El instituto. Ese lugar
infernal en el que tienes que pasar seis horas diarias cada semana. Ahí es a
dónde vuelvo. Después de casi tres años de clases particulares en casa para
poder estar debajo de los focos, vuelvo a ese infierno. No recuerdo haber
estado nervioso cuando grabábamos los episodios para la serie de Alegres caprichos. Sin embargo, lo estoy
ahora que tengo que estar en un aula con unas treinta personas aproximadamente.
Voy a echar de menos el mundo del espectáculo. Pero mirándolo por el lado
positivo, podré dedicarme a terminar el bachillerato y así estar tranquilo. Dos
años sabáticos se pasan rápido.
Conducir me relaja. Es
más, ahora que estoy reflexionando todo esto, estoy conduciendo. Mi primer día
de instituto después de tanto tiempo. Un
martes, para colmo. Tendré que ponerme al día con las materias, pues ya irán un
poco avanzadas. Debo de tener cuidado con este coche. Me lo he comprado –con el
consentimiento de mis padres- gracias a unos ahorrillos que he reunido mientras
trabajaba en la serie de televisión. Un Citroën DS5. Plateado, cristales
traseros ahumados…Perfecto para mí. Es como mi bebé. Aunque un bebé un poco
caro, eso sí.
Me gusta la velocidad.
Pero más me gusta contemplar el ambiente que dejo atrás. La brisa que entra por
las dos ventanillas bajadas a la vez que observo lo que me viene de frente.
Hacia dónde avanzo. No hay nada mejor que unas gafas Ray-Ban doradas de sol, para que puedas echar algún que otro
vistazo. Lo bueno de ello es que nadie sabe que les estás mirando.
Mientras conduzco, saco
el brazo izquierdo por la ventanilla –cosa no muy aconsejable en un examen de
conducir porque te suspenden. Lo sé por propia experiencia. Justo en ese
momento estoy en contacto con la naturaleza. El ligero sol que empieza a
resplandecer a estas horas de la mañana, hace que me olvide de todo. Y tanto
fue lo que me distraje que tuve un accidente con mi bebé. El golpe fue tan
repentino que hasta rompí las gafas de un cabezazo con el volante. No salió
airbag. Era lo mínimo que me esperaba.
Una vez que pude reponerme, miré al frente para saber
contra qué choqué. Le di por todo el trasero a un Opel Insignia de color negro.
Bastante elegante y modesto a la vez. Algo un poco extraño. Sólo espero que su
dueño o dueña no lo sea. Abrí la puerta de conductor de mi coche y salí para
hacerme responsable del accidente que causé. De repente, se abre la puerta del
conductor del coche con el que tuve este inesperado e inmediato encontronazo.
Salió un chico de pelo negro oscuro, con el pelo al pincho –tal y como la
mayoría de los chicos los lleva o en día con ayuda de la cera de peinado, una plancha y laca- ojos azules, labios
atractivos y moreno de piel. En cuanto a su complexión, era delgado, pero
tampoco mucho. Llevaba una camisa de pico negra, pantalones pitillo rojo y unos
zapatos Lacoste negros. Vino hacia mí
como alma que se lo lleva el diablo.
¿De qué coño vas? Mira
lo que le has hecho a mi coche. ¿Dónde conseguiste el carné? ¿En una tómbola?
Voy a sacarle una foto a tu matrícula. No te vas a librar de pagarme el arreglo muy fácilmente –decía. No me
dejaba ni hablar. Fue agobiante. Esa imagen de chico tranquilo se esfumó en ese instante.
Lo siento mucho. Le
pagaré hasta el último euro que tenga, pero se lo pagaré, no sé ni en qué
momento apareciste, fue todo muy rápido y yo…-trataba yo de arreglar las cosas.
Pero él me lo impedía.
Ya lo creo que me lo
pagarás. ¿Sabes lo que me hará mi padre cuando vea que le han colisionado su
coche del alma por el puto culo? ¡No puedes ni imaginártelo!-Me decía.
Le repito que lo siento.
Se lo pagaré. ¿Sabe quién soy? – le dije.
No. ¿Sabe usted quién
soy yo? –Negué rápidamente con la cabeza- Su peor pesadilla como trate de
librarse de esto –no paraba de sacarle fotos de a mi matrícula con su iPhone S4 -Me llamo Manuel. Manuel
Domínguez, así que apunte mi número de teléfono porque tendrá noticias mías-
miró el reloj rápidamente- Tengo que ir a clases. Llegaré tarde por su culpa.
