y regreso al sito en el
que estaba –arrastrándome con la silla, por supuesto. Le cambié el bombillo a
la lámpara y continué analizando el diario.
Me inquietó una de las
primeras páginas del diario: “24 de
abril de 1802. No paran de hablar de mí. No puedo confiar en nadie. Lo saben.
No puedo permitir que vayan desvelando mi secreto a según les convenga”. “27 de
abril de 1802. No me queda más remedio que vivir con el remordimiento de
haberlos matado. Me encargué de hacerlos desaparecer de la faz de la tierra. Me
siento culpable, pero no tuve elección. Es un suplicio vivir en plena condena,
después de haber matado a un grupo de personas, pero aún más si retienes al
amor de tu vida en un lugar apartado. Tengo que poner fin a su vida. Pero no me
atrevo. No tengo el corazón tan helado para eso. Sé que tendré que manchar mis manos con su sangre, pero quiero esperar
hasta que esté preparado para vivir en un mundo en el que no exista”.
Me quedé helado. Se
cargó a aquellos que descubrieron su maldición. Su punto débil es el amor o por
lo menos eso parece. Mantuvo a una de esas personas con vida tan sólo porque era el motivo de que respirase cada día.
No quiero ni imaginarme lo que tuvo que sentir. De todos modos, supongo que si
es verdad que esta persona vive, el amor de su vida ya murió después de tanto
tiempo. A lo mejor tener este diario era un recuerdo que no hacía sino perturbar
su calma y decidió deshacerse de él sin quemarlo escondiéndolo en la
biblioteca. Pero, ¿por qué? ¡Claro! Ya
sé. ¡Cómo no se me había ocurrido antes! Si decidió esconder el diario ahí,
quiere decir que estamos ante un adolescente. ¡Y está en el instituto! No veo a
un adulto escondiendo un diario en una biblioteca… ¿Quién podrá ser?
De pronto una mano fría
entró en contacto con mi hombro. Acojonado la miré sin girar la cabeza, solo
miré de lado. Al ver ese anillo en uno
de sus dedos reconocí a la persona. Era mi padre.
Hijo, ¿ya estás
duchado?- Me preguntó.
No papá –le respondí
inmediatamente a la vez que cogía aire después de que todos los músculos de mi
cuerpo se me pusieran tensos- estaba estudiando para un examen –escondí el
diario para que no lo viera y evitar preguntas incómodas. Sí, incómodas. Mi
padre es policía. No sabéis que es tener que lidiar con eso. Es una de las
razones por las que no tengo muchos amigos.
Pues anda que es
gerundio. Vístete y baja a cenar que hoy tenemos invitados en casa – me dijo
cuando ya estaba saliendo por la puerta.
¿Visita? ¿Quiénes? –le pregunté
desconcertado.
¿Recuerdas a Marcelo y
Elsa López? – respondió al instante.
Sí –contesté.
Tú madre y yo les hemos
invitado a cenar porque están pasando un mal momento. Así que aprovechamos a
cenar en un rato antes de que tu madre tenga que ir a cubrir a su compañera en
el bar y de que yo tenga que hacer mi turno de noche en la comisaría.
De acuerdo. Me ducho y
en seguida bajo –le dije mientras desaparecía de mi habitación cruzando el
pasillo.
¡No tardes mucho que ya
están al venir! –gritó.
Era obvio que no les
había olvidado. Recuerdo que siendo yo pequeño, mis padres se iban con ellos a
cenar por fuera y me dejaban en casa con su hija Verónica bajo la vigilancia de
mi primo Rafael. Me divertía mucho con ella. Jugábamos haciendo uso de la
imaginación. Nos imaginábamos cosas, vivíamos verdaderas aventuras, y nos compenetrábamos
de una manera… ¡Qué tiempos aquellos!
No me arreglé mucho,
pues estaba en mi casa y en casa estoy como me da la gana. Bajé al recibidor y
de fondo pude oír a mí padre haciendo chistes de los suyos. Mi madre y los
demás le seguían la corriente. Allí estaban. Allí estaba ella también. Con un
vestido de flores estampadas que resaltaba su piel morena. Me miró y volvió a
concentrarse en la conversación. Estaba un tanto sorprendida. Miraba y
disimulaba cuando me daba cuenta mirando para ellos. Los adultos. No hablaba.
Sólo sonreía. Cómo se nota que la conversación era entre mayores. Ella estaba
allí callada y lo único que hacía era mirar y sonreír gentilmente. No podía
olvidar esos ojos. Unos ojos verdes como el agua de pantano. Son preciosos.
