domingo, 24 de junio de 2012

Capítulo 3: Mensaje desconocido



El instituto. Ese lugar infernal en el que tienes que pasar seis horas diarias cada semana. Ahí es a dónde vuelvo. Después de casi tres años de clases particulares en casa para poder estar debajo de los focos, vuelvo a ese infierno. No recuerdo haber estado nervioso cuando grabábamos los episodios para la serie de Alegres caprichos. Sin embargo, lo estoy ahora que tengo que estar en un aula con unas treinta personas aproximadamente. Voy a echar de menos el mundo del espectáculo. Pero mirándolo por el lado positivo, podré dedicarme a terminar el bachillerato y así estar tranquilo. Dos años sabáticos se pasan rápido.

Conducir me relaja. Es más, ahora que estoy reflexionando todo esto, estoy conduciendo. Mi primer día de instituto después de  tanto tiempo. Un martes, para colmo. Tendré que ponerme al día con las materias, pues ya irán un poco avanzadas. Debo de tener cuidado con este coche. Me lo he comprado –con el consentimiento de mis padres- gracias a unos ahorrillos que he reunido mientras trabajaba en la serie de televisión. Un Citroën DS5. Plateado, cristales traseros ahumados…Perfecto para mí. Es como mi bebé. Aunque un bebé un poco caro, eso sí.

Me gusta la velocidad. Pero más me gusta contemplar el ambiente que dejo atrás. La brisa que entra por las dos ventanillas bajadas a la vez que observo lo que me viene de frente. Hacia dónde avanzo. No hay nada mejor que unas gafas Ray-Ban doradas de sol, para que puedas echar algún que otro vistazo. Lo bueno de ello es que nadie sabe que les estás mirando.

Mientras conduzco, saco el brazo izquierdo por la ventanilla –cosa no muy aconsejable en un examen de conducir porque te suspenden. Lo sé por propia experiencia. Justo en ese momento estoy en contacto con la naturaleza. El ligero sol que empieza a resplandecer a estas horas de la mañana, hace que me olvide de todo. Y tanto fue lo que me distraje que tuve un accidente con mi bebé. El golpe fue tan repentino que hasta rompí las gafas de un cabezazo con el volante. No salió airbag. Era lo mínimo que me esperaba.

Una vez  que pude reponerme, miré al frente para saber contra qué choqué. Le di por todo el trasero a un Opel Insignia de color negro. Bastante elegante y modesto a la vez. Algo un poco extraño. Sólo espero que su dueño o dueña no lo sea. Abrí la puerta de conductor de mi coche y salí para hacerme responsable del accidente que causé. De repente, se abre la puerta del conductor del coche con el que tuve este inesperado e inmediato encontronazo. Salió un chico de pelo negro oscuro, con el pelo al pincho –tal y como la mayoría de los chicos los lleva o en día con ayuda de la cera de  peinado,  una plancha y laca- ojos azules, labios atractivos y moreno de piel. En cuanto a su complexión, era delgado, pero tampoco mucho. Llevaba una camisa de pico negra, pantalones pitillo rojo y unos zapatos Lacoste negros. Vino hacia mí como alma que se lo lleva el diablo.

¿De qué coño vas? Mira lo que le has hecho a mi coche. ¿Dónde conseguiste el carné? ¿En una tómbola? Voy a sacarle una foto a tu matrícula. No te vas a librar de pagarme  el arreglo muy fácilmente –decía. No me dejaba ni hablar. Fue agobiante. Esa imagen de chico tranquilo se  esfumó en ese instante.

Lo siento mucho. Le pagaré hasta el último euro que tenga, pero se lo pagaré, no sé ni en qué momento apareciste, fue todo muy rápido y yo…-trataba yo de arreglar las cosas. Pero él me lo impedía.

Ya lo creo que me lo pagarás. ¿Sabes lo que me hará mi padre cuando vea que le han colisionado su coche del alma por el puto culo? ¡No puedes ni imaginártelo!-Me decía.

Le repito que lo siento. Se lo pagaré. ¿Sabe quién soy? – le dije.

No. ¿Sabe usted quién soy yo? –Negué rápidamente con la cabeza- Su peor pesadilla como trate de librarse de esto –no paraba de sacarle fotos de a mi matrícula con su iPhone S4 -Me llamo Manuel. Manuel Domínguez, así que apunte mi número de teléfono porque tendrá noticias mías- miró el reloj rápidamente- Tengo que ir a clases. Llegaré tarde por su culpa.

