Después de aquella
trágica fiesta de los fundadores, los días se volvieron más largos y aburridos.
Las clases se me hacían pesadas. No tenía la cabeza para obligar a mi mente que
retuviese un nuevo tema de cualquier materia. Las horas se pasaban mientras yo
miraba por la ventana y, de vez en cuando, miraba fijamente a la pizarra. Oír
el timbre, era como encontrar agua en un desierto, una salvación, aunque una
salvación hasta el día siguiente –excepto los fines de semana, por supuesto,
más faltaba.
Cuando al fin me siento
en mi coche para dirigirme a mi casa –el único lugar en el que tengo una paz
inmensa- suspiro, me sobresalto cuando Óscar abre la puerta del copiloto, se
sienta a mi lado, cierra la puerta, se pone el cinturón, me mira y se da cuenta
de que no paro de mirarlo con cara de sorprendido.
Vamos a mi casa –me
dice.
¿Por qué? –le pregunto.
¡Que vayamos, joder!
Comes en mi casa y punto –me mira, pongo
vista al frente, arranco el coche y vuelvo a tomar aire.
Su cuarto es de lo más
acogedor. Estaba pintado de azul. Con
burbujas azules en las columnas blancas. Tenía posters de videojuegos en las
paredes. Y, como no, un tablón de corcho lleno de fotos de él y de Claudia. Se
nota que está pilladísimo por la perro guía. Tenía una estantería llena de libros,
cómics y películas. ¡Qué friki! En su escritorio tenía una linda pecera. Al
mirar al lado opuesto de la habitación está su cama y el armario. Su cama era
la típica individual de 90cm. Pero su nórdico supe deducir de donde provenían.
Era un nórdico azul marino con esferas de diferentes tonos de azules y grises.
Fácil. Era de IKEA. Lo más maravilloso de la vista de su ventana, era el
inmenso jardín que tenía. Entonces llegó él con dos vasos –en cada uno había un
tenedor- y dos platos de espaguetis a la
boloñesa. Sale de la habitación e inmediatamente aparece con un zumo Vive Soy de naranja y empieza a
servirnos.
¿Zumo Vive Soy? Sí que estamos en crisis –le digo
mientras miraba de una extraña manera el zumo. No es que el zumo me pareciese
malo ni nada de eso. Es que no soy de beber zumos, estoy acostumbrado a beber
refrescos o agua.
¿Qué esperabas? ¿Coca-Cola? Por si no lo sabías, la Coca-Cola es mala para la sangre. Así
que agradéceme que vivas unos días más después de hoy –me contesta.
Bueno Óscar, no me
acostumbro a las repentinas invitaciones a tu casa. ¿Qué quieres? – le dije
directamente mientras dejaba el plato de espaguetis en la cama sin haberme
llevado ni siquiera uno a la boca.
A ver, hemos pasado
unos días duros después de aquél día en Santiago de Compostela y tú ya eres uno
más del grupo, te lo dije en la casa de campo. Me imagino que tienes que estar
pasando por un mal momento tú con todo el tema de que Mario esté en la cárcel.
¿Hay alguna buena noticia? –me pregunta por último.
No. Eric mantiene aún
su versión de que Mario entró en su coche para robárselo y que en plena huida
con él dentro, tuvieron un accidente mientras trataban de luchar por el volante
–le respondo.
¡Es ilógico! ¡Mario
tiene su propio coche! Fuimos en su coche a Santiago. ¿Quién se va a creer esa
chorrada? –dice.
Yo sólo espero que la
vista formal sea pronto y que salga de a prisión. ¡Es injusto! –digo evitando
soltar alguna que otra lágrima. –Bueno, tú también tienes lo tuyo. ¿Qué tal
llevas la repentina pérdida de memoria de Mafalda? –le pregunto logrando
sacarle una sonrisa, pero a medias, pues creo que no le gusta que la llame así.
Lo llevo, que ya eso es
decir mucho. Lo que más me jode es que ella no recuerde lo últimos días que
habíamos pasado juntos –dice indignado-No me puedo creer aún que ella
descubriese de quién se trataba y que justo ahí, el coche se la llevase por
delante. Es como si el destino nos dijera que no deberíamos averiguar nada más
del diario. Justo ella y yo esa noche habíamos descubierto algo curioso en la
exposición de los libros de las familias fundadoras –me comenta.
¿Qué cosa? –le pregunto
cuando al fin decido probar los espaguetis.
Resulta que hay dos
colgantes de oro cuya insignia es una media luna, unidos, le quita el poder que
tiene a su poseedor –me responde.