Pero no más que los de Claudia. Esos sí son unos ojos hermosos. Son mi
debilidad. Mi talón de Aquiles. Se tuvo que haber dado un tinte negro en ese
largo cabello que tiene hasta la cintura. Según recuerdo ella tenía el pelo
castaño, no negro.
La cena no estuvo muy
allá. Mis padres hablando con los suyos de viejas batallitas. Me metieron en la
conversación solo una vez. A ella –la pobre- la marginaron totalmente. Solo
sonreía, pero no dijo nada en ningún momento. Tenía ganas de oír su voz. Cuando
sonríe, no puedo evitar fijarme en ese pequeño lunar que tiene por encima de la
comisura –a la derecha- de los labios. Tenemos
la misma edad. Pero hacía tiempo que no sabía nada de ella. Ni siquiera
recuerdo haberla visto por el instituto –puede ser culpa mía también porque voy
a mi bola por los pasillos con la música del
iPad y paso de todos, aunque no siempre.
Yo ya había terminado
de cenar. Al ver que ellos continuaban con sus batallitas, me levanté, me llevé
mi plato, mi vaso y los cubiertos a la cocina. Los limpié y fui directo a mi
habitación. Tenía que contarle a Claudia lo que había descubierto en el diario.
Encendí el ordenador. Tenía que hablar con ella por Skype. Me levanté de la silla del ordenador y abrí el armario para
cambiarme de ropa. Me quité las bermudas blancas de cuadros y la camiseta violeta
que llevaba puesta. Cogí los pantalones grises del pijama que tengo. Pero antes de ponérmelos me miré en el espejo
semidesnudo –llevaba mis calzoncillos de la suerte eh, unos negros de Calvin Klein. Ese espejo estaba justo en
la otra puerta del armario que ni me molesté en abrir, pues no hacía falta.
Inmediatamente me tapé mis zonas más íntimas –a pesar de estar en calzoncillos,
ya que eso se marca- al darme cuenta que Verónica me miraba desde la puerta.
¿No pensabas saludarme?-
Me miró y sonrió- ¡Vaya, sí que has crecido! –dijo con cierto tono de sorpresa.
Entró en la habitación y empezó a curiosear las cosas que tenía en el
escritorio.
Esto, umm…yo…-No sabía
que decir. ¡Soy un imbécil! –me puse los pantalones rápidamente y observé que tenía
entre sus manos una foto mía con Claudia. Ese día fue cuando ella me enseñó a
patinar. Bueno, “patinar” porque en realidad estuve más en contacto con el
suelo que sobre ruedas. Creo que si lo intento otra vez, tendría que empezar de
cero.
No se lo has dicho ¿verdad?
– me preguntó.
¿El qué? –respondí algo
confuso.
Que la quieres –me dijo.
¿Y tú cómo sabes eso? –Le dije. Ahora sí estaba realmente confuso.
Soy una chica Óscar. Tengo
ojos en la cara. Puedo percibir esas cosas tan solo con mirar a una persona a los
ojos – comentó sin ni siquiera dudarlo un segundo -Bueno, he de irme. Me alegra
verte.
Yo también me alegro de
verte – le respondí. Salió de mi habitación me quedé mirando unos segundos la
fotografía que ella había estado observando un buen rato ante el escritorio y
que puso en su lugar. Seguí ese impulso y fui tras ella. Estaba caminando por
el pasillo cuando le dije: ¿Volveremos a vernos?
Por supuesto. Tendrás
noticias mías –ni se molestó en girarse y mirarme. Pero una vez a punto de
desaparecer del pasillo llegando a la esquina que da a la escalera para bajar
al salón, gritó: Por cierto, bonitos calzoncillos –No paraba de imaginarme esa
sonrisa suya y el lunar encima de la comisura de sus labios al decirlo. Volví a
mi dormitorio y al mirarme en el espejo. Me di cuenta de la cara de lelo que
tengo. Un imbécil, ya lo he dicho.
Esa noche dormí en casa
solo. Resulta que mi padre llegó tarde de la comisaría porque tuvo que arrestar
a un par de narcotraficantes de la zona. Y mi madre, le cubría el turno a una
amiga suya que no se encontraba en el pueblo –ya podrá devolverle el favor.