Alucinado porque no me reconoció –y eso que las gafas no las llevaba puestas porque las rompí en el impacto y se me cayeron dentro del coche- me percaté de que en su oído izquierdo llevaba un zarcillo. Era una cruz.  ¿Pero es que no ve la televisión? Le ofrecí mi móvil para que apuntase su número. Se lo pagaría. Faltaría más. Fue mi culpa. Mis padres me matarán cuando sepan que choqué el coche. Tengo la defensa más que jodida. Mi pobre bebé…

Ya está. Para que sepa que soy yo, le puse “Manuel al que jodiste el coche”.  No tarde mucho en pagarme el arreglo –dijo arrogante cuando me dio de nuevo el móvil y se subió en el coche. Vi cómo se puso unas gafas Carrera negras y subió las ventanillas. Arrancó y siguió su camino. Yo, flipando, le eché un vistazo al estado de la defensa de mi coche. Cuando miré el reloj, me apresuré y subí al coche para llegar a clase a tiempo.

El problema es que  antes de incorporarme a las clases, tuve una reunión con el director y la tutora de primero de Bachillerato, que al parecer era la profesora Valeria Gómez, que enseñaba Economía. Después de hablar con ellos, me dijeron que ya estaba acabando la clase. Ella se acercó a mí y me dijo que esperase a después del descanso de media hora que había y me incorporaba en su asignatura.

Cómo es el primer día y no tengo muchos amigos -a pesar de que varias chavalas y pibes me reconocen y no paran de hablar de mí en los pasillos en voz baja-  fui al mejor lugar para evadirse de todo: La biblioteca. Era acogedora. Paredes pintadas de color garbanzo. Estanterías enormes, incluso con escaleras para subir, cada una de ellas con una categoría distinta. Mesas y sillas, para leer ahí. Además, tenían salas de estudio y todo. Me maravilló la biblioteca. Siempre he tenido debilidad por ellas. Me decidí por coger un libro de Stephen King yo mismo- concretamente el de Maleficio- ya que el bibliotecario no estaba. Me senté en una de esas mesas y empecé a leer. Estaba pendiente a que viniese el bibliotecario y así poder sacarlo de allí por unos días y poder leerlo.

En ese momento, oír que se abría y cerraba la puerta de la biblioteca –que está detrás de mí, por cierto- perturbó mi lectura. Entró una chica morena hablando en voz baja con un chico de pelo castaño y ojos claros. Me llamaron la atención. Inmediatamente apareció detrás del mostrador el bibliotecario, así que me levanté y me puse detrás de ellos para que luego me atendiera a mí.

Ellos estaban preguntando por un diario. ¿Un diario en una biblioteca? – me dije a mí mismo- Odio esperar para que me atiendan. La espera saca lo peor de mí. Ellos seguían con el tema de un diario que al parecer estaba aquí y del que el bibliotecario no tiene constancia. Miré el reloj. Conté pasaron siete minutos. ¡Siete minutos! Me desesperaba ya. El chico se disculpó amablemente y los dos pasaron justo por mi lado. Mencionaron algo de entrar en la biblioteca por la noche. ¿Qué traman?

Me acerqué al bibliotecario y le di el libro para que me registrara. No se molestó en mirarme si quiera. Estaba pendiente de alguna respuesta en su móvil. Escribió un mensaje y les dirigió una mirada a esos dos chicos que me inspiró desconfianza. Dejó su móvil sobre el mostrador. A mi alcance. Miré detenidamente el móvil. Pero me sobresalté cuando ese silencio  se rompió de inmediato.

¿Tienes ficha en la biblioteca?- Me preguntó.

No – le respondí justo al momento. Se metió dentro de la oficina, supongo que a buscarme una ficha. Sé que está mal lo que hice, pero me di cuenta que había enviado algo por el móvil cuando miró así a los chicos. Tomé su Blackberry 8520 cuidadosamente. Tenía el WhatsApp puesto. Había escrito: “Lo saben. Lo han encontrado”. Comprobé todavía no venía. No. Seguía todavía allí buscando la dichosa ficha. Miré a quién iba dirigido ese WhatsApp y no había nombre. Solo ponía: “…”. ¿Puntos suspensivos?  ¿Quién narices pone a un contacto puntos suspensivos? Algo me huele mal. Y no, no he sido yo, ni huele a nada raro, es sólo una expresión. Rápidamente puse el móvil en su sitio al darme cuenta de que estaba cerrando la puerta de esa oficina y disimulé lo más que pude.

Me dio la ficha, la rellené, cogí el libre y cuando ya estaba a punto de irme me dijo- ¡Eh, tú!

¿Sí? –Dije temeroso de que se hubiese dado cuenta.