¡Ah, cierto! Tú me lo
habías comentado antes de irte a buscar a Claudia y de yo irme a buscar a
Mario. De todos modos listillo, ¿cómo se supone que vamos a encontrar esos dos
colgantes? Y, aún peor, ¿cómo vamos a dárselos al dueño del diario si ni
siquiera sabemos quién es? –le vuelvo a preguntar.
De acuerdo. Sí, estamos
igual que al principio, no hemos avanzado nada con respecto a este pero…- me
contestaba, pero no le dejé acabar.
No hemos avanzado nada
con el tema del diario porque Mafalda y tú perdéis mucho tiempo con vuestras
inseguridades a la hora de decidir disfrutar de un buen masaje pélvico –le
espeté.
¿Qué? –dice casi
atragantándose con los espaguetis y bebiendo un poco de zumo para que no se le
vayan por el camino viejo.
Lo que has oído, fideo
fino. Si necesitas cualquier consejo, aquí está el consejero del ‘amour’.-Le
digo lo último en francés, para tratar de demostrarle que soy un experto en
este tema –más quisiera yo.
¡Qué cosas dices! Lo
nuestro no se resume en eso, es más –me dice.
¡Anda! Ya habló el que
va a esperar para desvirgarse en la noche de bodas. A ver, cuéntale una cosa a
tito Manu –le digo cómo si fuera una mala conciencia pasándole un brazo por
detrás y abanicando mi mano en la que él
se concentra al cien por cien - ¿Has tenido sueños eróticos con la Rotenmeyer?
– le pregunto.
¿Cómo crees que te iba
a contar eso? ¿No se supone que los gays sois más sensibles? –me dice.
¡Ya nos ofendemos por
todo! Eso quiere decir que tú has tenido pensamientos impuros o sueños húmedos
con ella, a mí no me engañas…-le digo logrando sonrojarlo.
Cómete los espaguetis,
anda.-Me dice para callarme.
Comimos, le ayudé con
la losa y luego volvimos a su cuarto.
Por cierto Manuel,
¿cómo supiste que yo estaba enamorado de Claudia? –Me pregunta algo inquieto.
No hace falta conocerte
para darse cuenta. Prácticamente todos los días me veía obligado a limpiar las
babas que esparcías allá donde pasabas mientras tus ojos estaban hipnotizados
por las bragas sin cambiar durante una semana de Mafalda.–Le respondí yo
mientras miraba sus peces y aguantaba una malvada risa de las mías.
Me da la sensación de
que estoy hablando con alguien diferente en estos momentos.-Me dice.
¿A qué te refieres? –le
pregunté extrañado dándome la vuelta.
Este año te noto
diferente. Será que Mario te ha cambiado. Siempre has estado puteándonos a
Claudia y a mí. Tal vez será porque después de tu romance con Mario y con el
desengaño de Claudia, he logrado
conocerte un poco más. Pero, déjame que te diga una cosa, consejero del
‘amour’, –su pronunciación del francés le dio tres vueltas a la mía- no le
dejes escapar –me espetó.
No sé por qué, pero me
da la sensación de que lo dices por algo. ¿Cierto? –le pregunto acercándome a
él de brazo cruzados.
El día de la fiesta de
los fundadores, antes de que vinieras a dar conmigo en la exposición de los
libros de las familias fundadoras, te vi hablando con un chico. Parecía una
conversación de lo más normal, pero hubo un momento en el que vi que él te dijo
algo y luego te acarició. Sé que no debería meterme, pero no quiero que lo veas
como algo malo, sino que me preocupo –me dice.
¡Ahh! ¡Te refieres a
José! –Le contesté aliviado- Fue un ligue de verano en un campamento verano.
Nada importante –Por su cara, no se lo está tragando. ¿Tienes internet? –le
pregunto.
¡Sí, claro! –Se
levanta, enciende la pantalla del ordenador y me lo ofrece.
¡Todo tuyo! –Me dirijo
hacia su escritorio, me siento y tras luchar con su silla del ordenador para
acomodarme bien en ella, entro en Facebook. Busco el perfil de José Hernández
González y le digo que se acerque –¿Este es el chico que dices que estaba
hablando conmigo en la fiesta?
¡Sí, creo que sí! No
tenía una vista muy cercana del momento, pero bueno, sí, supongo que será ese
–me responde.
Empiezo a mirar fotos y
fotos cada vez más antigua. Pasando y pasando las fotos rápidamente, Óscar en
un momento, me da un susto cuando subo su tono de voz cerca de mi oído para
decirme que retrocediera.
¿Qué ocurre? -Le
pregunto.
Observa bien la foto-
me responde.