Siempre duermo con la ventana abierta. Me encanta quedarme dormido mientras
observo la belleza de la luna. Siempre en compañía de esas pequeñas estrellas que
alivian su soledad. Pero esa noche, un frío insoportable hizo que me levantase
cerrar la ventana. Pero al levantarme de la cama, me di un par de golpes con
cosas que estaban en el suelo. ¿Pero qué narices? Encendí la luz de mi
dormitorio y todas las cosas que tenía en el escritorio estaban en el suelo. Pude
observar la foto que Verónica estaba mirando en el suelo cubierta por el
pisapapeles y la grapadora. La cogí, le di un beso a la foto y me puse a buscar
como un loco el diario. No estaba. Ni siquiera la caja donde venía con aquellas
páginas sueltas dentro. Alguien había entrado en casa mientras yo dormía y se
lo había llevado. Comprobé toda la casa por si se habían llevado algo más. No. Quien
quiera que fuese vino a llevarse únicamente el diario y lo hizo. ¿Cómo es
posible que no lo escuchase? Es decir, me tiran todas las cosas del escritorio
al suelo ¿y no oigo nada? Pero si estaba en la misma habitación… Esto me
resulta extraño.
A la mañana siguiente el
profesor de Educación Física no llegó a clase. Todo el mundo estaba a su bola
en el aula. Ni nos molestamos en ir a buscar a un sustituto. ¿Para qué
desperdiciar el tiempo en hacer ejercicios de repaso pudiendo aprovechar el
tiempo libre? No dejaba de pensar en cómo se metieron en casa sin forzar la
cerradura. Y en mi dormitorio sin yo enterarme. Por más que le doy vueltas no
llego a ninguna conclusión.
No sabía cómo decirle a
Claudia que el diario ya no lo tenía.
Acudí a su pupitre. Ella estaba sentada, me miró, sonrió y puso su mano en mi
espalda y empezó a hacer suaves caricias en mi espalda. ¡Me estaba acariciando!
Miré a ver si Eric nos observaba. No quería ocasionar problemas. ¡Qué se joda!
¡Me estaba acariciando la espalda! De pronto una voz hizo que parase. Era
Mario.
¡Hola chicos! –nos dijo.
Estaba molesto. Para
una vez que me acaricia y aparece. Pero no podía manifestar mis sentimientos
hacia Claudia. Y menos si fui yo quien la juntó con Eric. No podía. Así que
miré a los dos. Me atreví y les comuniqué que me
habían robado el diario.
¿Qué? ¿Cómo? –Se exaltó
Claudia.
Miré a Mario y estaba
cómo en trance. Así que no pude evitar preguntarle por qué había llegado tarde.
Fue por culpa del
tráfico. A estas horas de la mañana el tráfico es terrible. Menos mal que el
profesor no vino. Me libré de una buena –me contestó.
Bueno, ahora lo
que importa es qué vamos a hacer para
recuperarlo –dije yo.
¿Y si entramos a la
biblioteca esta noche? Podríamos averiguar algo del bibliotecario ¿no?
De acuerdo. Pero habrá
que pensar cómo conseguir las llaves de la biblioteca –comenté- Mario, vienes
con nosotros ¿no?
Por supuesto. Estoy con
ustedes en esto – dijo. Chicos, vuelvo en seguida- y se fue del aula. Le noté
extraño. Manuel, ese chico de personalidad impredecible entraba por la puerta.
Siempre estaba metiéndose conmigo o con Claudia. Parece que no tiene nada que
hacer. Ahí venía. Directo a mí y a Claudia. ¿Qué barbaridades nos diría a
continuación?
Vaya Claudia, creo que
va a ser verdad ese refrán que dice: “Todo lo malo se pega”- dijo en tono un
tanto burlón. Creo que disfrutaba con el momento.
¿A qué te refieres
Manuel? Habla claro al menos, así nos reiremos juntos de tus boberías –le contestó
Claudia sin ni siquiera mirarle a la cara.
¿A qué va a ser? Esta
mañana fui a la biblioteca a devolver un libro y vuestro nuevo amigo vino con
la misma caja que tú “tomaste prestada” y la puso en el estante de donde la
sacaste. ¡Si al final la cleptomanía se pega! Yo que tú iría a terapia -le tomó la mano y
continuó- ¡Quiero que sepas que no estás
sola! ¡Nos vemos! Y se fue a su sitio. Claudia y yo nos miramos rápidamente.
¿La caja estaba con el
diario verdad? –me preguntó Claudia.
Sí –respondí yo.
No me lo podía creer. Mario
nos había traicionado. Fue él. Él robó el diario. Con razón quiso llevar a
casa. Claudia y yo nos levantamos de allí y estuvimos buscándolo. No estaba en la biblioteca.
Miramos en el estante en el que debería estar. Allí ya no estaba. Saliendo de
la biblioteca lo vimos saliendo del baño. Le agarré de la camisa y le empotré
contra la pared.