Eres Fabián, ¿verdad?- me preguntó.

No yo soy Mario, Mario León, puedes comprobarlo en la ficha. Ahí tienes mis datos – le respondí.

No. Me refiero al actor que da vida a Fabián en Alegres caprichos- dijo para mi asombro.

¡Ah, sí! ¡Soy yo! Bueno, daba vida a Fabián. Ahora toca estudiar una temporadita –le comenté satisfecho de que no haya pillado.

¡Me encanta su personaje! ¡Espero que despiertes del coma! –gritó al ver que yo avanzaba hacia la salida de aquella biblioteca sin mirar atrás.

Me incorporé a la clase después de un discurso de bienvenida que me dieron tanto el director como la tutora. Me senté en el pupitre que me indicaron al final de la clase. Colgué mi mochila de un color verde militar de la marca Pi 3.14 y  mientras acomodaba el libro de la asignatura de Economía, el estuche y la libreta en el pupitre, me llevé una sorpresa al ver quién se sentaba a mi derecha. Era él. El chico del Opel Insignia. Ahora sí puede decirse que las coincidencias no existen. En ese momento me miró, levantó la ceja derecha, en señal de desagrado. Normal. Creo que no le caeré nunca bien. Y menos después de que le haya dado por detrás – llevéis por el mal camino esta expresión- a su coche. Bueno, según me dijo, el coche de su padre. No paraba de mirarle. No me malinterpretéis, respeto a los homosexuales, pero no soy uno de ellos. Hay una teoría que dice que si miras a alguien de tu mismo sexo detenidamente más de 6 segundos sin entablar una conversación es porque eres homosexual. Están colgados. Me sorprende el hecho de que el mundo es un pañuelo y la facilidad con la que te puedes encontrar con una persona a la que “le jodiste su coche”, tal y como él se denominó en mi móvil.

Mi primera clase de Economía en mi primer día de instituto se me hizo amena. Al sonar el timbre todos se levantaron como locos. Se notaba que había acabado ya el día. Cuando estaba por el pasillo, vi justo por delante de mí a los dos chicos que estaban en la biblioteca preguntando por el diario. Me acerqué a ellos y sin dudar un segundo y le toqué el hombro a la chica para que parasen. Traté de decirles lo que sabía.

¡Hola! Soy Mario León. El nuevo –comencé.

¡Hola! Yo soy Claudia y mi amigo es Óscar –Él me saludó también levemente con la cabeza- Si necesitas cualquier cosa, no dudes en pedirlo. Bueno, tenemos que irnos –dijo ella mientras los dos me daban la espalda.

¡Esperad! Sé lo del diario –Ambos se miraron asombrados- ¿qué sabes? –dijo ella.

¿Y cómo lo sabes? –dijo él.

Veréis, estaba en la biblioteca detrás de vosotros esperando mi turno para coger un libro y escuché cómo le preguntaban al bibliotecario por un antiguo diario del que él parecía no tener constancia.

Te dije que debíamos ser cuidadosos con este tema –le dijo Óscar a Claudia en voz baja. Pero gracias a lo cerca que yo estaba puede oírlo.

No sabemos de qué nos hablas. Ahora si nos disculpas, tenemos que irnos –dijo Claudia  disimulando que no sabía nada sobre ello y volvieron a darme la espalda.

¡Esperad! –Me puse frente a ellos- El bibliotecario sabe más de lo que les dijo.

¿Cómo lo sabes? –me dijo Claudia. Óscar la miró y ambos me miraron, sincronizándose para cruzarlos brazos a la misma vez.

Mientras él me buscaba una ficha para registrar los libros que saco de la biblioteca por todo el tema de que soy nuevo, dejó su móvil en el mostrador. Sé que está mal, pero después de ver cómo te miraba cuando estabais allí  frente aquella estantería, antes de irse ustedes y justo después de que enviase un WhatsApp a un contacto al que comprobé que le denominó “puntos suspensivos”.

¿Y? Estamos en pleno 2012, todo el mundo utiliza el WhatsApp. ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? – dijo Óscar escéptico.

Le había escrito: “Lo saben. Lo han encontrado”- levanté la voz- Los dos se miraron, miraron alrededor y me invitaron a ir con ellos. Fuimos en mi coche a la casa amarilla de Claudia. Allí me confesaron todo lo del diario ese -cómo lo habían encontrado, dónde y pocos detalles de lo que figuraba en él-.

Entonces, ¿ustedes se creen esa historia que un colgado puso en un diario a lo mejor para fastidiar? ¿Cómo va a vivir una persona demasiado tiempo? Además, ¿ustedes creéis en la magia, en las maldiciones y esas chorradas?- les dije yo.