Alucinado porque no me
reconoció –y eso que las gafas no las llevaba puestas porque las rompí en el
impacto y se me cayeron dentro del coche- me percaté de que en su oído
izquierdo llevaba un zarcillo. Era una cruz. ¿Pero es que no ve la televisión? Le ofrecí mi
móvil para que apuntase su número. Se lo pagaría. Faltaría más. Fue mi culpa. Mis
padres me matarán cuando sepan que choqué el coche. Tengo la defensa más que
jodida. Mi pobre bebé…
Ya está. Para que sepa
que soy yo, le puse “Manuel al que jodiste el coche”. No tarde mucho en pagarme el arreglo –dijo arrogante
cuando me dio de nuevo el móvil y se subió en el coche. Vi cómo se puso unas
gafas Carrera negras y subió las ventanillas. Arrancó y siguió su camino. Yo,
flipando, le eché un vistazo al estado de la defensa de mi coche. Cuando miré
el reloj, me apresuré y subí al coche para llegar a clase a tiempo.
El problema es que antes de incorporarme a las clases, tuve una
reunión con el director y la tutora de primero de Bachillerato, que al parecer
era la profesora Valeria Gómez, que enseñaba Economía. Después de hablar con
ellos, me dijeron que ya estaba acabando la clase. Ella se acercó a mí y me
dijo que esperase a después del descanso de media hora que había y me incorporaba
en su asignatura.
Cómo es el primer día y
no tengo muchos amigos -a pesar de que varias chavalas y pibes me reconocen y
no paran de hablar de mí en los pasillos en voz baja- fui al mejor lugar para evadirse de todo: La
biblioteca. Era acogedora. Paredes pintadas de color garbanzo. Estanterías
enormes, incluso con escaleras para subir, cada una de ellas con una categoría
distinta. Mesas y sillas, para leer ahí. Además, tenían salas de estudio y
todo. Me maravilló la biblioteca. Siempre he tenido debilidad por ellas. Me
decidí por coger un libro de Stephen King yo mismo- concretamente el de Maleficio- ya que el bibliotecario no
estaba. Me senté en una de esas mesas y empecé a leer. Estaba pendiente a que
viniese el bibliotecario y así poder sacarlo de allí por unos días y poder
leerlo.
En ese momento, oír que
se abría y cerraba la puerta de la biblioteca –que está detrás de mí, por
cierto- perturbó mi lectura. Entró una chica morena hablando en voz baja con un
chico de pelo castaño y ojos claros. Me llamaron la atención. Inmediatamente
apareció detrás del mostrador el bibliotecario, así que me levanté y me puse
detrás de ellos para que luego me atendiera a mí.
Ellos estaban
preguntando por un diario. ¿Un diario en una biblioteca? – me dije a mí mismo- Odio
esperar para que me atiendan. La espera saca lo peor de mí. Ellos seguían con
el tema de un diario que al parecer estaba aquí y del que el bibliotecario no
tiene constancia. Miré el reloj. Conté pasaron siete minutos. ¡Siete minutos!
Me desesperaba ya. El chico se disculpó amablemente y los dos pasaron justo por
mi lado. Mencionaron algo de entrar en la biblioteca por la noche. ¿Qué traman?
Me acerqué al
bibliotecario y le di el libro para que me registrara. No se molestó en mirarme
si quiera. Estaba pendiente de alguna respuesta en su móvil. Escribió un
mensaje y les dirigió una mirada a esos dos chicos que me inspiró desconfianza.
Dejó su móvil sobre el mostrador. A mi alcance. Miré detenidamente el móvil.
Pero me sobresalté cuando ese silencio
se rompió de inmediato.
¿Tienes ficha en la
biblioteca?- Me preguntó.
No – le respondí justo
al momento. Se metió dentro de la oficina, supongo que a buscarme una ficha. Sé
que está mal lo que hice, pero me di cuenta que había enviado algo por el móvil cuando miró
así a los chicos. Tomé su Blackberry 8520 cuidadosamente. Tenía el WhatsApp
puesto. Había escrito: “Lo saben. Lo han encontrado”. Comprobé todavía no
venía. No. Seguía todavía allí buscando la dichosa ficha. Miré a quién iba
dirigido ese WhatsApp y no había
nombre. Solo ponía: “…”. ¿Puntos suspensivos?
¿Quién narices pone a un contacto puntos suspensivos? Algo me huele mal.
Y no, no he sido yo, ni huele a nada raro, es sólo una expresión. Rápidamente
puse el móvil en su sitio al darme cuenta de que estaba cerrando la puerta de
esa oficina y disimulé lo más que pude.
Me dio la ficha, la
rellené, cogí el libre y cuando ya estaba a punto de irme me dijo- ¡Eh, tú!
¿Sí? –Dije temeroso de
que se hubiese dado cuenta.
Eres Fabián, ¿verdad?-
me preguntó.