Era una foto de alguna
fiesta o celebración familiar, en la que luce una elegante camisa de botones
negra de Zara –lo sé porque yo también la tengo-, unos vaqueros ajustados
blancos a juego con su sombrero blanco –no entiendo que le ve todo el mundo a ese
tipo de sombreros para vestir, pero he de reconocer que a él le sienta
fenomenal- y unos mocasines negros.
Lo sé. ¡Tiene mi misma
camisa de Zara! Pero tranquilo, no me la pondré, así no coincidiremos con
ella en algún evento de cara al público…-le digo.
¡No! Le acabas de
analizar la vestimenta, pero fíjate en los complementos –me regaña.
¿Un cinturón Dolce & Gabbana negro? –le digo con
un poc de temor a que me eleve la voz otra vez.
¡El colgante! ¡Fíjate
en su colgante! –Me eleva la voz.
¡Dios! ¡Es uno de los
dos colgantes que me habías comentado! –grito.
Ya sabemos entonces
quién tiene uno…-dice.
La cosa ahora es saber
cómo lo conseguimos…-digo yo.
Él no paraba de
mirarme.
¿Qué? –Le pregunté.
Entonces me di cuenta que estaba respondiendo a mi pregunta retórica anterior.
-¿Yo? ¿Pretendes que yo le quite a ese tío un colgante? –le pregunto, gritando.
El colgante –me aclara-
Y sí, lo pretendo. Supongo que te resultará incómodo que tener robarle un
colgante de oro que puede uniéndolo a su gemelo nos dé las respuestas que
buscamos. Sobre todo, si se trata de un antiguo ligue de un campamento de
verano ¿no? –Debe de estar regodeándose al decirme eso, por fin está comenzando a devolverme los comentarios
que le proporcionado durante toda la vida- No deberá resultarte muy complicado,
si le enamoraste una vez, podrás una segunda, ¿no suele decirse que el hombre
es el ser humano capaz de tropezar dos veces con la misma piedra? ¡Pues ya
está! – ¡Uy, lo que me ha dicho!
Aproveché a ir a
visitar a Mario a la cárcel antes de que acabase el turno de visita. Me
encuentro un poco nervioso. No me acostumbro a tener que venir a verle todos
los días a este lugar tan espantoso. Cruzo por un pasillo junto con un guardia
que te sigue incluso al baño –bueno, he
de admitir que esto es una exageración- pero que te registra para cerciorarse
de que no le traes armas ni nada de fuera. Llegamos a su celda. Se me parte el
alma. Allí estaba sentado en la cama mugrienta de la cárcel, con una camisa
marrón y unos pantalones cortos negros, pues los presidiarios comunes que aún
no han sido juzgados no visten el famoso uniforme azul. Pude captar antes de
llegar a él, su barba de un par de días.
Nada más verme llegar se levantó y se acercó a los barrotes.
Tenéis seis minutos
–advirtió el guardia.
¡Hola! ¿Cómo sigues?
–le dije yo sin poder evitar soltar una
lágrima mientras él me tomaba la mano y me la ponía sobre su mejilla derecha
para que le acariciase.
Esperando a que Eric
entre en razón y retire los cargos antes de que sea la vista formal –me
respondió.
Pero si es mentira,
digo yo que en la vista formal se hará justicia ¿no? –le pregunté imaginándome
la temida respuesta que iba a formular.
Manuel, si él sigue
empeñado en hacer creer que su versión de los hechos es la correcta, podría quedarme
aquí encerrado, no veinte años porque no es un delito de tal magnitud, pero sí
unos cuatro o cinco años, si es que no me reducen la condena con la libertad
bajo fianza después de dos o tres años de buena conducta…-Me dijo.
¡Mario! –le toco el
rostro y junto mi frente con la suya, tras los barrotes- Te juro, que le haré
entrar en razón…-le dije.
Manuel, no hagas nada
que pueda perjudicarme en el juicio.-Me suplica.
Puedes estar tranquilo.
Ni siquiera se me pasaría por la cabeza –le dije, mirándole y entonces me besó
la mano con la que le estaba acariciando.
¡Saldré de aquí! ¡No
creas que te vas a librar tan fácilmente de mí! –me dijo esbozando una sonrisa.
Con las vacaciones que
estoy teniendo no quiero volver a tener que soportar a un niño malcriado como
tú tan pronto –le respondí mientras me limpiaba las lágrimas y le enviaba otra
sonrisa.
Por cierto, deberías
pasar por mi casa y recoger el diario. Contigo o con óscar estará más seguro
que en mi casa mientras yo no esté –me pide y yo asiento con la cabeza.
El guardia irrumpió
inmediatamente y de forma repentina.
¡Debe irse! –ordenó.