¿Por qué no habría de creer en ello después de lo que precisamente tú viste escrito en el móvil del bibliotecario?- me respondía Óscar.

Miré por la ventana del cuarto de Claudia. Mi móvil sonó. Miré y tenía un mensaje. No ponía el número del que había sido enviado, pero era un mensaje multimedia. Me acababan de enviar un mensaje con la foto de mi coche estampado y decía: "Si no quieres que te conozcan como la nueva estrella “estrellada” por el alcohol, consigue el diario y devuélvelo al lugar del que no debió salir".

Estaba sudando en frío. Mi reputación podría caer en picado. Eso daría una mala imagen de mí. ¿Quién sería capaz de chantajearme? Si ni siquiera bebo. Miré por la ventana con detenimiento. Tal vez habría alguien deambulando por ahí debajo. No. No había nadie. Absolutamente nadie sospechoso. ¿Cómo lo sabrían?

¿Te pasa algo? ¿Va todo bien?- me preguntó Claudia preocupada.

Sí, perfectamente -disimulé con una sonrisa. Guardé el móvil en mi bolsillo trasero izquierdo del pantalón- ¿Y el diario? ¿Dónde está? –pregunté.

En mi casa. Un lugar seguro. Puedes estar tranquilo –me respondió Óscar.
Bueno, he de irme –dije yo.

Yo también me voy ya Clau. Hablamos por Skype ¿ok? –dijo Óscar.

De acuerdo. Échale un vistazo más al diario y mañana nos comentas Óscar –le dijo Claudia a óscar. De repente me miró  y dijo –Mario, bienvenido a nuestro grupo. Ahora compartes un secreto con nosotros. Por favor, ni se te ocurra contarlo.

Podéis estar tranquilos. No lo haré –dije entre dientes- Por cierto óscar, si me dices dónde vives, yo te alcanzo, no me  molesta.

De acuerdo. Muy amable – me dijo Óscar sonriente después de librarle de una caminata o por lo menos eso creo.

Le dejé frente a su casa. Una preciosa casa blanca, terrera, a las afueras de la Urbanización donde Claudia vivía. No estaba tampoco muy lejos. Solo unos 20 minutos a pie aproximadamente. Tenía ventanales y barandas, de color verde. Con las típicas macetas de flores. Estaba todo lleno de flores a su alrededor, en la azotea y en la entrada. Estoy seguro que esa era la afición de su madre o algo. Me apuesto el gaznate.
Muchas gracias por traerme Mario. Nos vemos mañana en clase – me dijo.

De nada. ¡Hasta mañana!- le dije y arranqué, avanzando por aquél camino estrecho sin dejar de observar por el espejo retrovisor cómo entraba en su casa.

A la mañana siguiente, llegué un poco tarde a clase. Me salvé de la riña del profesor de educación física porque no había venido y estando a la espera de un sustituto, acudí al pupitre de Claudia, donde estaba Óscar alterado hablando con ella. Ella estaba sentada y él de pie.

¡Hola chicos! ¿Qué tal? –les saludé.

Óscar me miró  y se echó las manos a la cabeza. Luego me miró y apoyó las manos sobre la mesa de Claudia. Mario –comenzó a hablar- anoche entraron a mi casa, desordenaron mi habitación mientras dormía y se llevaron el diario. Los tres nos miramos y tomé aire. 

6 comentarios:

  1. Se me estropeó la teoría! Pensaba que sería Mario el del diario, al verlo llegar así de repente. Pero esta vez mi teoría se estropeó! De todos modos, me dejas en ascuas. ¿Es el bibliotecario el del mensaje? ¿Tiene algo que ver con lo del coche? ¡¡Quiero leer el próximo capítulo!! =D

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  2. El bibliotecario le envío un WhatsApp al dueño/a del diario. Lo que quiere decir que sabe su identidad. En cuanto a lo del coche, tiene una explicación. Ya tengo un poquito del próximo capítulo escrito. Mañana subo el tercero.¿Te doy una buena noticia? Tal vez mañana subo dos en vez de uno. ^^

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  3. Corrijo, el cuarto capítulo, no el tercero jeje.

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  4. Sí, sí me refiero a si fue el bibliotecario el que le envió el mnesaje a Mario (tú sabes más que yo, jaja , es tuyo)

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    1. La persona que escribió el diario fue quién le envió el mensaje a Mario, pues el bibliotecario se encargó de informarle que ya alguien conocía su secreto. Un secreto que está plasmado en el diario.

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