No yo soy Mario, Mario
León, puedes comprobarlo en la ficha. Ahí tienes mis datos – le respondí.
No. Me refiero al actor
que da vida a Fabián en Alegres caprichos-
dijo para mi asombro.
¡Ah, sí! ¡Soy yo!
Bueno, daba vida a Fabián. Ahora toca estudiar una temporadita –le comenté
satisfecho de que no haya pillado.
¡Me encanta su
personaje! ¡Espero que despiertes del coma! –gritó al ver que yo avanzaba hacia
la salida de aquella biblioteca sin mirar atrás.
Me incorporé a la clase
después de un discurso de bienvenida que me dieron tanto el director como la
tutora. Me senté en el pupitre que me indicaron al final de la clase. Colgué mi
mochila de un color verde militar de la marca Pi 3.14 y mientras acomodaba el libro de la asignatura
de Economía, el estuche y la libreta en el pupitre, me llevé una sorpresa al
ver quién se sentaba a mi derecha. Era él. El chico del Opel Insignia. Ahora sí
puede decirse que las coincidencias no existen. En ese momento me miró, levantó
la ceja derecha, en señal de desagrado. Normal. Creo que no le caeré nunca
bien. Y menos después de que le haya dado por detrás – llevéis por el mal
camino esta expresión- a su coche. Bueno, según me dijo, el coche de su padre.
No paraba de mirarle. No me malinterpretéis, respeto a los homosexuales, pero
no soy uno de ellos. Hay una teoría que dice que si miras a alguien de tu mismo
sexo detenidamente más de 6 segundos sin entablar una conversación es porque
eres homosexual. Están colgados. Me sorprende el hecho de que el mundo es un
pañuelo y la facilidad con la que te puedes encontrar con una persona a la que “le
jodiste su coche”, tal y como él se denominó en mi móvil.
Mi primera clase de
Economía en mi primer día de instituto se me hizo amena. Al sonar el timbre todos
se levantaron como locos. Se notaba que había acabado ya el día. Cuando estaba
por el pasillo, vi justo por delante de mí a los dos chicos que estaban en la
biblioteca preguntando por el diario. Me acerqué a ellos y sin dudar un segundo
y le toqué el hombro a la chica para que parasen. Traté de decirles lo que
sabía.
¡Hola! Soy Mario León.
El nuevo –comencé.
¡Hola! Yo soy Claudia y
mi amigo es Óscar –Él me saludó también levemente con la cabeza- Si necesitas cualquier
cosa, no dudes en pedirlo. Bueno, tenemos que irnos –dijo ella mientras los dos
me daban la espalda.
¡Esperad! Sé lo del
diario –Ambos se miraron asombrados- ¿qué sabes? –dijo ella.
¿Y cómo lo sabes? –dijo
él.
Veréis, estaba en la
biblioteca detrás de vosotros esperando mi turno para coger un libro y escuché
cómo le preguntaban al bibliotecario por un antiguo diario del que él parecía
no tener constancia.
Te dije que debíamos
ser cuidadosos con este tema –le dijo Óscar a Claudia en voz baja. Pero gracias
a lo cerca que yo estaba puede oírlo.
No sabemos de qué nos
hablas. Ahora si nos disculpas, tenemos que irnos –dijo Claudia disimulando que no sabía nada sobre ello y volvieron
a darme la espalda.
¡Esperad! –Me puse
frente a ellos- El bibliotecario sabe más de lo que les dijo.
¿Cómo lo sabes? –me dijo
Claudia. Óscar la miró y ambos me miraron, sincronizándose para cruzarlos
brazos a la misma vez.
Mientras él me buscaba
una ficha para registrar los libros que saco de la biblioteca por todo el tema
de que soy nuevo, dejó su móvil en el mostrador. Sé que está mal, pero después
de ver cómo te miraba cuando estabais allí frente aquella estantería, antes de irse
ustedes y justo después de que enviase un WhatsApp
a un contacto al que comprobé que le denominó “puntos suspensivos”.
¿Y? Estamos en pleno
2012, todo el mundo utiliza el WhatsApp.
¿Qué tiene eso que ver con nosotros? – dijo Óscar escéptico.
Le había escrito: “Lo
saben. Lo han encontrado”- levanté la voz- Los dos se miraron, miraron
alrededor y me invitaron a ir con ellos. Fuimos en mi coche a la casa amarilla
de Claudia. Allí me confesaron todo lo del diario ese -cómo lo habían encontrado, dónde y pocos detalles de lo que figuraba en él-.
Entonces, ¿ustedes se
creen esa historia que un colgado puso en un diario a lo mejor para fastidiar? ¿Cómo
va a vivir una persona demasiado tiempo? Además, ¿ustedes creéis en la magia,
en las maldiciones y esas chorradas?- les dije yo.