Bueno, hasta mañana
entonces…-le digo dándole un beso que apurado los barrotes de aquella celda me
permitían darle.
Oye…-me obliga Mario a
pararme en seco antes de irme- ¡No me has dicho que me quieres!
Si te lo demuestro,
¿por qué tendría que decírtelo? –le contesto en un tono un tanto pícaro. Cumplí
mi misión al verle sonreír de nuevo antes de irme junto a aquel guardia.
Me encontraba frente a
la puerta de la casa de Mario. Nunca había sentido en mis propias carnes el
temor que sentí en ese momento. Estaba paralizado. No sé de dónde saqué las
fuerzas pero toqué el timbre. Me abrió la madre de Mario. Su mirada al verme
allí era todo un poema.
¿Qué haces tú aquí? –me
pregunta.
Tranquila suegrita, no
creas que me agrada tener que venir aquí si Mario no está, pero resulta que
acabo de venir de hacerle una visita y me ha dicho que si podía pasar a su
cuarto a coger su cuaderno de tareas y así ponerle al día de todo para que no
tenga que recuperar mucho.-Le dije. Pero al ver su cara de insatisfacción,
continué- Puedes subir conmigo si quieres, yo no soy de los que va robando por ahí...
Me abrió la puerta y me
dejó pasar. Me dijo que la acompañara. La casa era inmensa. Blanca, con
detalles dorados y negros, una mezcla un tanto clásica y muy contemporánea.
Subí unas escaleras como las del vestíbulo de la película de Titanic. En sus paredes había fotos de
Mario. Fotos de cuando él era más niño. No paraba de mirarlo y ver el cambio
que h dado de esas fotos en las que solamente era un niño, al apuesto
adolescente que me robó el corazón colisionando su coche contra el mío.
Entonces casi llegando a lo último de la escalera hay una fotografía enorme que
hace que deje de mirar la pared. Una foto de las parejita feliz con Mario.
Al acabar la subida de
la escalera, el pasillo era igual de inmenso y espacioso. Había unas siete u
ocho puertas en ese pasillo. No sé si se trataban de habitaciones, baños o
alguna sala en especial. Abrió la segunda puerta de su derecha y me señaló que
entrase.
Su habitación era de
ensueño. Debería ser un buen actor porque su habitación reflejaba glamour por
todos sus lados. Era una habitación de paredes sencillas blancas, con
mobiliario negro, moderno. La cama era de matrimonio. Tenía una alfombra de
terciopelo blanca. No pude continuar mirando porque mi suegra me lo impidió.
En ese escritorio de tu
derecha podrás encontrar todas sus cosas de clase –me dijo en un tono un tanto
marimandón.
Fui directo al
escritorio y por más que miraba no encontré el diario. Pero, de repente lo
encontré colocado justo al lado de unos libros de la Historia del Cine, justo
debajo de su escritorio, en una especie de estante.
¡Ya lo tengo! –le dije
a la vez que se lo mostraba. Me dirigí hacia la puerta, pero ella me paró en
seco.
Manuel, sé quién eres.
No permitiré que estés con mi hijo, ¡es contra natura! –me dijo.
Mire señora, ya no te
mereces ni que te llame suegrita. Su hijo y yo nos amamos, al igual que usted y
mi padre se aman y en su momento eso no fue un impedimento para usted al
separar a un hombre casado de su familia. Yo sé que usted es muy religiosa y
todo eso, pero tengamos la fiesta en paz, por favor –le pedí.
Sin embargo, ella no se
quedó callada.
Tú no lo entiendes. Ya
sé quién eres, mi marido de me ha contado quién eres. ¡Pero tienes que
comprender que lo vuestro no puede ser! –me suplica.
¿Por qué? Admítelo, no
me soportas y tu culto al…-no me dejó acabar.
¡Vosotros dos, sois
hermanos! –Me gritó.
Sentí cómo mi cuerpo
empezaba a decaer y el mundo se me venía encima.
Lo sabía, lo sabía, lo sabía! ¿Y ahora qué harán, entonces, Mario y Manuel? Bueno, supongo que habrá que esperar a los próximos capítulos... (Me hizo gracia la frase de Manuel a Óscar: "Es que ya nos ofendemos por todo", como Estela Reynolds cuando le hablaba de doña Rogelia a su consuegra).
ResponderEliminarTe voy a hacer un spoiler a ti: Para Manuel esa noticia ha sido un golpe espantoso, así que a partir de ahora evitará a Mario, más que nada por el tema de que son hermanos y Mario, no sabrá qué ha pasado (por el momento). Sí, jajajajaa Ese momento fue muy bueno, sabía que te iba a gustar, me reí hasta yo cuando lo volví a leer xD.
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