¿De qué coño vas tío? Con razón estabas hoy extraño–le espeté.
¡No sé de qué me estás
hablando! – me dijo asustado.
¿Te refrescamos la
memoria? Confiamos en ti. ¡Y tú nos pagas robándonos el diario! – le gritó
Claudia.
Veréis yo… No tenía la
intención. Tuve que hacerlo –contestó.
¿Tuviste que hacerlo? ¡Explícate!
– dije apretándole más contra la pared.
Ayer, cuando estaba con
ustedes en tu casa Claudia, recibí un mensaje. No sé de quién porque no figura
el destinatario. Ni siquiera un número de referencia pero decía que llevase el
diario de vuelta a la biblioteca o difundirían una imagen mala de mí en los
medios por un golpe que tuve con un coche- argumentó.
Le solté. Y nos lo
explicó con más calma. Nos rogó que le perdonásemos. Que debería habérnoslo contado
y haber planeado algo. Pero ya no podríamos remediarlo. Les miré y, tanto a
Claudia como a él, les dije que esta noche nos teníamos que preparar para
entrar en la biblioteca a como diese lugar. Le miré a él y le dije que se encargase
de conseguir la llave para entrar en la noche. Él devolvió el diario, él consigue
las llaves. No es mal chico – o por lo menos eso creo- Pero debería haber confiado en nosotros.
Las 21:00 horas del
miércoles. Estaba frente al instituto.
Claudia no había llegado. Así que la llamé por teléfono.
Claudia, ¿dónde estás? ¿En
tu casa? Habíamos quedado para colarnos en la biblioteca, ¿recuerdas? ¿Qué? ¿Llamaron
a tu madre para decirle que robaste un libro de la biblioteca? ¿Quién? ¿Cómo no lo va a saber? ¿Sólo le dijo eso? De
acuerdo, te veo mañana en clase -y colgué.
Ahora sí que empiezo a
mosquearme. Quién será el dueño del diario que no quiere que sepamos quién es.
¿Por qué nos hace esto? Ahora Claudia estaba castigada hasta nuevo por robar el
diario de la biblioteca. ¡Genial! Fui por la parte trasera del instituto. Mario
me dijo que había abierto la puerta trasera. Al parecer tuvo una pequeña pelea
con Manuel y los dos están castigando las zonas comunes del instituto. Así que
se encargó de dejar la puerta abierta para infiltrarnos dentro –bueno infiltrarme-
y le quitó las llaves de la biblioteca al conserje. Entré y fue poco a poco
caminando por el pasillo de las aulas. Las luces empezaron a parpadear cuando
estaba llegando al final. Justo cuando iba a cruzar para el pasillo que lleva
para la biblioteca, las luces se apagaron. No. Que yo sepa no me han cogido
para una película de terror, pero me sentía en una de esas situaciones en las
que el protagonista, asustado, iba sigilosamente hasta el lugar en el que el
asesino le espera para darle muerte.
Miré a mí alrededor.
Estaba nervioso. Tenía miedo. Pero estaba con los cinco sentidos puestos. No me
pillarán desprevenidos. Avancé paso a paso, sigilosamente, hasta la biblioteca.
Allí estaba esperando a ver si aparecía Mario. Después de esperar unos doce
minutos, abrí la puerta. Estaba abierta. Entré. Estaba apagada. No podía
encender las luces. Los de mantenimiento, se darían cuenta. Pues hay clases de
tarde y sobre estas horas es el único momento que tienen de limpiar las aulas y
demás. Y si enciendo una luz por un lugar en el que ya han pasado el “mocho” se
darían cuenta.
Entré y fui directo al
mostrador del bibliotecario a ver si allí encontraba algo que nos diese alguna
pista de quién podría ser su contacto anónimo.
Saqué el móvil. Busqué y nada. No encontré nada.
Al girarme, había una
silueta oscura en frente. Iluminé con el móvil pero se desplazó de lugar. Podía
sentir sus pasos. Podía oírle respirar. Enfoqué con el móvil como pude. Lo
apagué para que no me delatase y me escondí debajo de una mesa. Pude ver cómo
se paraba en frente mío. No sabía si atacar o esperar a iluminarlo para
averiguar de quién se trataba.
¡Basta ya de estar
esperando respuestas! Voy a buscarlas por mi cuenta. Así que me abalancé y le agarré
de la pierna. Me dio una patada que el móvil se me resbaló de entre mis dedos.
Trato de agarrarle a esa persona del pelo, pero tiene una capucha puesta –mal rollo-
forcejeando y forcejeando me puso contra la mesa y me tiró contra el suelo. Una
voz un tanto extraña –yo por lo menos no la reconocí, a menos que estuviese
manipulada para que esa fuese la intención- dijo: “Dejad de relacionaros con la
muerte”. Creo que se trataba del dueño del diario.