¿Por qué no habría de creer
en ello después de lo que precisamente tú viste escrito en el móvil del bibliotecario?-
me respondía Óscar.
Miré por la ventana del
cuarto de Claudia. Mi móvil sonó. Miré y tenía un mensaje. No ponía el número del
que había sido enviado, pero era un mensaje multimedia. Me acababan de enviar
un mensaje con la foto de mi coche estampado y decía: "Si no quieres que te
conozcan como la nueva estrella “estrellada” por el alcohol, consigue el diario
y devuélvelo al lugar del que no debió salir".
Estaba sudando en frío.
Mi reputación podría caer en picado. Eso daría una mala imagen de mí. ¿Quién
sería capaz de chantajearme? Si ni siquiera bebo. Miré por la ventana con
detenimiento. Tal vez habría alguien deambulando por ahí debajo. No. No había
nadie. Absolutamente nadie sospechoso. ¿Cómo lo sabrían?
¿Te pasa algo? ¿Va todo
bien?- me preguntó Claudia preocupada.
Sí, perfectamente -disimulé
con una sonrisa. Guardé el móvil en mi bolsillo trasero izquierdo del pantalón-
¿Y el diario? ¿Dónde está? –pregunté.
En mi casa. Un lugar
seguro. Puedes estar tranquilo –me respondió Óscar.
Bueno, he de irme –dije
yo.
Yo también me voy ya
Clau. Hablamos por Skype ¿ok? –dijo Óscar.
De acuerdo. Échale un
vistazo más al diario y mañana nos comentas Óscar –le dijo Claudia a óscar. De
repente me miró y dijo –Mario,
bienvenido a nuestro grupo. Ahora compartes un secreto con nosotros. Por favor,
ni se te ocurra contarlo.
Podéis estar
tranquilos. No lo haré –dije entre dientes- Por cierto óscar, si me dices dónde
vives, yo te alcanzo, no me molesta.
De acuerdo. Muy amable –
me dijo Óscar sonriente después de librarle de una caminata o por lo menos eso creo.
Le dejé frente a su
casa. Una preciosa casa blanca, terrera, a las afueras de la Urbanización donde
Claudia vivía. No estaba tampoco muy lejos. Solo unos 20 minutos a pie
aproximadamente. Tenía ventanales y
barandas, de color verde. Con las típicas macetas de flores. Estaba todo lleno de
flores a su alrededor, en la azotea y en la entrada. Estoy seguro que esa era
la afición de su madre o algo. Me apuesto el gaznate.
Muchas gracias por
traerme Mario. Nos vemos mañana en clase – me dijo.
De nada. ¡Hasta mañana!-
le dije y arranqué, avanzando por aquél camino estrecho sin dejar de observar
por el espejo retrovisor cómo entraba en su casa.
A la mañana siguiente,
llegué un poco tarde a clase. Me salvé de la riña del profesor de educación
física porque no había venido y estando a la espera de un sustituto, acudí al
pupitre de Claudia, donde estaba Óscar alterado hablando con ella. Ella estaba
sentada y él de pie.
¡Hola chicos! ¿Qué tal?
–les saludé.
Óscar me miró y se echó las manos a la cabeza. Luego me
miró y apoyó las manos sobre la mesa de Claudia. Mario –comenzó a hablar-
anoche entraron a mi casa, desordenaron mi habitación mientras dormía y se
llevaron el diario. Los tres nos miramos y tomé aire.
Se me estropeó la teoría! Pensaba que sería Mario el del diario, al verlo llegar así de repente. Pero esta vez mi teoría se estropeó! De todos modos, me dejas en ascuas. ¿Es el bibliotecario el del mensaje? ¿Tiene algo que ver con lo del coche? ¡¡Quiero leer el próximo capítulo!! =D
ResponderEliminarEl bibliotecario le envío un WhatsApp al dueño/a del diario. Lo que quiere decir que sabe su identidad. En cuanto a lo del coche, tiene una explicación. Ya tengo un poquito del próximo capítulo escrito. Mañana subo el tercero.¿Te doy una buena noticia? Tal vez mañana subo dos en vez de uno. ^^
ResponderEliminarCorrijo. El cuarto capítulo, no el tercero jejeje
EliminarCorrijo, el cuarto capítulo, no el tercero jeje.
ResponderEliminarSí, sí me refiero a si fue el bibliotecario el que le envió el mnesaje a Mario (tú sabes más que yo, jaja , es tuyo)
ResponderEliminarLa persona que escribió el diario fue quién le envió el mensaje a Mario, pues el bibliotecario se encargó de informarle que ya alguien conocía su secreto. Un secreto que está plasmado en el diario.
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