Salió corriendo y yo tras
ese individuo. Cuando fui a cruzar el pasillo Manuel y yo tuvimos un pequeño
encontronazo y acabamos en el suelo.
¡Al fin apareces! –le reclamé.
Discúlpame, pero Manuel
me complicó un poco las cosas –me respondió- ¿Alguna novedad?
Sí. El dueño del diario
acaba de salir corriendo de la biblioteca – le dije.
¿Qué? –contestó a la
vez que sus ojos se le abrieron como platos.
Lo que oyes –le dije- estamos
cerca de algo que no quiere que sepamos. Pero, no nos rendiremos.
¿Qué tal tú día de
castigo con Manuel? –le pregunté.
Mejor ni preguntes.
¡Irritable! –contestó. En fin, vayámonos de aquí antes de que nos pillen – le dije.
Saliendo del instituto
por la parte trasera –para que nadie nos viese- vimos unas huellas de pisadas
que se perdían por el bosque que conectaba con el campo de fútbol que estaba en
la parte posterior del instituto.
¡Mira! –dijo señalando
esas pisadas un tanto deformes pero visibles gracias a que se acaba de regar el
césped con ayuda de los aspersores.
Mi móvil empezó a
sonar. Era mi padre. Ya me estaba dando el toque de queda.
Tío, ¿podrías ocuparte
de alcanzarle? He de irme, si no mi padre me mata –le dije.
Mario asintió y siguió trotando hacia el bosque sin parar de mirar
las huellas.
Yo, de camino a casa me
topé con Claudia.
¿Claudia? ¿Qué haces
aquí? ¿No estabas castigada? – le pregunté.
Me escapé de casa. Mi
madre está tronca, no se ha enterado. Quería ayudarles. Estaba preocupada –respondió.
Ya no hay nada que
hacer. Allí no había nada que nos condujera al dueño del diario. Pero se
presentó en la biblioteca, a oscuras
cuando yo estaba y tuvimos un pequeño enfrentamiento – le dije yo.
Bueno, pues te acompaño
hasta mi casa – me dijo y yo asentí.
Fuimos caminando y del
frío que empezó a hacer y ella estar sin abrigo, le di mi camisa. Se la puso
sobre la que llevaba puesta. Iba sin camisa y sentía el frío clavándose como
puñales sobre mi cuerpo.
Al llegar a su casa, se
quitó mi camisa y me dio las gracias. Me la puse. Y cuando fue a despedirse y
darme un abrazo, se quedó quieta. Su frete chocó con mi barbilla. Estábamos
frente a frente. Ella me miraba y yo a ella. Pero ninguno dijo nada. La luna
nos alumbraba. Me tomó de las manos. Las soltó y me dijo que me fuese a casa,
que ya era tarde y no quería que me
enfermase por ella.
Entró a su casa y yo
fui derecho de camino a la mía. No paraba de pensar en ese momento que tuvimos.
¿Sentirá algo por mí? Fijo que estoy viendo cosas donde no las hay. Típico.
Al entrar en casa, mi
padre empezó a discutir conmigo. Diciéndome que era tarde y que no debía de
estar en la calle, que era un peligro. Pero eso no fue todo. El corazón casi se
me sale por la boca cuando dijo que había aparecido un cadáver en un callejón
de mala muerte del pueblo. El cuerpo fue reconocido y se trataba, nada más y nada menos, de Jorge
Cáceres, más conocido como el bibliotecario.
No sé por qué, pero
algo me dice que esto es solo el comienzo…
Espera, espera, espera... Un muerto??? Y por qué el bibliotecario?? Por dejar el diario por ahí tirado?? O es porque verdaderamente estaba en lo cierto con mi teoría?? Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte...
ResponderEliminarJajajaja Bueno, digamos que el bibliotecario sabía demasiado. Esa persona no podía arriesgarse a que los chicos le sonsacaran quién es. Por cierto, ¿qué te pareció el capítulo en general? ¿Y el personaje de Verónica?
EliminarMe gustó que dejases lo más emocionante para el final, así enganchas para el próximo... Sobre Verónica, ¿tendrá un papel relevante más adelante, a que sí? Además de que me recuerda bastante a otra Verónica jaja Buen capítulo^^
EliminarMe alegra entonces. No tendrá un papel muy relevante, pero digamos que gracias a ella está la clave para el final. El siguiente pone el listón un poco bajo, pero está más o menos interesante.
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